→Lo que hace una mentira

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Estuve una semana encerrado en mi habitación, sin comer, sin hablar con nadie.

Mi teléfono estuvo apagado todo ese tiempo.

Y, a medida que pasaban los días, sentía como el dolor opacaba todos los demás sentimientos.

Era un cobarde.

Pensaba permanecer ahí, tal vez hasta que Dakota se cansase de esperar y no necesitase hacer nada más.

Pero, cada vez que encendía mi teléfono en pequeños periodos de tiempo, el número de mensajes y llamadas pérdidas suyas aumentaban.

Y sólo me hacía sentir peor.

No pensaba salir. Tenía días ignorando a mis hermanos tocando la puerta de mi habitación, incluso los llamados de papá y simplemente estaba intentando ver cuánto soportaría mi cuerpo sin comer o beber agua adecuadamente.

Pero no permaneció así.

Porque una mañana, me desperté con el sonido de madera quebrándose y me levanté de un salto, abriendo los ojos como platos al ver a los hombres de mi padre y la puerta de mi habitación salida de sus bisagras.

Pero el pánico me caló hasta los huesos al ver a papá detrás de ellos con una sonrisa en el rostro.

—¿Qué...? —jadeé, viendo a los hombres acercarse a mi rápidamente, tomándome de los brazos para levantarme de la cama, evitando que pudiese moverme—. ¡¿Qué demonios?! ¡Suéltenme!

Traté de forcejear con ellos pero fue en vano, pues su fuerza sobrepasaba la mía.

—Papá, ¿qué demonios pasa? —solté y su sonrisa solo se ensanchó mientras se acercaba a mí con una calma que me daba escalofríos.

—¿Qué pensabas, Elliot? —empezó, con demasiado cinismo para mi gusto—. ¿Que podías encerrarte aquí y eso te liberaría de el trato que hiciste?

—Yo...

—Pues no —me cortó—. Tu vuelo sale esta noche, tu departamento ya está pagado así como la matrícula de tu escuela. Tus cosas serán enviadas mañana —sonrió—. Ahora, chicos, saquenlo.

No logré procesar todo antes de que los hombres me sacaran a rastras de casa, sin escuchar mis gritos, sin importarles las miradas de burla de mis hermanos y simplemente me lanzaron al jardín.

Caí en el frío césped sintiendo la respiración faltarme y vi a los dos hombres lanzarme una muda de ropa, mi celular y mi billetera.

—¡Papá! —exclamé y simplemente sonrió.

—Espero que disfrutes tu vida en América, hijo —soltó y, sin decir nada más, cerró la puerta de un portazo.

No pasaron diez segundos cuando las lágrimas ya me surcaban las mejillas.

Desesperado, me levanté del suelo y comencé a aporrear la puerta, llorando a gritos que me dejasen entrar, que me escucharan.

Pero, como siempre, nadie lo hizo.

Me dejé caer de rodillas y lloré, lloré por quién sabe cuánto tiempo mientras la realidad me llegaba de golpe, a la vez que pensaba en esos ojos azules.

Dakota.

¿Qué le diría a Dakota?

Papá era capaz de investigarme durante mucho tiempo para vigilar si no había conseguido alguna manera de estar con él y, conociendo a Dakota, si le decía que me iba, trataría de seguirme.

Apreté la grama entre mis dedos, arrancándola y, por un segundo, me tragué todo el dolor.

Me tragué cada sentimiento.

Lo Que Hemos Olvidado [gay/yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora