Una breve pero emotiva carta escrita para aquellas personas con el corazón roto, que no pueden dejar ir a ese alguien especial tan fácilmente por considerarlo parte importante de sus vidas, pero que necesitan un poco de apoyo para aceptar con madure...
Te escribo esta carta y la entrego en tus manos porque ya sabía lo que iba a suceder después de haber platicado este día. No quería aceptar que terminaras conmigo porque sinceramente te tomé muchísimo cariño, además fuiste la primer chica en mi vida que me confiesa sus sentimientos de frente tal como yo pienso que debe ser; y de esa misma manera, me dijiste que ya no querías seguir con lo nuestro, eso refleja algo muy bueno de ti... Siempre das la cara ante toda situación sin importa cuál sea ésta.
Por favor nunca cambies esa manera de ser que tienes, sigue siendo la misma chica que al menos por un breve lapso logró enamorarme...
Otro motivo por el cual escribo esto es para darte las gracias por estos breves pero maravillosos momentos que pasé a tu lado, por sujetar mi mano al caminar y por esos besos tan apasionados que me encantaron. Junto con esta carta entrego en tus manos el regalo que te compré el primer día que salimos juntos, ya que por desgracia no pude hacerlo antes, junto este otro que pensaba regalarte el día que tuviéramos otra linda cita.
Dichos presentes son para ti con todo mi afecto, el cual sabes que no puede morir de la noche a la mañana, y por los que quisiera que me recordaras como un honorable caballero y no como un patán como los que suelen rondar por ahí y tratan mal a las chicas.
Bueno, es hora de despedirnos, de que yo tome un camino y que tú tomes otro, cuídate mucho y espero con todo mi corazón que algún día nos volvamos a encontrar... Me es difícil aceptar que debo despedirme de la chica por la cual siento algo precioso, pero debo respetar tu decisión y dejarte ir ya que no sería justo para ambos forzarte a mantener algo que no quieres... Este no es un adiós sino un hasta luego... ¡Éxito en tus metas! ¡Hasta siempre!
El poeta en el tiempo
Rugal Bunbury.
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