Capítulo 1

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Por más de que mi debilitado cuerpo gritara a los cuatro vientos e implorara por ayuda, había algo fuera de lo normal que me retenía en aquel frío y extraño lugar, impidiéndome abrir los ojos y escapara de allí.

       Me encontraba tan dormida como Blancanieves después de haber mordido aquella manzana envenenada, pero, aún así, podía darme cuenta de que lo que estaba viviendo no era un simple sueño, y que no despertaría en cualquier momento. Me observaba a mi misma en el medio del bosque, rodeando a la gigantesca y candente hoguera, mientras que admiraba sus hipnóticos colores y permitía que me consumieran por completo.

       Era difícil encontrar las palabras adecuadas para explicar con claridad lo que estaba sucediendo en mi interior. Estaba aterrada, por supuesto, pero, a la vez, tenía la sensación de que estaba en el sitio correcto. Sabía que pasara lo que pasara, el miedo me abandonaría y estaría a saldo de una buena vez.

       Pero, si me ponía a pensar con mucho detenimiento, no estaba tan segura de si deseaba desperar y volver a la realidad que me esperaba, o simplemente, quedarme dormida para siempre. Tal vez, mi mente se rehusaba a hacerlo por alguna razón. Era posible que no tuviera la fuerza necesaria como para afrontar lo que sucediese luego.

        —Pobrecilla —una dulce voz susurró al viento—. Tuvo tanta suerte, ¿no te parece?

        Mi corazón dio un vuelco.

        Al parecer no estaba tan sola como había pensado. ¿Quién andaba allí? ¿Por qué alguien estaría observándome desde las sobras? 

        De un saltó, me levanté del robusto tronco en el cual me había sentado para descansar mis adoloridos pies, y sin dudar, me lancé hacía los árboles. Miré por todas y cada una de las direcciones. Traté de encontrar a la dueña de la voz que interrumpió mis pensamientos, porque si lo lograba, ella me daría las respuestas que estaba necesitando. Pero fue imposible, no llegaba a distinguir nada entre tanta oscuridad.

         Las palabras de aquella mujer resonaron en mí, algo me decía que había oído algo similar alguna vez, pero no podía recordar de dónde. 

        —Dios, han pasado dos días —dijo una mujer en voz baja—. Dime, ¿qué vamos a hacer?

        Su desconsolado sollozo me aturdía, haciendo que los mareos aumentara de manera gradual.

        —¿Te puedes tranquilizar por un momento? Por favor, para. Llorar de esa manera no te hará nada bien, y ella te necesita fuerte —prosiguió un hombre, sin saber muy bien cómo confortar a la persona que tenía en frente—. Nuestra niña estará bien, te lo prometo. Solo necesita un poco de tiempo.

         —¿Cuánto? No puedo seguir viéndola así.

         Él exhaló un suspiro lleno de nostalgia y dijo: —No lo sé, mi querida. Ella es la única que sabe cuánto necesita para sanar. Volverá a nosotros cuando sienta que es el momento correcto. Ya sabes como es.

        No sé por qué, pero esa conversación me provocó un angustioso dolor, que me estrujó el pecho. Traté con todas mis fuerzas transportarme hacia otro lugar, no podría soportarlo ni por un segundo más. La tristeza que esas dos personas reflejaban al hablar, me rompía el corazón. Además, mi madre, de pequeña me había enseñado que era de mala educación escuchar charlas ajenas.

         ¿Cuándo terminaría esta locura? Tenía que encontrar una distracción, y lo antes posible, porque si no, terminaría volviéndome más loca de lo que ya estaba. Y eso no sería bueno. Deseaba desconectar mi cabeza por un rato, y así, encontrar la paz que tanto estaba necesitando.

Mientras estés aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora