Capitulo 4

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Harry lanzó un gruñido tan pronto como envió el mensaje. La última frase podía malinterpretarse; no obstante, no creía que Mia lo hiciera. Lo único que él quería era hacer un favor a Mia por todo lo que ella había hecho por él en el pasado.
Había pensado en Mia a lo largo de los años y lo había hecho con sentimiento de culpa por lo mal que la había tratado. Habían acabado siendo amigos, pero a escondidas. Su machismo y la vergüenza que le había dado su retraso académico no le habían permitido dejar que nadie notara el respeto que sentía por la apocada quinceañera.
Aunque la contable no le hubiera dejado plantado, habría buscado la manera de ayudar a Mia.
Se dio la vuelta en la cama, harto de no poder conciliar el sueño. A veces envidiaba a su hermano Liam por tener a una mujer a su lado todas las noches. La alegre personalidad de Zoe era el complemento perfecto a la seriedad de su hermano.
Harry había oído reír a su hermano durante los últimos meses mucho más que cuando eran pequeños. Liam estaba mucho más feliz, menos estresado y de mucho mejor humor.
Se sentía culpable respecto a Liam. Tras la desaparición de su padre veinte años atrás, Liam, con apenas dieciséis años, tuvo que ayudar a su madre a dirigir el Silver Beeches Lodge, un hotel de lujo que daba grandes beneficios económicos.
Mientras el resto de los hermanos seguía con sus estudios, Liam tuvo que renunciar a todo para encargarse, junto con su madre, del negocio familiar. Aunque nunca se había quejado, e incluso le había dicho a él que dirigir el hotel con Maeve Styles le gustaba.
A pesar de ello, Dylan esperaba que Zoe ayudara a Liam a conseguir cosas a las que había tenido que renunciar. Su hermano mayor era un tipo magnífico y se merecía lo mejor.
Harry suspiró y, por fin, poco a poco sucumbió al sueño. Iba a tener que pintar el apartamento antes de que Mia se instalara, cambiar los muebles e incluso...
Mia tenía la suerte de no poseer muchas cosas. La mayoría de sus pertenencias consistía en libros, estanterías, artículos de cocina y ropa. Con la ayuda de Janette, pasó un fin de semana guardando sus pertenencias en cajas que se llevó la empresa de almacenamiento que había contratado y a la que pagó tres meses por adelantado, pensando que en ese tiempo encontraría trabajo y podría alquilar otro
piso. Seguía sospechando que Harry le había ofrecido trabajo por hacerle un favor, pero no iba a rechazarlo; sobre todo, ahora que no tenía dinero para seguir pagando el alquiler de su casa. Ocho semanas, doce como mucho, le parecía razonable.
Otra ventaja era la posibilidad de tener una aventura amorosa con Harry. Él era un hombre y ella una mujer, lo único que tenía que hacer era conseguir que Harry se fijara menos en su inteligencia y más en sus curvas.
Cora, por suerte, se había pasado durmiendo la mayor parte del tiempo que habían estado empaquetando. El novio de Janette se había ofrecido voluntario para ir a recoger el pequeño remolque que ella había alquilado y en el que iba a meter todo lo que necesitaba para llevarlo a Silver Glen.
Cuando Mia, tras despedirse de Janette, se marchó de la casa en la que había vivido, estaba agotada. Pero también tenía la sensación de que comenzaba algo nuevo. Y, además, volver a Silver Glen le parecía maravilloso.
Cinco horas más tarde, al doblar la esquina de la calle en la que estaba el Silver Dollar, tuvo que dar un frenazo para no chocarse con un camión de bomberos. Delante de ella, dos barricadas le impidieron el paso.
Mia bajó la ventanilla del coche y sacó la cabeza para hablar con un policía.
–¿Qué pasa? –no tenía la visibilidad suficiente para ver la causa de la conmoción.
El policía se encogió de hombros.
–Un incendio en el Silver Dollar, pero ya está controlado.
Mia se quedó sin respiración.
–¿Y Harry?
El policía notó su preocupación, porque añadió inmediatamente: –No le ha pasado nada a nadie, señora. El incendió ha ocurrido
esta mañana, pero el establecimiento estaba vacío.
Mia se recostó en el respaldo del asiento y trató de recuperarse. –Iba a reunirme con una persona ahí.
El policía miró el asiento posterior, en el que estaba Cora con un
chupete.
–¿En el bar? –preguntó el agente con incredulidad.
–El señor Styles me ha contratado, soy su nueva contable.
Voy a vivir en el apartamento de encima del bar.
El hombre sacudió la cabeza.
–Lo siento, pero hoy no va a poder ser. El primer piso está completamente destrozado.
