II. El Rey del Norte

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—¿No eres ya un poco mayorcita para saber qué es lo que te conviene más? —me pregunta Padre, clavando sus ojos azul profundo en mí.

Dejo de remover mi caldo de búfalo y lo miro. He sido muy cuidadosa en asegurarme de que no me vieran cuando he regresado al palacio. Creía que nadie sabía que he salido, ¿me equivoco?

—No sé a qué te refieres.

—Ya hemos hablado de esto, Spring. Tu deber es estudiar los manuscritos para poder ser una buena gobernante en el futuro. Es así. Yo lo hice cuando tenía tu edad, y tu abuelo también, antes que yo... ¿Por qué desobedeces, hija mía?

Mi Padre es cálido, pero frío. Me da alas para volar y me quita la libertad diciéndome lo que he de hacer. Me quiere, aunque prefiere no tener que demostrarlo. "Eres una hembra", me decía cuando era pequeña. "Debes de ser fuerte para que te tomen en serio". Me protege de los verdaderos enemigos, pero me expone a otro tipo de peligros...

—No podía estudiar más.

Ser sincera es una virtud, aunque prefiero asumir una culpa antes de que los remordimientos me destrocen por dentro.

Mi Padre, Hielum, rey de las montañas heladas, ladea la cabeza. Su cuenco de caldo es dos veces más grande que el mío; sin embargo, está ya vacío. En cambio, el mío está hasta arriba.

—¿Qué te ocurre, Spring? ¿Por qué no comes?

Eso me pregunto yo. Pero cuando bajo la mirada no veo el caldo de búfalo servido en un cuenco de plata, sino dos ojos blancos atravesándome.

—Una mirada de hielo... —se me escapa.

Mi Padre se remueve en su asiento.

—¿Es ese otro de tus poemas?

La mayor parte de los dragones que conozco piensan que leer poesía es una pérdida de tiempo. Que las palabras y la belleza son una cosa etérea e intangible, porque lo importante es la vida real, y lo demás son estupideces. Unos versos no van a ayudarte a cazar conejos o a sobrevivir a un alud. Entrenar y la biografía de Grahr, sí.

—Ojalá —susurro.

—Venga, cuéntame lo que te pasa. Soy tu Padre y soy el rey. Puedo ayudarte.

Se me escapa una sonrisa. Le debo tanto a este dragón de escamas azules... Asumió mi educación desde que tenía seis años, me enseñó cómo prepararme para ser la heredera. Puso en mí su mirada hacia el futuro. Me cuidó mucho. Me quiso.

Pero me pongo seria de nuevo. Aún la recuerdo a ella, aunque son solo estelas del pasado. Una tormenta de hielo. Una melodía cuyo timbre era irreconocible. Alas resquebrajadas. Unos ojos violeta claro como las petunias que crecen en primavera en las laderas de las montañas. Gritos, gritos de horror cuando aquel maldito monstruo le clavó los colmillos. Escamas blanquecinas. Tumbada en su cama aquella fría noche de invierno en la que la Muerte se la llevó consigo.

Ojalá mi Madre estuviera aquí...

—No podrás entenderlo.

Padre desvía la mirada. Hay cosas que digo y hago que el resto de los dragones consideran anormales. Entre ellas está la poesía, mi búsqueda de la belleza, mi forma de pensar y darle mil vueltas a las cosas, mi percepción de estímulos que no corresponden... Todo esto es lo que los demás dragones "no entienden". 

Un médico vino hace dos veranos al Reino del Norte procedente de las Tierras Centrales para examinarme, y dijo que yo poseía "una mente humana en un cuerpo de dragón". Que les concedía demasiada importancia a las palabras y los sentimientos. Que yo iba a intentar encontrar siempre la respuesta a mis preguntas. En palacio lo asumieron, pero el pueblo no sabe nada. Por eso, cuando tenemos que participar en un evento público, se me pide discreción y sobriedad.

—Que no pueda entenderlo no significa que no pueda ayudarte de una manera u otra.

Como no digo nada, Padre decide cambiar de tema. Soy muy terca cuando quiero, y el silencio no se puede romper como se rompen las palabras.

—Bueno, Spring. Mañana cumples dieciséis años.

Sí, es cierto. Pero, ¿no hay cosas más importantes que eso? Estudiar, la poesía, el reino...

—Ya eres prácticamente una adulta. Verás, Geesh y yo hemos estado pensando en la ceremonia que vamos a celebrar en tu honor.

Geesh, el consejero de mi Padre, es un dragón anciano obsesionado con el protocolo. Desde que era una cría he aprendido a respetarlo, aunque no me gusten sus opiniones ni los planes que tiene para mí.

—No quiero una fiesta —digo, antes de que se aproxime algún desastre.— Solo me tomaría el día libre.

Sí, para poder salir y ver la nieve otra vez... Y, quizás, volverme a encontrar a Winter.

—Eso no va a poder ser posible, Spring. Tu obligación como princesa es cumplir con las tradiciones. ¿Acaso te has olvidado de la Entrega de la Gema?

Me pongo lívida y derramo parte del caldo. Pues sí, se me había olvidado.

Desde hace mucho tiempo, en mi reino, los herederos al trono deben demostrar que son válidos para gobernar con una prueba. Esta comienza el día en que cumplen dieciséis años y finaliza cuando llegan a los dieciocho, aunque muchos la terminan antes.

Por lo que sé, se hace entrega al heredero de una gema que coloca en su frente, para que los dragones del pueblo sepan que está realizando la prueba. Este reto cambia con cada generación, pero siempre consiste en una serie de desafíos seguidos, que deben completarse antes de que amanezca el día del decimoctavo cumpleaños. Yo creía que las hembras no realizaban la prueba; por lo visto, me equivocaba. 

—Pero... ¿No es muy antigua esa tradición? O sea, debe de tener más de ocho mil años... ¿No es eso un retroceso al pasado?

—No, Spring. Que sea arcana no significa que no puedas llevarla a cabo.

Trago saliva. Padre suele ponerse nervioso si lo importuno.

—Pero, ¿y si no quiero hacerlo? ¿Y si no me presento? ¡No podéis obligarme!

—Te lo advierto —dice con tono serio—: si renuncias a la prueba, renunciarías también al trono. 

No me callo. Continúo quejándome.

—Pero, Padre... ¡No estoy preparada para esto! ¡No sabía nada! ¡Nunca sería capaz de  hacerlo!

Él ruge y se pone de pie, molesto, tirando parte de la vajilla de la mesa. Sus ojos sueltan chispas, y es ahora cuando recuerdo que es Hielum, monarca del Reino del Norte, uno de los dragones más grandes y feroces del planeta.

—No admito más peros. Ya está bien de tanta tontería. Yo te he estado enseñando todos estos años para que tú realizaras esa prueba. Es tu deber, y es una orden.

Me encojo sobre mí misma. No me gusta que mi Padre se enfade.

—Lo siento —murmuro con un hilo de voz.—Haré la prueba, si así lo deseas.

En menudo lío me acabo de meter...

—Yo también lo siento —se disculpa él, más calmado— No debería de haberte gritado. A veces se me olvida que eres solo una dragoncita sensible.

Finjo sentirme ofendida. Padre rodea la mesa, se sienta a mi lado y me coge en su regazo, como solía hacer cuando yo era una cría. Aunque he crecido mucho, él sigue siendo el doble de grande que yo.

—No te preocupes, Spring. La prueba no es difícil. Lo harás muy bien.

Admiro sus sabios ojos, sus alas de blanco y añil que tantas veces han volado; todas y cada una de sus cicatrices, realizadas en peleas contra los monstruos, huidas de aludes, enfermedades o caídas; sus garras, blancas y curvadas; los dos cuernos que se alzan, imponentes, en lo alto de su cabeza; sus dientes, algunos de ellos ya amarillentos, pero todos grandes y puntiagudos; sus escamas azules, que emiten reflejos a la luz del fuego; su frente que un día, tiempo atrás, también sustentó la gema... No puedo negarme ante él, porque es mi Padre, y lo quiero.

Pero así, abrazada a él, echo de menos a dos dragones: mi Madre y Winter...

¿Dónde estarán ahora?

Las alas de la primaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora