Capítulo 5

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A pesarde que el cuartel avanzaba igual que siempre, le seguía resultandoextraño. Sus pasos recorrían aquel angosto pasillo dejando unexcesivo eco tras de sí. Solo una persona había desaparecido deaquellos pasillos, ¿por qué su ausencia se notaba tanto?

Esamujer solía ser bastante ruidosa hasta en las reuniones másimportantes. Su presencia quedaba siempre clara, eso era obvio. Pero,aún así, parecía que todo se hubiese detenido a su alrededor.

Todoslos soldados continuaban con sus quehaceres. El trabajo de oficina nose había parado y se organizaba la siguiente misión. No obstante,cuantos más días pasaba, más notaba su falta.

Alsalir por la puerta principal, el sol le cegó momentáneamente,impidiéndole ver nada. No encontró mucha diferencia a cuando seencontraba en la penumbra. Avanzaba con una venda en sus ojos sin serconsciente de hacia donde se dirigía.

Unaenorme mano le dio unos golpecitos en el hombro. Como si lo empujasehacia adelante.

-¿Quién irá contigo hoy? - preguntó Erwin con su siempre aparentetono tranquilo y relajado.

- Petray Auruo. Gunther y Erd se quedan a comprobar la maquinaria – hizoun ademán hacia delante zafándose con disgusto de su mano - ¿Esrealmente necesario que vaya yo? Mis subordinados son losuficientemente independientes como para-

- Sí,es necesario. El instructor me ha notificado de la aparición de unaserie de cadetes prometedores. Quiero confirmarlo por mí mismo. Túeres el más adecuado para observar su potencial.

-Preferiría no tener que relacionarme con esos críos.

- Puedeque algún día uno de ellos forme parte de tu escuadrón, te vendríabien observar a tus futuros compañeros para comprobar susdebilidades y fortalezas.

- Lodudo – carraspeó.

El caboBossard se acercó hacia su superior llevando de la mano su caballo.Detrás suya, Petra permanecía sentada sin dirigirle la mirada. Yahacía más de medio año desde que aquello había sucedido.

Cuándose le notificó esa extrema vigilancia hacia los nuevos cadetes,pensó en llevar a sus mejores reclutas, a Erd y Auruo. Los que másvictorias en solitario llevaban. No obstante, no podría seguirexcluyéndola de aquellas misiones. Tenerla siempre recluida en elcuartel no era lo mejor.

Pero,era inevitable. Tan solo por evadirle había desobedecido variasórdenes y puesto en peligro a sus compañeros en varias ocasiones.Su comandante ya le había notificado esa acción. Si no conseguíadisciplinarla, posiblemente tendrían que relegarla a otro escuadrón.

Pensaren todas aquellos trámites burocráticos le resultaba asfixiante.Esperaba que aquel extraño comportamiento se le pasase pronto a lachica.

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Niños.Niños dispuestos a matar. ¿Desde cuando había nacido esesentimiento de heroísmo entre el pueblo? Eran un escuadrón bastantenumeroso. Estaba acostumbrado a observar muchas menos filas decadetes.

Nohabía nadie que le llamase especialmente la atención. Pero, erandemasiado jóvenes. Muchos de ellos morirían antes de que pasase unaño desde su alistamiento a cualquiera de sus tropas.

Los quequizás sobrevivirían más tiempo, quizás, los que se quedasen enlas murallas. No era extraño observar, como soldados de la policíamilitar o la tropa estacionaria se casaban y aumentaban la prole.Pero, incluso dentro de la tropa estacionaria tenían continuas bajasdebido a los incesantes ataques de los titanes. Recuperar el terrenoperdido ya se había dado como una causa absurda.

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