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DongHyuck estaba triste. Demasiado como para ser posible.

Los días pasaban con lentitud palpable, con un filtro gris y deprimente. Su corazoncito tenía un vacío, un hoyo negro que de a poco succionaba su alegría junto a su energía. Era como estar vivo, pero no presente. Perdido en un limbo de emociones negativas y pesimistas.

Nada lo hacía sonreír, ni siquiera molestar a Jeno, comer galletas con muchas chispitas de chocolate o correr de un lado al otro sin sentido aparente mas que el de perseguir su cola.

Solamente podía concentrarse en mirar por la ventana durante largas horas, comer lo que la amable abuelita del piso de abajo llevaba a su departamento y dormir largas siestas acorrucado en su cobija calientita.

Sabía que su rutina seguiría igual hasta que Mark regresara a casa, cosa que no ocurriría pronto a juzgar por los pocos días tachados en el calendario pegado en la puerta del refrigerador.

No era su culpa sentirse miserable y solitario, no conocía una vida sin el chico de ojos redondos. Mark era quien cuidaba de él, lo alimentaba, le daba besitos en las mañanas y abrazos tibios por las noches. Él era su dueño, quien lo había adoptado hace mucho tiempo, tanto que DongHyuck ya había perdido la cuenta.

¡Regresa a casa, tonto dueño! •MarkHyuck•Where stories live. Discover now