XV

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Capítulo 15:
Libérala


—No quieres entrar ahí.

El desagradable de Thomas estaba parado en la puerta que daba acceso a los calabozos.

—Gracias por tu valiosa opinión. —Sonreí falsa, intentando controlarme—. Déjame pasar, por favor.

—Me han dado la orden de que no debe pasar. —Thomas se cruzó de brazos en actitud impenetrable—. Están nuestros mayores enemigos ahí dentro, estamos en proceso de interrogación. No hay nada para usted.

Mi expresión se endureció. Mike gruñó y se interpuso entre nosotros para enfrentar a Thomas.

—Ella es tu futura reina. Obedece —siseó en un tono hostil muy impropio de él.

Bufé, obstinada de que ese tonto de Thomas me hiciera perder el tiempo. Los rodeé y empujé la puerta que daba al calabozo.

Dentro, un olor a humedad, suciedad, encierro y algo más, como hierro, atacó mis fosas nasales y se instaló en mis pulmones. Una atmosfera tensa y lúgubre hizo que se me pusiera la piel de gallina, pero no desistí. Alcé el mentón y empecé a caminar por el largo pasillo de celdas.

En el primer metro, pegué un salto cuando un preso pegó su cara a los barrotes.

—Es la puta ladrona.

Veía sus dientes con manchas rojas. Tenía medio salido un ojo, y su ropa estaba cubierta de mugre y sangre.

Ahí descubrí que el olor a hierro era olor a sangre. Mucha sangre de cuerpos abiertos, heridos, maltratados.

—¿Qué hace aquí esa zorra? —dijo el de la celda del frente, que me hizo dar otro brinco.

Rápidamente, todas las celdas del pasillo tenían caras pegaras a sus barrotes, y el lugar se llenó de murmullos y exclamaciones.

—Está asustada.

—¿Por qué no vienes a saludar, primor?

—Acércate, gran mierda.

—Tiene miedo.

—La pido primero, a ver cuánto aúlla.

Seguí caminando. 

Aunque no quisiera, vi cada uno de sus rostros, buscando el de Rayna.

—Quiero matarla.

—Me la cogería hasta hacerla chillar.

—No, te podrías infectar de su mierda asquerosa.

Mantuve mi expresión lo más neutral que pude mientras el sudor corría en mi nuca. Tragué duro y apreté los labios, con miedo y asco a respirar ese aire. Las manos me temblaban ligeramente así que las apreté en puños.

—Es una puta cucaracha, asustada y aplastable.

—Maldita mestiza sucia. Huelo su sangre humana desde aquí.

—¡Hey! —estalló el rugido de Mike, entrando al calabozo—. Llevaré a dar un bonito paseo al bastardo que diga la próxima mierda. Y nadie vuelve de ese paseo. Se los juro —agregó con ese tono asesino que pocas veces le escuchaba—. ¿Quién se anima, joder?

Me giré y vi que Thomas me seguía los talones.

—¿Dónde está? —exigí saber, manteniendo mi postura firme. Se escucharon unas risitas de las celdas, pero ya no dijeron nada más.

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