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Con una sacudida, Emma despertó. Como si de una alarma programada se tratase, todas las mañanas la marca en su mano izquierda ardía y le obligaba a despertar. Estar tan cerca de la Brecha hacía que la marca reaccionara y le era imposible descansar. Sintiéndose un poco desorientada, se sentó sobre la cama donde dormía y la confusión cruzó su mente al sentir sus pies desnudos sobre una agradable superficie hecha de pieles. Al mirar hacia abajo advirtió la baja estatura de la cama y la alfombra de piel marrón que impedía que sus pies se ensuciaran en el suelo. Acostumbrada a la alta litera donde durmiera desde su infancia en el Círculo, a Emma le tomó unos segundos recordar dónde estaba.

Severos días habían pasado luego de que el Cónclave que hubo organizado la Divina Justinia V en el Templo de las Cenizas Sagradas explotara con la gran mayoría de sus asistentes. Solo Emma sobrevivió y ahora pertenecía a una organización, la Inquisición, que buscaba respuestas a lo sucedido. Siendo el centro de atención desde que la extraña marca obtenida en la explosión se alojara en su mano izquierda, Emma era considerada una enviada del Hacedor. La Heraldo de Andraste. Ella. Una maga. Una apóstata. Aun no sabía que pensar sobre todo lo ocurrido. Incluso siendo una creyente del poder y los milagros que obraba el Hacedor, Emma no creía en la posibilidad de que ella fuera una elegida divina. Muy en su interior, en la oscuridad que atacaba sus recuerdos, sabía que la verdad era mucho más complicada e impactante.

Con un exhausto suspiro, Emma se levantó de la cama y se acercó a una de las ventanas. La tenue luz del amanecer se filtraba a través de ella y el trino de algunas aves acompañaban el frío de la mañana. Con un estremecimiento, la joven maga se abrazó a sí misma en busca de calor. Las fuerzas de la Inquisición se habían establecido en Refugio, una aldea en lo alto de una montaña. No importaba que época fuera, el frío siempre era compañero de aquel lugar. Acostumbrada al clima meramente cálido de Ostwick, Emma admiraba a los locales por soportar tan cruda temperatura.

Resuelta a comenzar el día lo más pronto posible, la joven se dirigió a la mesa en donde un cuenco con agua y un pañuelo habían sido depositados por algún sirviente antes de que ella despertara. Agradecida por la oportunidad de asearse, Emma introdujo una de sus manos en el agua helada, reprimió la sorpresa inicial ante la baja temperatura del líquido, y concentró un poco de su magia en la palma de la mano para calentar el agua. Una vez que obtuvo el resultado querido, tomó el paño limpio y lo humedeció en el agua. Se limpió lo mejor que pudo considerando las circunstancias en las que se encontraba. Era en esos momentos en los que se evidenciaba el privilegio con que había vivido en el Círculo de Ostwick. A esa hora, tanto ella como sus compañeras podían disfrutar de un apropiado baño antes de comenzar sus labores de estudio. A veces incluso, cuando el tiempo estaba de su parte, podía tomar un baño relajante en la tina.

- Esos días han concluido - se dijo a sí misma en un quedo susurro.

Una vez hubo terminado de asearse, Emma se vistió y tomó su equipo para enfrentar un nuevo día. Deteniéndose ante el espejo junto a la salida, revisó que todo estuviera bien. Su piel, blanca y limpia, estaba sonrojada por el frío y eso hacía resaltar las pocas pecas que su rostro presentaba. Peinó su cabello, negro como las plumas de un cuervo, en un alto moño para evitar que fuera un estorbo si llegase a pelear. Sus ojos, de un típico color pardo, ya no presentaban ojeras ni una mirada extremadamente agotada como días atrás. La ropa que llevara puesta, cortesía del herrero, le era muy cómoda y abrigadora, hecha de cuero marrón y la mejor tela que en esas circunstancias pudo encontrar. Colocando el bastón a su espalda, Emma decidió que era tiempo de iniciar sus labores.

Al salir de la choza, varios rostros se giraron hacia ella. Algunas personas, soldados de la Inquisición, hermanas de la Capilla y trabajadores de Refugio, le saludaron en silencio con un asentimiento de cabeza. Ella les respondió de la misma forma y sintiéndose un poco extraña inició su camino hacia la Capilla de Refugio mientras era observada por todos. Aun no se acostumbraba a las miradas de curiosidad, incertidumbre e incluso adoración que su presencia suscitaba en algunos. La joven maga solo conocía el sentimiento de miedo y desconfianza que los demás mostraban una vez que descubrían que ella poseía el don, o la maldición, de la magia. Una parte de ella agradecía la ausencia de enemistad en su contra, pero con ese leve alivio también se presentaba la incertidumbre de lo que ocurriría una vez que se comprobara de que ella no es una elegida como todos ellos piensan.

PerseveranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora