La muerte acecha

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— ¡¿QUÉEEEE?! — gritaron todos, poniéndose en guardia —. es una broma, ¿verdad?.

— Créanme que me gustaría que lo fuera, pero no es así — dijo Zen, apesadumbrado —. Esa misión me fue encomendada por mi maestro, ordenada por el Señor del Fuego Ozai.

Nadie se atrevía a hacer o decir nada, estaban horrorizados y sólo pensaban en defenderse de ese guerrero que los había vencido tantas veces antes.

— Como ronin — empezó a explicar Zen —, mi sensei y yo fuimos contratados por el Señor del Fuego para realizar esto, y es así que obligamos a un maestro-tierra que sabíamos era experto, el mejor en metal-control; a que forjara dos dagas "tanto" y una espada katana, utilizando las fuerzas de la naturaleza y sus elementos para ello. Luego de mucho esfuerzo, que casi le cuesta la vida lo logró, resultando dichas armas mucho más poderosas de lo que mi sensei esperaba, y sólo yo tuve la habilidad y la fuerza, tanto física como espiritual, para dominar y manejar esas armas. Pero, cuando me comunicaron mi misión, comencé a preguntarme el por qué de tanta molestia y trabajo para terminar con la vida del Avatar. Entonces comprendí el alcance de la ambición del Señor del Fuego, y el miedo que siente en su corazón por ser vencido. Incluso supe que llegó a sacrificar parte de su propia familia, en aras de sus ansias de poder.

En este punto los chicos bajaron la guardia, y Zuko cerró los ojos atormentado por ese recuerdo mientras Zen continuaba hablando.

— Fue entonces que cuestioné por vez primera a mi sensei, y confirmé lo que sospechaba. Él estaba corroído también por la ambición, y la promesa de poder del Señor del Fuego. Me dijo que si no obedecía me mataría, y entonces pensé en un plan, que requería que por el momento me callara. Fui a escondidas a ver al maestro-tierra, y lo ayudé a escapar a cambio de que me entregara las armas como estuvieran. Él aceptó, y me sorprendió ver que ya las tenía listas, y pude comprobar su fuerza al enfrentarme a mi sensei con ellas, pues descubrió mis planes.

— ¿Y qué sucedió? — preguntó Katara con algo de miedo — ¿L-lo mataste?

— No. Él me venció. Aún no era muy diestro manejando esas poderosas armas, y él lo sabía. Me exigió entregarle las armas a cambio de mi vida, pero me negué a dárselas, y dijo que él sería entonces quien acabaría con el Avatar. Me llevó ante el Señor del Fuego para que decidiera mi suerte, y en cuanto lo tuve enfrente le arrebaté las armas a mi maestro, iniciando la lucha. Ozai me apuntó con sus relámpagos, pero fui muy rápido y le dio a mi sensei, pero extrañamente no murió de inmediato. Ozai aprovechó y escapó, y yo atendí a mi sensei, pero era tarde, estaba moribundo. Aún así, me rogó que lo redimiera, que corrigiera los errores que su ambición provocara, y que si algún día hallaba al Avatar le prestara la ayuda que mi corazón creyera correcta. Es por eso que estoy arrepentido de haberme vuelto asesino, y creo que esto que les pediré es la mejor manera de ayudarles en su lucha.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó Sokka.

Zen calló por un momento, y arrodillándose frente a todos desenvainó su katana y se las ofreció, e inclinando la cabeza les rogó a todos.

— Por favor, mátenme.

— ¡¿Quéee, que dices, estás loco?! — dijo Toph saltando por la sorpresa.

— ¿Pe- pero, p-por qué? — atinó a preguntar Aang.

— Si deja de existir quien pueda manejar o enseñar a manejar esta espada y sus dagas, el destino que quieren alcanzar no correrá más peligro que ahora mismo. Por favor, mátenme.

Los amigos solo miraban a Zen, pero no se atrevían a moverse de su lugar, mucho menos a tomar la espada del samurai. Luego de un pesado silencio, Katara habló.

Avatar, la leyenda de Aang: Los dos hermanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora