Capítulo único

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Gordito.

Era lo que pensaba al ver las mejillas de Tadashi.

No es que tuviera sobrepeso o un peso que no fuera el indicado para la profesión que practicaba. Estaba en la línea justa. Pero lo único que nunca se irían eran esas mejillas gorditas y suaves. Amaba cuando se lo quedaba viendo por más tiempo de lo normal y estas se calentaban ante el escrutinio, cuando estaban solos y él era un poco más confiado y las mordía suavemente. También cuando estaba muy agitado y el color rosado se le subía a los pequeños montículos en su rostro. Definitivamente le gustaba y mucho esa parte de él. Lo hacía ver como ese niño de ocho años al que molestaban en el parque.

Arte.

Era lo que su mente arrojaba al ver los pequeños puntos naturales en los pómulos del peliverde.

Los definían, lo endulzaban. Era bastante satisfactorio verlas y ponerse cerca para contarlas y detallar cada una como si fuera a desaparecer de su vista en cualquier momento. Tal vez él no era la mejor persona para expresarse, era asustadizo y algo fastidioso, pero cuando decía "Tsuki" con ese tono tan lindo, lo hacía derretir por dentro. Sus propios mofletes también estuvieran tan calientes como el magma, si no fuera porque aprendió a controlar su sonrojo y sus expresiones faciales.

Yamaguchi Tadashi era su maldición pero también su salvación. Era un viento refrescante que le traía paz y a la vez esa emoción desbordante en su vida. Su corazón latía tan rápido, sus ojos no obedecían sus órdenes y se enfocaban en él, sus manos sudaban por el nerviosismo y la ansiedad por tocarlo aunque sea un poco, picaba en sus poros. Era su mejor amigo, maldición. No era posible que tales reacciones sean propias de un sentimiento de amistad, ni si quiera la más unida.

—¿Tsuki?.—Mierda, Yamaguchi, no deberías mirar al rubio de esa forma. No si quieres hacerle perder el control. El peliverde caminaba con él tranquilamente a casa, los padres de este no estaban por sus constantes viajes y la poca atención en su hijo, se redujo a nada; por lo tanto este se refugió en el único sitio que sabía, sería bien recibido. La casa de Tsukishima. Sus padres adoraban a aquel chico, hasta se podría decir que lo amaban tal y como un hijo, siempre con unos abrazos cálidos, pláticas con muchas risas y un plato caliente de comida casera. Su familia era muy diferente a él, en muchas cosas.

—¿Qué?.—Lo que le sorprendió a Yamaguchi no fue la suavidad con la que dijo esas palabras, fue la intensidad de su mirar la que lo hizo sonrojarse de nuevo. Los ojos miel de su mejor amigo siempre le habían parecido inusualmente profundos, llenos de pensamientos y galaxias que jamás había conocido. El rubio nunca demostraba lo que sentía realmente, solamente él podía llegar a ver la faceta en donde este reía sinceramente, donde lloraba a moco suelto, donde se preocupaba por su familia y por él, donde se veía hogareño con un delantal recibiéndolo en la cocina con un "buenos días"; él y sólo él.

—Te veías algo perdido, ¿te sientes bien?.—No te acerques tanto Tadashi, estás cruzando terreno muy peligroso y Tsukishima Kei no se detendría jamás luego de haber probado lo que le había sido negado. Su mano aterrizó suavemente en su frente asegurándose que no tuviera algún resfrío, pero el ojimiel tomó su muñeca muy delicadamente y acarició la piel de esta, como queriendo grabarse a fuego esa sensación en su mente. El peliverde se sorprendió tanto como él, nunca en su vida había tenido ese tipo de contacto cariñoso—únicamente cuando niños—y ahora que había tenido una probada de la suave piel canela de su mejor amigo y amor platónico, esperaba ser lo suficientemente bueno como para intentar cortejarlo y formalizar su relación "ir y venir".

—Sí, no es nada, sólo... Te ves adorable, Tadashi.—Sorprendido por la soltura de su lengua, se dio la vuelta volviendo a caminar hacia su hogar, siendo seguido por un—ahora—Yamaguchi mudo. Quien sólo rozaba de vez en cuando su brazo y se sonrojaba seguro por algo que pensó. Al llegar, se sentaron en el escalón para poder quitarse sus zapatos con más comodidad, dándose miradas llenas de preguntas y llenas de amor.—Ya llegamos.—Exclama sin ganas el de lentes al cual luego de ese grito ensordecedor que retumbó en toda la casa, la suave risa de Yamaguchi se hizo escuchar.

Cheeks and FrecklesWhere stories live. Discover now