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"Toma una canción triste y hazla mejor".

Es el año 2019, los niños ya no corren en el parque, ahora juegan con tabletas y celulares táctiles, juegos en línea, Xbox, Playstation, tantas cosas fuera de lo común a lo que Jude ha visto.

Cuida de su hermano a lo lejos, apreciando el día soleado que el destino decidió darle hoy en el condado de Queensland, Maryland.

Suspiró, viendo cómo el vapor salía de sus fosas nasales, a pesar de ser un día bastante soleado, había nieve por todas partes y hacía un frío que quemaba. Jude acostumbro a su hermano pequeño a no usar tableta todo el tiempo, a veces salen por un helado o al parque a que juegue con otros niños.

Actualmente el pequeño Dylan tiene ocho años, mientras Jude tiene veintiuno. La vida y la situación económica se está poniendo cada vez más pesada para los dos, su madre con cancer terminal y su padre muerto. Normalmente la memoria de su padre no le afecta, sólo cuando escucha la canción que siempre le cantaba.

Tomó su celular, los auriculares y decidió reproducirla una vez más recordando los momentos de su infancia con su padre, en ese mismo parque, lo único que había cambiado era la zona de juegos, más actualizada y segura. Raúl siempre fue cuidadoso con los actos de sus hijos, siempre los guió y amó. El día en que él murió, desde ese día la canción pasaba en bucle todo el tiempo.

Si tan solo pudiera regresar el tiempo.





—Oye, ¿qué te gustaría cenar hoy?—preguntó Jude abriendo la puerta del jardín a casa.

—Uh... ¡¿qué tal hamburguesas?!—sugirió emocionado Dylan.

—Seguro, me acompañarás al mercado cuando mediquemos a mamá,—abrió la puerta principal—ve y dale un beso en lo que preparo sus medicamentos.

—¡Si!—tiro su abrigo lleno de nieve y corrió escaleras arriba.

Jude, riendo y molesta, recogió el abrigo de Dylan y lo colgó en el perchero. Su vida podría ser monótona, pero el rubio de ojos verdes siempre la alegraba, algo tenía que hacer Dylan para alegrar el día de Jude.

Entró a la cocina, buscando la caja de medicamentos de su madre, donde sacó las necesarias. Le dolía entrar a la habitación de Galilea y verla, moribunda y más muerta que viva. El color miel en los ojos de su madre ya no es el mismo, ahora es un color café oscuro y sin brillo.

Evitó llorar, colocando las pastillas en un pequeño vaso junto con una taza de agua tibia.

—Jude...—murmuró Dylan en el umbral de la puerta.

—¿Si?—volteó con él.

Jude cambio su gesto al ver la cara preocupada y empapada en lágrimas del pequeño Dylan.

Subió rápidamente las escaleras, entre tropiezos y jadeos llegó a la habitación especializada de Galilea. Huele a los mismos medicamentos y a la fragancia que siempre usaba su madre.

Ya no tenía cabello, ni siquiera pestañas. Pero para Jude, su madre es el ser más hermoso que el destino le haya podido dar.

—Mamá—se acercó a ella reteniendo sus ganas de soltar el llanto.

—Oh, Jude—jadeó Galilea con una pequeña sonrisa ladeada—si te voy a ver, cariño.

—¿De qué hablas, Gali?—murmuró.

—Tu padre me llama—susurró con lágrimas rodeando sus mejillas.

—No, mamá, él no te necesita, él está bien—sonrió esperando lo peor.

Galilea, refutada negó con la cabeza—No quiero hacer esto triste, mi cielo—sonrió con sus pocas fuerzas—cuida de Dylan, edúcalo y dale el amor que por mi debilidad no le pude dar, hazlo un hombre fuerte, alguien como tú, dale paz, cariño.

—Mamá, no morirás hoy—sollozó.

Gali sólo asintió, sin decir una sola palabra. Después de unos segundos, Galilea no contestaba, pero Jude aún podía sentir su pulso.

—Ma...—farfulló sin aliento Jude.

—Hija, abre este cajón—apuntó débilmente el primer cajón de su buró—toma esa pequeña bolita con un botón rojo,—Jude obedeció rápidamente, sacando un cilindro con un botón rojo.

—¿Qué es, ma?—preguntó aún dolida.

—Jamás lo supe—sonrió—tu padre me lo regaló y me dijo, «cada que quieras revivir un momento, sólo presiona este botón», pero jamás comprendí, lo guarde y lo deje en ese mismo cajón hasta que estuviera preparada, ¿qué te parece si lo usas y me dices que sucede?—le brindó una cálida sonrisa a Jude, quien lloraba junto a su hermano.

—Lo haré, mamá, te prometo que lo haré y te contaré que sucedió, pero te pido que no te vayas hoy—soltó su llanto.

—Lo siento, pero él está ahí, esperándome, está esperándome con esa gran sonrisa, ¿recuerdas lo apuesto que era tu padre?—soltó más lágrimas—debo lucir horrible ahora mismo—sonrió.

Jude negó con la cabeza—Luces bellísima, como siempre, mamá.

—Te amo, Dylan—murmuró a duras penas—te amo, Jude, y recuerda, toma una canción triste, y hazla mejor.

Hey, JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora