Tyrannis

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Es mi segunda semana en Washington y la alegría sigue inundando las calles adoquinadas frente al Capitolio. Ante mí, aquella gran obra arquitectónica que a la luz de la noche parecía tornarse color azul. Un azul que teñía todo a su alrededor, desde las farolas que alumbraban la calle hasta la cresta de los caballos que tiraban de mi carro. Reposado sobre uno de los corceles observe como una multitud de republicanos corrían hacia la esquina, cuando uno de ellos dejo caer un trozo de tela. Al principio creí que no era más que un trapo sucio, pero al mirar detenidamente distinguí una cruz, una cruz con estrellas estampadas en un fondo rojo y me asombré al descubrir que era la bandera de los Confederados del Sur. Pero era algo distinto a las que antes había visto. Su color rojo ya no era un color granate ni tinto, sino que era un color rojo sangre. La sangre derramada por sobre toda las tierras del sur de Virginia.

Un silbido me tomo por sorpresa, por poco salvándome de la angustia de aquella triste imagen. Una silueta posaba al costado de mi carro, lo único que logré distinguir aquella noche fue que traía un gran sombrero de gala y un bastón con el cual dibujaba el aire con gesto antipático. Me apuré al subir al carro ya que desde hacía muchas horas no recibía algún pasajero. El hombre subió tranquilamente desabrochándose el sobretodo y se quedó sentado durante unos minutos, sin emitir ni una sola palabra. Intentando que no me sorprendiera, fui volteándome poco a poco para poder observarlo a la cara pero mis ojos fueron directamente a sus manos. Unos guantes blancos escondían unas manos firmes y hábiles que jugaban con una moneda de plata. Subiendo la vista al rostro me encontré con una cara casi perfecta, con unos ojos café profundos y debajo del sombrero un peinado parejo y sin un solo pelo fuera de lugar. Sin mirarme siquiera a los ojos, extrae del bolsillo un papel escrito y me lo pone justamente frente a mi cara. En él decía Teatro Ford en una caligrafía admirable. Entendí el mensaje rápidamente e hice reaccionar a los caballos que hacía ya un largo rato que estaban parados.

Durante varias calles anduve con el carro por la ciudad hasta llegar a unas cuadras del teatro. Al empezar a ver a la gente de gala recordé que esa misma noche se presentaba una opera como función principal y que asistiría mucha gente de la alta sociedad para festejar la derrota del General de los Confederados Edward Lee. Al llegar a la puerta mi misterioso pasajero bajo del coche de la misma forma en la que subió, pero por primera vez se acercó a mí y mientras me dejaba el dinero en la mano, me miró fijamente a los ojos y con una voz raspada pronuncio una frase casi inentendible. Al principio dude si era francés o algún otro idioma pero luego mi mente olvido ese hecho. Era casi medianoche y ni mi cuerpo ni mi mente estaban dispuestos a recibir otro pasajero, asique mi próxima parada no sería otra que mi hogar dulce hogar.

Al día siguiente, mientras esperaba algún pasajero, no me cabía el sobresalto cuando en la primera plana del Washington News contaba que el presidente Lincoln había sido asesinado la noche anterior en la función principal en el teatro Ford. Seguí leyendo y a medida que continuaba mi mente comenzaba a estremecerse.

"John Wilkes Booth irrumpió dentro del palco del presidente y con una pistola Delinger asesino de un disparo en la nuca al decimosexto presidente de los Estados Unidos. Las investigaciones indican que el asesino pertenecía a los Estados Confederados y que este ataque era un intento desesperado por revertir la situación de la guerra civil luego de la rendición del ejercito de Virginia al mando de E. Lee."

Un silbido familiar me interrumpió la lectura y observe hacia el asiento de atrás casi por instinto, pero nadie se veía a la vista. Tirado en el piso del asiento se hallaba una caja de madera oscura como la de los robles del norte, dentro de ella una cruz de plata del tamaño de mi puño. Mi primera reacción fue observar si era de alguna de las personas que pasaban a mí alrededor, al no encontrar respuesta observe más detenidamente la cruz. En ella decía la frase "Sic semper tyrannis" en ese momento mi corazón salto y mi mente recordó que aquellas palabras fueron las que había pronunciado por última vez aquel pasajero de la noche anterior. Pero aún faltaba algo crucial y era saber que significaba aquella oración cuyo origen era desconocido. Al seguir inspeccionando la caja en la parte interior, se encontraba un papel con la misma perfección caligráfica de la noche anterior. Pero a diferencia de esa, la de dentro de la caja decía en mayúsculas "ASÍ SUCEDE SIEMPRE CON LOS TIRANOS..."

TyrannisWhere stories live. Discover now