Harry, apoyado en una farola de la calle, contemplaba con estupefacción lo que quedaba de su bar. Por suerte, el piso bajo no había sufrido grandes daños, pero le llevaría un tiempo arreglarlo y volver a abrir el bar. Por supuesto, podía pagar a sus empleados, pero aún tenía el problema de Mia y de su hija.
Mientras reflexionaba alguien le tocó el brazo. Al volverse, se encontró con Mia, que le miraba fijamente y con la niña en los brazos.
–¿Qué ha pasado, Harry?
–Al parecer ha sido culpa mía. Como la semana pasada hacía mucho calor, he dejado encendido el aire acondicionado del apartamento durante la noche; no quería que tú y la niña os abrasarais al llegar. Por lo que uno de los policías me ha dicho, ha debido haber un cortocircuito.
Mia miró el edificio, aún lleno de bomberos e investigadores. Todos querían asegurarse de que el fuego no se extendiera a los edificios contiguos.
–En fin, se acabó. Qué le vamos a hacer.
–¿Qué quieres decir?
–Que Cora y yo tendremos que volver a Raleigh.
Harry notó resignación en la voz de Mia.
–No digas tonterías. Lo único que cambia es que Cora y tú no vais a poder quedaros en el apartamento. Pero yo tengo una casa enorme y muchas habitaciones de sobra.
Mia alzó la barbilla.
–No, ni hablar. No quiero ser una carga para nadie.
Durante un instante, Harry notó en ella una chispa de carácter que nunca antes le había notado. Quizá Mia no fuera tan apocada como había supuesto.
–Te he contratado. Te denunciaré si no cumples con tu parte del contrato.
Ella empequeñeció los ojos.
–No digas estupideces.
–Aunque el edificio está hecho un desastre en este momento, sigo dirigiendo un negocio y tengo mucho papeleo.
–En ese caso, tendré que alquilar una casa mientras estás de
obras en el bar.
–En primero lugar, hay muy pocos sitios para alquilar en Silver Glen. Y aunque encontraras una casa, solo hacen contratos de un año como mínimo. Y, por lo que me dijiste, no piensas estar aquí tanto tiempo, ¿no es así?
–Tienes respuesta para todo, ¿eh?
–Vamos, Mia, no es para tanto. En serio, mi casa es enorme, no te voy a molestar en absoluto.
–¿Y si la niña te molesta a ti? ¿Y si Cora se pone a llorar en mitad de la noche?
Harry sonrió maliciosamente. A pesar de todo lo que había pasado, estaba de buen humor.
–Lo soportaré. Vamos, Mia, éramos amigos.
–He cambiado. Ya no me dejo llevar por la gente.
–Por lo que recuerdo, nunca te dejaste –Harry se encogió de hombros–. Es más, creo que eras tú quien me mangoneaba todo el tiempo.
–No lo habría hecho si tú no hubieras sido tan cabezota.
–He cambiado –repitió él, imitándola.
–Ver para creer.
–En ese caso, todo arreglado. Deja que vaya a por mi coche y tú me sigues.
–No he accedido.
–Sabes que lo harás antes o después. No te queda más remedio que pasar unas semanas conmigo. Vamos, Mia, anímate, no va a ser tan terrible.
Mia sabía que Harry Styles era rico, todo el mundo lo sabía. Pero cuando se pasaba un tiempo con él, la gente lo olvidaba porque Harry se había pasado la vida demostrando que era un tipo normal.
Sin embargo, la verdad era diferente, pensó Mia mientras seguía a la camioneta de Harry por una carretera serpenteante al salir de la
Ciudad. Salieron de la carretera principal para tomar una secundaria flanqueada por sauces llorones cuyas copas se juntaban a ambos lados del camino creando un frondoso túnel vegetal por el que se filtraban los rayos del sol.
Cora dormía, aunque el hambre la despertaría pron-to. Por suerte, al doblar una curva, la casa de Harry apareció a la vista.
Llamar casa a aquello era como decir que la Mona Lisa era un pintarrajo. Harry y el arquitecto habían creado un lugar mágico propio de un cuento de hadas. La construcción, a base de piedra, madera oscura y cobre, estaba rodeada de maduros árboles de madera noble; delante, corría un arrollo serpenteante sobre el que se había construido un puente; cerca había un mirador y las flores salpicaban el jardín de modo natural.
Mia paró el coche detrás del de Harry y apagó el motor. Justo en ese momento, Cora se despertó.
Mia no dejaba de maravillarse de que ese ser tan pequeño y perfecto fuera su hija. Excepto por el hecho de que dormía por el día y estaba despierta por las noches, Cora no daba problemas. Ya sonreía y sus brazos y piernas eran la viva imagen de la salud.
Harry se acercó a ella para ayudarla con la bolsa de los pañales y una pequeña maleta.
