El Secreto de Karen

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Me llamo Karen Armstrong y soy una dámara inválida.

Los dámaros somos una especie milenaria, con poderes especiales, que existe con el propósito de servir y de proteger a los humanos de monstruos inmortales que se alimentan de la energía humana y del poder dámaro.

Los llamamos despojados porque en algún momento han sido dámaros a los que se les ha arrancado la piel hasta dejarlos sin identidad ni conciencia. Su única motivación es cazar para alimentarse, aunque pasan la mayor parte de su existencia durmiendo. Sobre todo cuando hace mucho que no se alimentan. Ese es el estado en el que nos gusta tenerlos: dormitando sin asesinar a nadie durante décadas o siglos. Habitan las cuevas de las montañas, lejos de las ciudades, lejos de estímulos sensoriales que pudieran despertarlos.

Por supuesto, nunca he visto a uno en mi corta vida. A mis doce años, las apariciones y ataques de estos poderosos seres han sido escasas y controladas. Hasta hace una semana, estaba convencida de que nunca vería uno en persona. Soy una inválida, una dámara que aún no ha manifestado su poder, y eso solo puede significar unas cosa: no tengo ningún poder.

Esa es una buena razón para creer que nunca tendría que enfrentarme a uno de los monstruos, pero hace una semana las cosas cambiaron. La escuela dámara fue atacada por cuatro de ellos, murieron varios estudiantes. Algo así no había ocurrido en siglos, y no ha sido más que el comienzo del desastre porque, unos días después, una ciudad humana entera fue arrasada por una horda de despojados. Provenían de las montañas cercanas, pero el hecho de que despertaran y de que llegaran hasta la población, que además tenía la puerta de su muralla abierta y sin un solo dámaro custodiándola, es de lo más sospechoso. El ataque debió de ser orquestado por alguien.

Las noticias no hablan de otra cosa. Los dámaros más poderosos se echan la culpa unos a otros mientras que los humanos exigen explicaciones y la cabeza del responsable.

En mi casa la tensión es aún mayor, pues los Armstrong somos una de las familias más importantes de Dámara. Mi abuela, mi madre y mi padre son miembros del Parlamento Dámaro, siendo mi madre la máxima responsable de la protección de los humanos. Es su cuello el que tiene la soga más apretada.

No obstante, mi madre nunca muestra su dolor. En eso me parezco a ella. Ahora mismo ella hace la lista de la compra, dice que no queda detergente y otras cosas sin importancia.

Mi madre es débil. En eso no quiero parecerme a ella, pero la gota de sangre que chorrea por debajo de la manga de mi sudadera hasta cruzar mi mano me recuerda que lo soy. Soy incluso más débil e indefensa que ella, porque al menos mi madre tiene su poder y una gran posición dentro de la sociedad dámara.

Oculto mi mano en la manga, arrugándola en un puño para contener la sangre, y me bajo del taburete de la cocina para escabullirme al baño. Solo allí me atrevo a levantar la tela y contemplar la quemadura en mi antebrazo, que es tan profunda que ha abierto la carne en una herida sangrante. La lavo con agua fría y la desinfecto con una gasa empapada en antiséptico que saco del botiquín. Me echo la misma crema para quemaduras que he usado ya antes; no ha servido de mucho, pero es todo lo que puedo hacer.

El rostro de Arthur Bohan aparece en mi mente cuando me miro al espejo. Pálida y ojerosa, me comparo con su bronceada piel de aspecto saludable y siento el sabor del odio en mi boca.

Arthur es un compañero de clase, su poder es el de la sanación. Aunque suene romántico, los sanadores pueden llegar a ser de lo más crueles. Su poder funciona sobre el estado del cuerpo, el suyo propio y el de otros. Esa es la razón por la que Arthur tiene un aspecto perfecto: la piel morena y tersa y un cuerpo que rebosa salud. Es algo que se hace a sí mismo. A mí, por lo contrario, me aplica su poder de forma distinta. Hoy ha decidido crear una quemadura en mi brazo, pero su imaginación no tiene límites.

ESCENAS EXTRA DE MI PIEL DAMARAWhere stories live. Discover now