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No me dice nada. Solo me mira. Yo, por mi parte, agacho la cabeza.

Esto me gusta, pero también me pone nerviosa. No sé qué hacer. Por un instante me detengo, pero luego vuelvo en mí y decido caminar —como si nada estuviera pasando— con dirección a mi salón.

Entonces paso muy cerca de su lado, pero no me dice ni una palabra.

Continúo andando y cuando estoy a nada de llegar al aula, el maestro me cierra la puerta en la cara.

Miro mi reloj. Las 9:11.

He llegado tarde y, si tengo suerte, me abrirán la puerta en diez minutos.

Entonces advierto que lo más probable es que Fabián esté observando atento toda la escena, así que sin pensarlo más, esbozo un gesto despreocupado y me siento en una de las bancas del pasillo.

Hago ademán de revisar mi celular mientras de reojo intento observarlo. Está apoyado en una baranda. Por los movimientos que hace, parece que está esperando a alguien.

Pasan algunos segundos.

Eternos.

En un momento me distraigo de verdad y empiezo a revisar mis redes sociales. Me quedo ensimismada en las banalidades que esta mañana Instagram tiene para ofrecerme. Tanto, que no me percato de que el chico que me gusta desde el primer día de mi vida universitaria se ha acercado a mí y se ha sentado a mi lado.

— ¿Te dejaron fuera?

Mis nervios son tales que en ese instante no pienso en que la pregunta es completamente absurda por donde se le vea.

Sin embargo, ahora eso no importa.

Levanto la cabeza y lo miro a la cara. Está tan cerca de mí que no puedo creer lo que está sucediendo. Con disimulo, intento arreglarme un poco el cabello y mostrarme un poco menos insegura de lo que por defecto soy.

— Sí, es la primera vez que me pasa —miento, con dificultad.

Bravo, Catalina. Tantas veces practicando frente al espejo para que a la hora de la verdad no digas más que una vil mentira.

— A mí me sucede bastante a menudo, si te soy sincero.

— No tienes pinta de ser impuntual.

— Pues lo soy. Es mi mayor defecto, seguro.

— Pobres tus citas. Te deben odiar mucho.

Ni tres frases y ya saqué la palabra "cita" a colación. Esta mañana me estoy luciendo.

— ¿Citas? Hace mucho que no tengo una.

Entonces abro los ojos de manera exagerada.

¿Me está tomando el pelo?

Hace nada lo vi entrar en un restaurante con una chica. Y él me vio. No puede ser tan cínico.

— Me sorprende, pensé que eras un experimentado en el tema —digo, haciéndome la desentendida.

— Pues no tanto. Parece que las apariencias engañan. Además...

En ese momento, Fabián se ve interrumpido por el sonido de su celular. Está recibiendo una llamada. Se disculpa, se levanta y se aleja para contestarla.

Aprovecho ese tiempo para intentar respirar, para tranquilizarme y para pensar un poco mejor lo que voy a decir de ahora en adelante.

Practico en mi mente algunas frases que me hacen quedar bien sin parecer pretenciosa mientras finjo estar revisando mi celular.

Lo miro de reojo. Tiene una expresión intranquila en el rostro.

No entiendo qué está sucediendo. Tampoco tengo idea de con quién está hablando.

Pasan unos segundos y, cuando parece que su llamada está finalizando, oigo el crujir de la puerta de mi salón de clases. Es mi profesor.

— Adelante, Catalina. Pasa. Espero que sea la última vez que llegas tarde.

Maldita sea.

Se acabó mi minuto de gloria.

Volteo a verlo. Ya se estaba acercando a mí nuevamente. Con mucha pena, lo miro una última vez y entro en el aula. Él me hace adiós con la mano derecha.

Sonrío.

Sonrío mucho.

Y nada ni nadie borrará esta sonrisa de mi rostro. O al menos eso creo.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora