Capítulo 8

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Dos días pasan de la satisfactoria visita a Marlene Schmidt. Esta se ha mantenido al margen, de boca cerrada, tranquila e ignorándome. Todo lo contrario a Liebeskind. No sé qué mierda le ha pasado, pero el día de hoy ha estado insoportable, más exigente, más borde, más detestable. Me enorgullezco bastante de mi autocontrol, ya que, de no ser por él, tal vez lo hubiera estrangulado.

Odio esto: tener que aguantar su mierda sin poder decir nada.

Estoy acostumbrada a ser yo quien dé las órdenes, me cuesta ser solo un subordinado. Sin embargo, tengo fe en que los resultados de este teatro sean los esperados y pronto pueda recuperar lo que me pertenece.

Llego a la casa con el atardecer a mis espaldas y con un horrible dolor en mis pies, resultado de horas de ir de un lado a otro y estar de pie con los tacones. Dierk de verdad que me explotó hoy.

Al entrar al apartamento, me encuentro con Maxim y Sergéy hablando en voz baja. No veo a Dasha, por lo que deduzco que hablan de cosas importantes y más privadas como para que ella lo sepa.

—Tenemos problemas, ¿cierto? —comento con cansancio. Salgo de mis zapatos y quedo descalza sin importarme que sea algo que muestre debilidad ante una persona no cercana a mí.

Ambos hombres me ven; uno sin expresión, otro con preocupación en sus luceros grises.

—Te ves agotada —dice Sergéy.

Sonrío sin ganas.

—Lo estoy. Tengo un jefe explotador.

Mi hombre hace una mueca.

—Deberías acelerar eso —espeta refiriéndose a mis planes.

Me encojo de hombros.

—Todo a su tiempo. ¿Qué sucede? —Dejo el bolso en el sofá y me cruzo de brazos frente a ellos. Adopto una pose más atenta.

Egor, mi hombre, ha cumplido con su trabajo. Dominic Lexington estaba en el hospital hasta hace unas horas.

Las palabras de Maxim expulsan el cansancio de mi cuerpo y dibujan una sonrisa de complacencia en mis labios.

—Excelentes noticias.

—Sí, las otras no lo son tanto —el tono serio de Sergéy presagia cosas malas. Le hago una seña para que continúe—. Tu hermana, Yelena, está en el hospital.

Mi corazón se vuelve de hielo y envía frío por todo mi torrente sanguíneo. Me quedo paralizada mirando el rostro de mi soldado a la espera de que me diga que es una maldita broma. Mas no lo hace.

Trato de no tartamudear al hablar.

—¿Qué le pasó? ¿Por qué sé esto hasta ahora? —Mis dientes casi rechinan de tan apretados que están.

La Rusa©Where stories live. Discover now