III

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Mamá se retuerce los dedos otra vez. Siempre hace lo mismo. Me mira sonriendo, exagera, pero en las manos se le nota el miedo; está nerviosa. ¿Qué le dirán esta vez? "Sí, señora, su hijo es raro". Está roto. Está loquito. Es un potencial asesino. Un peligro para la humanidad. Un enfermo. No sé qué respuesta busca, qué consuelo espera. Que no puedo, que soy irrecuperable. De la escuela especial dijeron que no. Internado tampoco. La psiquiatra no sabe, la fonoaudióloga no quiere y las maestras ya no pueden. Mis compañeros no me soportan, mis hermanos no me entienden, a mis papás les gustaría devolverme, pero no saben a donde. Otra vez, vinimos a conocer a alguien. Dicen que es médico y me puede ayudar. Le tengo que contar mi historia. Otra vez. Y otra vez no le voy a poder decir y no me va a poder escuchar. Tampoco creo que me quiera escuchar. En el fondo, el tipo no quiere saber nada. Lo único que quieren los médicos es darme gotitas para esto y aquello. A ver si con eso le dejo de pegar a la gente cada vez que me tocan. Si hacen que deje de doler, yo las tomo, pero mi mamá dice que no. Que soy muy chico todavía, que tiene que haber otra solución. Hasta ahora no quiso gotitas en el agua ni en la comida. Sólo en la piel. Gotitas en la sien, en la frente, en la parte de atrás del cuello, abajo de la nariz. Cremas y masajes. La que me hacía masajes en los pies siempre tenía las manos calentitas. Ella era buena.

Ser o PertenecerWhere stories live. Discover now