–Puedes elegir la habitación que más te guste –le dijo mientras subían los escalones de la entrada–. En el primer piso hay cuatro dormitorios, pero supongo que no querrás estar subiendo y bajando con Cora todo el rato. Me parece que te gustará la habitación de invitados del piso bajo, tiene un pequeño cuarto de estar; Cora podría dormir allí y tú en el dormitorio.
Después de que Harry abriera la enorme puerta de la entrada principal de la casa, Mia, al entrar, se quedó boquiabierta. El interior era propio de una revista de arquitectura. Encima de donde se encontraban había una marquesina con una preciosa barandilla semicircular a través de la cual se veían unas puertas que debían dar a los dormitorios que Harry había mencionado. La zona de estar, en el piso bajo, tenía el techo abovedado; estaba en el centro y de ella salían dos alas, una a la izquierda y otra a la derecha.
–La cocina está ahí –dijo Harry, señalando con la mano–. En la dirección opuesta hay dos suites grandes.
A Mia se le encendieron las mejillas. Harry acababa de decirle que Cora y ella iba a ocupar el ala de la casa en la que él tenía sus habitaciones. Podía elegir uno de los dormitorios del primer piso, pero Harry tenía razón, con la niña era más fácil quedarse en el piso bajo.
Cora comenzó a lloriquear y Mia se dio cuenta de que tenía que darle de mamar inmediatamente. Por suerte, Harry también se dio cuenta y le indicó la zona de la derecha.
–Al otro lado de la cocina, cruzándola, hay un mirador con sillones. Ahí estarás cómoda –Harry acarició suavemente la cabeza de Cora–. Me parece que tiene hambre, ¿no? Se está portando muy bien, ¿verdad?
Mia asintió. La proximidad de él le dificultaba la respiración.
–Ahora es fácil viajar con ella, creo que será peor dentro de unos meses, cuando empiece a gatear y a querer ir de aquí para allá.
Harry sonrió.
–Bueno, si quieres, mientras le das de comer, yo puedo ir descargando el remolque y colocar la cuna.
–No puedo permitir que te tomes tantas molestias –protestó ella débilmente.
–¿Podrías decirme cómo vas a descargar tus cosas con una niña en los brazos? –preguntó Harry.
–No es necesario que hagas demostraciones de lógica.
Harry le puso un brazo en los hombros y la empujó hacia la cocina.
–Vamos, dame las gracias y ya está. Mia suspiró.
–Gracias, Harry.
–De nada, Mia. Vamos, vete a darla de comer o le va a dar un ataque. Yo me encargaré del resto.
A Mia le encantó el mirador: mobiliario cómodo, una hamaca colgada de una estructura metálica en un rincón y una estantería repleta de libros. Eso le dio que pensar. Harry tenía problemas con la lectura, pero quizá había conseguido superarlos.
Mia se imaginó a sí misma en esa estancia estudiando, jugando con Cora, tejiendo una chaqueta para una persona querida... En ese instante, se dio cuenta del peligro que corría.
Ver a Harry a diario en el bar habría sido mucho menos íntimo que vivir en su casa en medio de un bosque. A pesar de la tonta fantasía de seducirle, sabía que lo mejor que podía hacer era mantener las distancias con él durante su estancia en Silver Glen.
Era fácil imaginar tener una aventura amorosa con Harry, pero eso no era propio de ella. No podía tomarse las relaciones a la ligera, no sabía; y, para ella, el sexo tampoco era un juego.
Se sentó, colocó los pies en una otomana, le dio un pecho a Cora y paseó la mirada por el jardín a través de la cristalera. Era un paraíso con árboles perfectos para que un niño encontrara irresistible la tentación de subirse a sus ramas. ¿Por qué había Harry construido aquella casa? ¿Pensaba casarse algún día?
Daba igual, ella solo iba a estar allí hasta que se efectuaran los arreglos del bar y del apartamento encima del bar. Sin embargo, las obras podían durar más que el tiempo que ella iba a estar allí.
Cora comía con hambre y Mia sonrió. Ni en los peores momentos se había arrepentido de haber tenido una hija. La maternidad era dura, pero ella estaba acostumbrada a superar obstáculos, había pasado muchos momentos difíciles en la vida. Había empezado el colegio a los cuatro años, se había saltado dos cursos, había entrado en la universidad a los dieciséis años y había dado clases a un chico complicado por el que todas las chicas habían suspirado.
Cora le soltó el pezón, alzó los ojos y la miró. Sujetando a Cora con cuidado, Mia se abrochó la blusa mientras se debatía entre quedarse donde estaba o ir a ver a su anfitrión.
–¿Qué vamos a hacer, preciosa? –le preguntó a su hija.
Cora emitió unos sonidos guturales.
Mia se colocó a la niña de tal manera que la cabeza de la
pequeña descansara en su hombro y le dio unas palmaditas en la espalda para que eructase.
–Venga, vamos a buscar a Harry.

Una oportunidad para amar |HS|Where stories live. Discover now