La ciudad del descanso.

Prólogo.

El primer visitante fue, sin lugar a dudas, el más afortunado. Un pequeño niño, con la edad suficiente para caminar solo sin caerse, hablar con personas y tener una charla medio decente. Lo típico en un niño que recién está aprendiendo las cosas básicas de la vida.

Este recién llegado, poco duró allí, y el recuerdo de la visita a la ciudad se perdió con el pasar de los años, perdiéndose así un recuerdo que, muy probablemente, habría causado en el joven daños irreparables.

Más adelante, sin saber qué ocurría exactamente, un adulto apareció en este extraño sitio, desconcertado y abrumado por no saber nada. Las sombras y los extraños sonidos, provenientes de todo a su al rededor, terminaron por volcar su mente a la locura total. 

Pocas personas salían de allí con la cordura suficiente para llevar el relato a otra gente, transformándose así en un testigo más de lo que otros hombres y otras mujeres también relataban. La ciudad ya se comenzaba a hacer famosa, y no precisamente por algo bueno. 

Los psicólogos más experimentados, abrumados por la situación, se juntaban frecuentemente para conversar sobre los extraños acontecimientos que tenían lugar en distintas partes del mundo. Sin importar de qué país fueren, sin importar si se conocían o no, los testigos relataban historias diferentes, en la misma ubicación.

Los hospitales mentales comenzaron a recibir más y más pacientes, todos con los mismos síntomas, todos con las mismas condiciones, y todos repitiendo las mismas palabras.

Sin embargo, los gobiernos, locales y extranjeros, culpaban a la paranoia de la gente, e insistían en que no ocurría nada extraño en el mundo. Pero, los amantes a las teorías y conspiraciones, saltaban con cosas alocadas y sin sentido, como decir que el gobierno estaba controlando a la población mediante inducciones a sueños aberrantes y descabellados.

Sea lo que fuera, en muchos lugares se hablaba de ello, y no era para menos, pues en todas partes se oía mencionar a la tan famosa Ciudad del descanso.