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LA MELODIOSA tonada que tocaba Obadiah en el piano inundaba los oídos de Zelena. Con un trozo de pizza en sus manos revisaba en su computadora los correos que Piper, su asistente le había enviado. Llevaba ya varios días en Los Ángeles y por suerte su rutina de trabajo no se había visto afectada.
Pepper a su lado también trabajaba. Era un ambiente tranquilo, a pesar de todo lo que estaba pasando Stark Industries con los disparates –palabras de Obadiah– que Tony había dicho en la conferencia de prensa. El millonario se mantuvo resguardado en su mansión durante los últimos diez días, mientras Obadiah se encargaba de hablar con la CEO y algunos clientes.
Tony apareció por el living minutos después. Para Zelena aún era extraño ver esa luz azulada en el pecho de su amigo.
—¿Cómo te fue?—preguntó Tony a Obadiah. El canoso se limitó a seguir tocando las teclas del piano—. Así de mal, ¿eh?
—El que traiga pizza de Nueva York... no significa que me fue mal.
—Claro que no—musitó Tony, tomó asiento al lado de Zel y le sonrió ladino. Abrió la caja de pizza y agarro una rebanada.
—Hubiera salido mejor contigo ahí—habló Obadiah.
—Me dijiste que desapareciera y eso hice—se excusó Tony.
—Por favor, en público. Con la presa—recalcó el mayor—. Esto fue una junta de la mesa directiva.
—¿Una junta de la mesa directiva?
—Dicen que tienes estrés postraumático. Solicitaron un interdicto.
—¿Qué?
—Te quieren dejar fuera.
—¿Por la baja de 40 puntos? Sabíamos que eso iba a pasar.
—56,5 puntos—corrigió Pepper.
—No importa. Nosotros somos los socios mayoritarios—dijo Tony. Buscó a Zelena en busca de apoyo.
La peli-negra carraspeó.—Tony, la mesa directiva también tiene derechos.
