Prólogo

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Me resulta imposible no esbozar una enorme sonrisa cada vez que alguien me pregunta si tuve una infancia feliz. Todos los recuerdos que poseo de aquella época son la clara prueba de que, sí, la tuve. Esos momentos están repletos de risas y divertidas aventuras con amigos.

        Pero, lo que más atesoro son aquellos vividos en la escuela primaria. Sin incontables las canas verdes que les he sacado a las maestras. Vivía en detención por mi salvaje comportamiento, como solían describirlo. Una vez; cuando transitaba el cuatro grado, la señorita Gómez, ya agotada de tener que lidiar conmigo todo los días, reunió a mis padres para conversar sobre mí. Ella les planteó que ya no sabía que hacer conmigo, ya que mi único objetivo en la vida era hacer lo que se me diera la gana, y llevarle la contraria a ella y a todo aquel que se me cruzara en frente. No es que fuera mentira lo que les dijo, pero en mi humilde opinión, ella fue demasiado ruda. Creo que hubiese sido más agradable que dijera, que mi intrépido corazón va detrás de lo que quiere, sin que nada ni nadie pueda doblegarlo.

        Y en aquel preciso instante, a pesar del estremecedor frío que me recorría e invadía todo el cuerpo, mi peculiar personalidad estaba más despierta que nunca. Había algo poderoso dentro mío que me prohibía rotundamente que admitiera lo que estaba pasando delante de Mara. Ni loca le daría el gusto a esa chica. Sabía perfectamente que, al hacerlo, ella no dejaría de burlarse de mi en lo que quedaría del año. Y eso, era algo que no podía permitir que pasara.

        Miles de tonterías cruzaron por mi mente; pero, aún así, estaba consiente de que no podía decirle que no tenía ni la más remota idea de en qué parte del bosque estábamos. No sería de ayuda alguna. Si esa información llegaba a escaparse de mi boca, ella no solo se enfadaría conmigo de por vida, sino que entraría en un incontrolable estado de pánico. Eso sí que sería terrorífico.

        En un abrir y cerrar de ojos, la noche había caído sobre nuestro hombros, y el oscuro dosel de árboles, impedía que la luz de la luna llegara hacia nosotras. Si no fuera por la linterna de mi teléfono, estaríamos en las penumbras. 

       Estaba segura que Mara no se había dado cuenta de lo tarde que era, y que habían pasado un poco más de treinta minutos desde que nos desviamos del sendero principal. Los grandes y antiguos carteles de madera, que indicaban cómo llegar a la fiesta y las precauciones que debíamos tener, ya no eran visibles ante nuestros ojos.

       Algo comenzó a parecerme extraño. De repente, el bosque se había quedado en silenció. Mi corazón latió con fuerza.

       —Sami, ya sé que te molesta que te lo pregunte a cada rato, pero ¿estás segura de que este es el camino correcto? —preguntó Mara. Su voz era casi inaudible sobre el fuerte sonido del viento.

        Me pareció ver una figura negra y escurridiza, vigilando cada uno de nuestros movimientos desde las sombras. Algo muy parecido al temor arañó mis entrañas. Pero no quise darle mucha importancia sabía que era mi mente tratando de jugarme una mala pasada.

      Estiré mi brazo y agarré a Mara de la Mano.

        Con una sonrisa fingida, dije: —Sí, mi querida. ¿Cuántas veces te dije que no tienes que preocuparte? Cuando menos te des cuenta, estaremos bailando como locas junto a los demás chicos.

        Mara me clavó sus enormes ojos color océano. Mi mejor amiga era una chica muy astuta, sabía que me incomodaba sentir su incisiva mirada sobre mí, porque siempre terminaba sacándome todo la verdad en cuestión de segundos. Pero, esta vez, necesitaba ser más fuerte que ella. Sí le decía que nos habíamos perdido, a ella le daría algo o llamaría a mi hermano para que fuera a rescatarnos, y eso sí que sería un desastre.

Mientras estés aquíWhere stories live. Discover now