LA ETERNA FRACASADA

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Parecería como si el intenso brillo del sol de aquella mañana estuviera provocando que la gente sin hogar buscara refugio en la sombra de los árboles que, adornaban los barrios más alejados de una ciudad hundida en el oscuro follaje de un extenso bosque. Personas desterradas, sin ningún lugar al cual volver, o terminar; donde los más afortunados apenas y tenían un techo desplomado sobre sus cabezas. Chozas hechas con palos de abeto, que no podían si quiera intentar compararse con los hogares construidos con adoquines, sostenidos por gruesas vigas de roble.

           En días como esos, no era extraño que alguna de las cabañas comenzara a incendiarse, haciendo perder todo lo poco que tuviesen las personas que vivían ahí. Era trágico, pero no era lo peor que podía suceder, ya que si el fuego no se controlaba las resinas que usaban del propio abeto para mantener en pie sus hogares, al ser sumamente volátiles, propagaban rápidamente el incendio, y era muy probable que todo el barrio desapareciese en cuestión de horas. Aunque claro, siempre habría suficientes pinos en el bosque luego de que la desgracia acabara.

           De un modo u otro, todos los que habían permanecido mucho tiempo en ese lugar habían vivido una tragedia, pero de entre toda esa miseria, había un lugar que resaltaba. Una choza que, si bien, no era más que las demás tenía un pequeño cultivo que sus dueños habían logrado hacer florecer de entre el barro y la mugre en aquel terreno. Trabajo y esfuerzo en la tierra labrada eran virtudes poco apreciadas en aquellos lugares. La mayoría de la gente en esa situación tan denigrante, optaba por medios un tanto más nocivos para llevarse de comer algo a la boca.

           Muchos de los tablones de aquella morada tan precaria no estaban realmente unidos con nada, más que con la intención de que permanecieran juntos. Las grietas entre las tablas permitían al frio de la noche y a las gotas de lluvia se filtrase en cualquier momento que quisiesen, aunque para suerte de los moradores de aquel recinto, esa mañana en particular tenía un clima de lo más misericordioso; al menos para ellos. Los rayos del sol eran tan intensos que, aun sin tener ninguna vela encendida, al entrar estos por las hendiduras de la madera, disipaba la penumbra del lugar; al menos en una gran medida.

          Sin embargo, y pese a que todo parecía de lo más normal, ese día. Quienes pasaban por la calle donde esa casa se encontraba, tenían que soportar los dolientes quejidos que provenían desde el interior de aquella choza. Los gritos provenían de la garganta de un hombre demacrado, que en aquellos momentos estaba postrado en una cama sollozando. Siendo atendido por una mujer con sus dos niñas. El sujeto no hizo más que gritar, a la hora de que su compañera de vida comenzó cambiar la venda de su tibia.

          — ¡Maldita sea, mujer! —Los gritos de suplicio del hombre, retumbaron dentro y fuera de la morada.

          Temerosas de lo que el hombre pudiese hacer aun estando en aquella deplorable situación, las dos pequeñas se retiraron inmediatamente a la otra esquina del recinto, tan rápido que, casi derriban un caldero a medio llenar de estofado. Ambas se encontraban afligidas al ver como el sujeto se sumía en su dolor, pero de entre las dos, era la mayor quien lo observaba de manera más atenta.

          El lacio fleco de su cabello ocultaba gran medida su frente, hasta llegar a sus ojos, los cuales brillaban como la caoba recién pulida, no dejando de moverlos en ningún momento, era como si los estuviera escondiendo. Los nervios le hacían sentir una urticaria que no paso mucho tiempo antes de que la atendiera en sus brazos blancos cubiertos por las telas andrajosas de un vestido que solo resaltaba por la cantidad de parches que tenía.

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⏰ Last updated: May 13, 2019 ⏰

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Oni's : El Legado OcultoWhere stories live. Discover now