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El paisaje seguía exactamente igual, y sin embargo tan diferente a como lo recordaba. La vieja carretera provincial, con más edificios a su izquierda, pero casi devorada por malas hiervas a la derecha. También había más baches, como si nadie hubiera reparado aquel camino desde que se mudó a Osaka. El viejo 4x4, regalo de su padre, se tambaleaba por el camino.

Chihiro sonrió, disfrutando de la brisa. Los pocos rayos que atravesaban el follaje bailaban sobre el salpicadero como luciérnagas. Esta vez conducía ella, con el coche vacío. Y cuando cogió el desvío erróneo, fue queriendo. De hecho, tuvo que prestar mucha atención, pues las pequeñas tumbas eran ahora poco más que suaves túmulos cubiertos de vegetación.

Notaba que el corazón se le aceleraba en el pecho. Habían pasado muchos años. Muchos años preguntándose si no habría sido todo un sueño. Su madre siempre decía que los niños tenían una imaginación desbocada, y que los aburridos viajes en coche por carreteras secundarias sacaban lo más alocado de sus fantasías. Pero ella, obstinada, se había negado a olvidarse de aquello. Al fin y al cabo, seguía teniendo la cinta del pelo.

Era por eso por lo que había vuelto, allí. Al camino que su padre tomó sin querer hace tantos años, pero que ella siempre creyó cosa del destino. Se acababa de graduar de la universidad, con un trabajo esperándola el próximo mes. A punto de entrar en la vida adulta, sin tiempo para fantasías ni recuerdos hermosos. Aquel pensamiento le llevó a tomar una resolución: no podía seguir adelante sin comprobarlo. Tenía que volver antes de que las responsabilidades le hicieran olvidar. Así que tomó las llaves del viejo coche, aquel que le había llevado la primera vez, y emprendió el camino.

Ya casi llegaba, empezaba a ver a lo lejos el edificio de la estación. Largas hiedras y enredaderas trepaban por sus muros, abrazando la roca. Aparcó el coche justo delante del montículo cubierto de verdín que evitaba el paso. Sentía mariposas revolotear por el estómago mientras bajaba del coche, dejando la llave en el asiento. Se acercó a verlo mejor, agachándose y limpiando con la manga la piedra. Debajo del musgo encontró el relieve de una cara sonriente. Ella misma no pudo evitar imitar la expresión. Estaba allí.

Se puso en pie, enfrentando la boca del túnel y asintió para si misma. Tomó la cinta, la misma cinta que sus amigos tejieron, se ató el pelo con ella. Estaba lista. El viento parecía empujarla hacia el interior y con salvaje alegría, se dejó llevar por él.

La estación también había cambiado, la naturaleza se habría paso hermosamente entre baldosas y ladrillos. Avanzó, empapándose de la belleza de las flores, pero sin pararse ni un momento. Estaba demasiado emocionada para ello. No se giró ni una vez, mientras saltaba sobre raíces y se apoyaba en ramas para parar. Prácticamente había crecido un bosque aquella estación. Chihiro sentía que era una última barrera, algo para impedir que turistas curiosos se adentraran demasiado donde no eran bien recibidos. Y, sin embargo, ella encontraba el sendero con facilidad, sus pies nunca tropezaban y encontraba apoyo donde lo buscaba.

Por fin, divisó el final. Un mar de enredaderas tapaba la salida, pero bailaron suavemente cuando el viento empujó a Chihiro hacia ellas. Las apartó con delicadeza, no queriendo estropear sus preciosas hojas.

-Gracias por dejarme pasar –Acarició con suavidad el tallo- Y gracias viento, por guiarme.

Mientras cruzaba aquella cortina de lianas, pudo notar como las hojas le devolvían la caricia y la brisa le besaba las mejillas. Dio un paso. Otro. Otro más. Pronto corría por la hierba alta de aquel lado del río. Y si reía, completamente desinhibida, por primera vez en mucho tiempo no era el problema de nadie. Y es que estaba allí. Había encontrado el camino de vuelta y estaba allí. Cruzó el río, apenas un hilo de agua a aquella hora, de un solo salto. Era mucho más fácil de lo que recordaba, pero también era cierto que tenía las piernas más largas. Ahora venía la verdadera prueba. Con un ritmo más calmado, se dirigió al pueblo.

Durante unos angustiosos minutos, avanzó sin ninguna certeza. Y es que aquello bien podría ser los recuerdos tergiversados de una tarde de picnic en aquel prado. O más aún, podría existir realmente el pueblo y no ser más que eso, un pueblo. Mordiéndose el labio, observó a lo lejos las edificaciones y luego el reloj. Se acercaba la puesta de sol. Se armó de valor, y entró a la calle principal.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Lágrimas de alivio y felicidad. Era tal y como en su memoria. Casas abandonadas de mil colores, con letreros destartalados y linternas apagadas. Lo mejor era el olor. Un aroma delicioso que le calentó el corazón y le llenó la cara con una gran sonrisa. Por supuesto, no probó aquellos manjares. Ella ya conocía el truco.

Atravesó el pueblo, maravillándose de la situación, pero sin querer ilusionarse. Aún no. No quería decepcionarse si no era real. Pero era tan difícil, no, imposible no creer que era cierto. Que siempre lo había sido. Daba igual lo que sus padres dijeran, había ocurrido, era real.

El sol empezó a bajar justo cuando llegó al puente. Shihiro observó lo baños frente a ella, un último vistazo bajo la luz del día, y cerró los ojos. Respiró profundamente. Inspirando el olor de la comida y el incienso. Escuchando el sonido lejano de campanillas. Casi suspiró, esperando a que la luz desapareciera tras sus parpados. Tenía miedo, y no lo podía negar. Miedo a abrir los ojos y que nada hubiera cambiado. Miedo a que solo fuera un pueblo medio fantasma perdido en la provincia. Miedo a que al final todo hubiera sido su imaginación infantil desbordada. Pero llega un punto en el que hay que abrir los ojos y enfrentar la realidad. Y eso mismo hizo.

Frente a ella, igual que siempre pero también distinto había un enorme dragón blanco. Con unos ojos inteligentes y dulces que la miraban con lo que solo se podía describir como pura alegría. Una mirada que había añorado más de lo que se añora el agua en el desierto. Era el sol tras una semana de lluvias. Era él.

-Te dije que no podías mirar nunca atrás. –Con su voz, grave y suave, desapareció hasta la última sombra de duda. Chihiro empezó a llorar- Que, si mirabas atrás, nunca más podrías regresar.

-No me importa. –Afirmó con voz quebrada, dándose cuenta mientras lo decía de que era verdad- No me importa porque me voy a quedar aquí Kohaku, me voy a quedar aquí para siempre.

A su alrededor, todos estallaron en vítores de alegría. Muchos le llamaron, queriendo saludarla, pero Chihiro solo miró a los ojos de Kohaku, y se lanzó a abrazarle. Entre su vista, nublada por las lágrimas distinguió al sin cara, que la saludaba con timidez. A Yubaba y Zeniba con idénticas sonrisas emocionadas. Kamaji, cubierto de susuwataris, agitando varios de sus brazos a forma de exagerado saludo. Lin y las otras trabajadoras, llorando de alegría, con una sonrisa pícara. Todo esto desapareció, envuelto en un mar de escamas, mientras el cuerpo del dragón desaparecía. Quedó solo, el cuerpo humano. Estaba más alto, y le había crecido el pelo, pero cuando alzó la mirada encontró los mismos ojos. Había vuelto a casa.

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⏰ Last updated: Apr 09, 2019 ⏰

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