Capítulo 20

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El ser sin vida y aspecto demacrado se sentó en el escritorio frente a mí y le dió una calada a su cigarrillo. Dejó escapar el humo por su repugnante boca y me dió comezón en la garganta. Tosí un par de veces antes de hablar.

— Deja de fumar. Intoxicas mis pulmones. — El soldado bufó y se tragó el porro de nicotina. No quiero ni pensar en cómo lo va a sacar.

Lo miré directo a los ojos y me vi obligada a quitar la mirada. Su apariencia sigue intimidándome.

— Ya sé cómo romper la maldición — empecé —, pero necesitaré que me ayudes.

— ¿Qué es exactamente lo que tengo que hacer?.

— Aparecer cuando lo requiera... Y llevarme.

— ¿Llevarla a dónde? — preguntó. La conversación ya me estaba comenzando a desesperar.

— A Jerusalén — susurré y él rió con ganas.

— No durará ni media hora en la ciudad. Allí hablan hebreo...

— Creo no haber pedido tu opinión — hablé con autoridad y se cayó de inmediato —. Te estoy dando una orden. Soy consciente de todo a lo que me tengo que enfrentar, y a pesar de no ser complicado para mí, tendré un gran peso mental torturándome con la misma piedad que le tuvieron a Jesús.

Reinó el silencio dentro de la habitación, que fue derrocado por la sonrisa ladeada que me ofreció Trevor.

— Estoy asombrado de la gran madures que ha adquirido, señorita — expresó el soldado y se levantó de un tirón. Hice un esfuerzo para no inmutarme —. Pero, ¿Está segura de esto? Si usted me lo pidiera, podría matar al hombre que tiene la Optus faltante y ya está.

— No podemos, porque se llevaría a la tumba el paradero de la última gema. Solo él sabe en qué agujero la escondió — aclaré —. Además, mejor concéntrate en el encargo que te dí. — Él sonrió y comenzó a rodearse de su nube negra —. Mañana partimos — alcancé a decir antes de que desapareciera.

Suspiré con pesadez y me tiré sobre la cama. La avalancha de problemas que vendrá será tan grande que no estoy segura si podré soportarla yo sola.

Kira se subió a la cama y se acostó sobre mi estómago. Le acaricié el lomo con el mismo cariño que le tiene una madre a su bebé.

Unos golpes a la puerta me sacaron de mi trance, y un par de ojos verdes se asomaron tras ella.

— ¿Se puede? — preguntó y le hice un ademán para que entrara. Se sentó a mi lado y tapó su cara con ambas manos.

— ¿Qué pasa? — soltó un suspiro y me volteó a mirar.

— Finn quiere que vaya a conocer a sus padres — habló casi en un susurro. Sonreí abiertamente.

— ¡Eso es fantástico!.

— Sí, pero no creo que les agrade — murmuró con inseguridad e insuficiencia. Le acaricié el brazo y volteó a verme con los ojos empañados.

— ¿Por qué piensas eso? Ellos te amarán; además, Finn y Zack no te dejarán sola en ningún momento. No te preocupes por esa estupidez — la consolé. Ella me sonrió con tristeza.

— Gracias — dijo con sinceridad y me abrazó. Le correspondí al segundo, también necesitaba un consuelo.

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En la esquina de un departamento abandonado y moribundo, apareció un ser mortífero con intenciones asesinas. En medio de la sala, se encontraba una chica de cabellos negros como el alkitran atada a una silla. Tenía muy mal aspecto; moretones eran visibles en sus brazos y cortes decoraban sus mejillas sonrosadas. Era una presa tentativa para el demonio, pero su amo había sido específico y muy claro en que solo debía matar al hombre.

Krístals: El fin de la maldición [A.C. II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora