IX

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Capítulo 9

Reunión de reyes


―¿Cuándo se hará la ceremonia por los caídos en la batalla de Phox? ―indagué, juntando mis manos por encima de la mesa, mirando expectante a las seis personas frente a mí. 

Phox era el escondite lumbiano donde el enemigo me había tenido cautiva y de donde había logrado escapar con ayuda de mi poder, también de El Ser misterioso, y gracias a la alianza de los cinco reinos más fuertes. Sin embargo, habían muerto diez personas. Entre ellas, Kara, una guerrera que había sido de mi grupo inicial.

―Esa no es una prioridad ―espetó Max, claramente fastidiado con mi pregunta―. Estamos llegando a la batalla final.

―Quizá para ti no lo sea, pero para los familiares de los caídos sí lo es ―repliqué seca―. Murieron peleando por nuestra causa.

―Volviendo al tema anterior... ―Max continuó, ignorándome, siguiendo con su papel de agente de estrategia. Giró la cabeza hacia el otro lado, y cuando la luz del techo iluminó su mejilla, noté que tenía una contusión por un lado de su nariz―. La estrategia de entrada al castillo Weaket de Lumba se realizará en un movimiento bilateral...

―La princesa estaba hablando. Cállate ―lo interrumpió Theo, duro y brusco.

Max movió lentamente la cabeza hacia él, su mandíbula palpitó, y Theo se irguió en la silla, imponiéndose silencioso. Sus miradas asesinas me pusieron aún más tensa.

Arturo Jatar, jefe de las Fuerzas Secretas de Atanea (y padre de Theo), levantó una mano y se aclaró la garganta con la misma brusquedad.

―Agentes ―los frenó en tono de regaño, y giró su cara hacia mí. Su expresión se suavizó―. Princesa, los cuerpos fueron enviados a los reinos correspondientes y hay delegaciones que se encargarán de rendirles honor como corresponde. ―Asintió en mi dirección y se volteó nuevamente para mirar con advertencia a Max y Theo.

Arturo era una versión vieja de Theo, una versión mucho más madura en todo sentido. Irradiaba liderazgo y confianza. Era la mano derecha de mi abuelo, y no me costaba entender por qué lo había escogido. Provocaba respetarlo solo con su respirar. Callaba a Max Bourne y a Theo solo con mirarlos, y era el único que escuchaba pacientemente las opiniones de todos. Sus ideas eran increíblemente inteligentes. Sin duda alguna, digno de dirigir ejércitos y fuerzas.

La autoridad máxima del reino Ragnus, la reina Petra, una mujer de cabello castaño liso hasta los hombros, de mirada aguda y negra, con una nariz afilada, hizo sonar tres veces su lápiz sobre la mesa. Era evidente que la riña había colmado su paciencia.

―Jatar ―se dirigió a Arturo―. ¿Plan de ataque para entrar en el castillo Weaket?

―Como informó fugazmente Bourne ―habló, dándole una mirada rápida a Max―, será una formación bilateral que finalizará como entrada de embudo.

―Si ese es el plan... ―Douv, el presidente del reino Azgar, el reino de la nieve, se inclinó sobre el mapa estratégico con figuritas que estaba encima de la mesa―. Avanzaremos por el límite del centro de la ciudad y al final nos reuniremos en la cima previa al castillo. ―Apuntó un punto marcado con amarillo.

―Efectivamente ―asintió Arturo.

Percibí que Theo me miró de reojo cuando mis ojos estaban clavados en el mapa.

―En ese lugar todavía hay civiles lumbianos que se niegan a retirarse ―interrumpí con firmeza―. Los corruptos de Lumba intentarán impedirnos el avance y en esos conflictos se cobrarían vidas inocentes. Quedarían atrapados en el fuego.

Princesa de sangreWhere stories live. Discover now