Capítulo X

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   Jamás pensé que un desierto sumido en la oscuridad iba a ser lo más hermoso del mundo. La luna iluminaba el camino cual mensajera enviada por los dioses, pero también creaba sombras de la misérrima vegetación como si de monstruos se tratase.

   Sentí la brisa acariciar mi rostro, revolver mi – asqueroso – cabello, y besar mis párpados cuando los cerré, saboreando el momento. Podría quedarme allí por horas, observando el cielo plagado de estrellas, acostada en la muerta tierra de Kalphys.

   Si no estuviese en peligro de muerte, habría llorado.

   Detrás de mí, salió el resto del grupo, dejando a Whiss por último. Con un movimiento de su roca palpitante, cerró el agujero en el suelo que nos había permitido escapar.

   Pude distinguir que, a unos doscientos metros de distancia, se alzaba una torre solitaria, con una levísima luz en el extremo. Sospechoso encontrar eso en un desierto, pero jamás imaginaría que se tratase de la entrada oficial a las mazmorras de Kalphys. Lo que estaba viendo, era la única salida que conectaba con la Médula, la que ellos creyeron que queríamos usar.

   —Tenemos que movernos rápido — informa Whiss, guardando su roca en uno de los tantos bolsillos de su traje.

   Theo mira el cielo. A penas podía ver sus facciones faciales pobremente irradiadas por la luna.

   —Trewdas está al Norte — dice, apuntando hacia una dirección. Se guio con las estrellas.

   Asentí, reconociendo las constelaciones. Juntos, empezamos a caminar a un ritmo acelerado. Cada dos segundos, uno de nosotros volteaba a mirar, temiendo que nos estén persiguiendo.

   —¿Por qué fue tan sencillo? — indagué, con la respiración entrecortada.

   —Deben de creer que estamos escondidos dentro de las mazmorras — propone Gabby perdiendo el aliento —. Se supone que sólo existe una salida y, si la custodian, no habría manera de que escapemos.

   Whiss asiente, liderando el grupo.

   —Deben de haber enviado soldados a inspeccionar las celdas, buscando alguna salida que hayamos hecho. Un agujero en la piedra o algo por el estilo — agrega —. Pero la que usamos no deja rastro alguno, por lo que están esperando emboscarnos en la Médula nuevamente.

   —¿Y qué hay de esa torre en el medio del desierto? — pregunta Theo —. ¿Nadie nos ha visto salir de la mismísima tierra?

   El elfo se encoje de hombros.

   —Ya me encargué de eso.

   Miré a Whiss, cuyos ojos no se despegaban del camino. ¿A qué se refería, exactamente? Pensándolo menor, no quería enterarme.

   Seguimos trotando por el vacío páramo que eran las tierras kalphynianas. Un arbusto reseco aquí, un cactus por allá, y polvo, polvo y más polvo. No me importaba, de verdad, estaba pisando la superficie después de tres años de cautiverio. Esto era el paraíso.

   Las estrellas parecían guiarnos, me hablaban, me sonreían, mientras la brisa cantaba en mis oídos. Podía respirar aire puro, no el hedor constante de mi cuerpo y del de otras criaturas. Todo se veía hermoso a mis ojos esa noche, incluso la repugnante cara de Jay-Jay.

   Tenía miedo de que nos encontrasen, de que vuelvan a llevarme a las mazmorras. Iba a morir antes de poner pie en ese lugar de nuevo. Tampoco estaba en mis planes permitir la reiterada captura del Príncipe Emathal, él tenía que regresar sano y salvo a Andressa, y prometo asegurarme de ello. Es mi deber.

Xayline: Cadenas De HierroWhere stories live. Discover now