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—Despierta, Aziraphale

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—Despierta, Aziraphale.

» El Anticristo yacía sobre el asfalto, aún de pie, entre la protección de sus nuevos jinetes, los niños que gozaron de contrarrestar las vidas de bíblicos enviados desde la creación. Aterrados estaban los jovencitos que salieron de la escena enseguida se miraron entre sí y asintieron a conveniencia para echarse a correr. Adam retrocedió con los brazos en guardia; desconcertado se encontró el pobre niño del diablo cuando oyó la voz de un demonio alzarse frenéticamente al rogar que mataren su pueril y apocalíptica existencia.

» —Por favor, no. El diablo no es mi papá, ¡Satanás no es mi papá!

» Adam continuó marcha atrás, tropezó tras topar la suela del zapato con un una grieta profunda en el suelo, Anathema retuvo su caída tras ir apresurada, se dejó caer con Adam en los brazos, sobre su regazo. Se aferró a él como si sólo se tratara de apretujar sus ropas. Dejó escapar un suspiro de alivio que salió en vano tras alzar la mirada al cielo y percatarse de la oposición de Newton, quien se colocó frente al ovillo amenazado del Anricristo y una agobiada jovencita Device. Aziraphale, sin embargo, no dejó de apuntar el arma con las diestras manos del cuerpo de la dama londinense que poseyó.

» —No le harán daño a Adam. Es... un niño—. Se detuvo un par de segundos para recuperar el aliento que se le fue arrebatado gracias a la intensa, no tan efímera anomalía adrenalínica picando en su frente y bajo la nariz. —É-Él... no causaría el fin del mundo, yo...—sonrío alterado, tragando el nudo en su garganta, y no le quedó más que sellar los labios.

» Bajó la guardia, intentando aproximarse a la posesión. No obstante, Crowley detuvo tajante el paso amenazador con un ademán, dejando estático, drama rayado bajo los ojos y en el inquisitivo gesto de su frente. Anathema abrazó con más motivos al jovencito de cabellos castaños que lloraba en su regazo y devolvió el gesto a la bruja, balbuceando lamentos sobre la falda.

» —Tú nada, humano miserable y cobarde—. Crowley siseó violentamente, encarando a Pulsifer. Lo arrojó con un chasquido más, propinando un golpe grácil al pecho del congelado. Lo azotó contra la pista aquella, propiciando un impactante estado a el de gafas. Una pieza menos del rompecabezas, justo a tiempo.

» —¡Newton!—vociferó Device desgarrándose la garganta de la forma misma que desgarra las ropas de Adam con un agarre aterrador. Anathema saltó en su lugar, furiosa. Devolvió la vista al demonio en cuestión, frunciendo enteramente el rostro, apretando los labios como bebiendo al final de un popote. Abrazó al joven Young, atiborrándolo de protección y le obsequió un beso en la coronilla, dolida por su llanto. —No te harán nada, Adam. No te harán daño—. Dirigió las tiritantes, heladas manos a acunarle las mejillas al demoniaco engendro entre sus brazos mientras este se maldecía en voz baja.

» Aziraphale discutía con Madame Tracy, quien hacía esfuerzos incalculables por retrasar el cometido de la fuerza sobrenatural con la que compartía el cuerpo, pero no resultó en nada más allá de sermones ególatras y, por fin, un ser dominante a la cabeza.

» —Aparta a la mujer, Crowley. Apresúrate, por Dios.

» Crowley miró a Aziraphale y enseguida volteó a los mortales a sus pies. Ambos miraban aterrorizados al ente, Anathema fue elevada en las manos de Anthony, ella pataleaba haciendo el esfuerzo por zafarse de la toma aquella, pero quedó estática tras oír un gruñido por parte de el demonio. Este acercó los labios al costado de la consternada, quien sólo cerró los ojos al percibir la respiración de mil carbones al fuego de el demonio.

» —Ya escuchaste al ángel, bruja. Lo siento—. Disculpó en tono burlón y soltó a lo lejos a Device. Cayó inconsciente al escabroso suelo, estrellándose inevitablemente sin cuidado. De esta forma, ambos alfiles estaban retirados del juego, al igual que los últimos cuatro peones.

» —Todo tuyo, Aziraphale. Dispara ya—. Exclamó Crowley, escarpado como el adoquín de camino al Infierno, declarando la guerra. Petrificó a Adam acudiendo a su máximo esfuerzo, transpiraba, le quemaba y definitivamente era peor que el Infierno.

» —Lo siento, Adam—. Aziraphale disparó, mas el ataque desvió antes el arma que apuntó gracias a la voluntad de la señora Tracy.

» —No te iba a dejar, Azira...—y enseguida continuó el ángel, arrugando el gesto.

» —¡Es el Anticristo! Él debe morir, entienda ya, por favor—. Sentenció finalmente.

» Pero era el turno del acusado para hablar.

» —¡Yo te devuelvo tu cuerpo, Aziraphale, pero déjame!—interrumpió Adam como si gritara contra las fauces del subsuelo. El eco demoniaco en su voz le delató, lloraba pleno, impuesto, cubierto por un manto de intranquilidad, la más angustiosa. Sin embargo, reincorporó al ángel como prometió.

» Aziraphale, en cuanto un ser corpóreo se le fue devuelto, apresurose hasta tomar la espada flameante sobre las cenizas de las ropas de los Jinetes. Crowley cayó de rodillas, casi rendido ante el corrosivo trabajo que le costaba retener al príncipe. El de cabellos rojos, bañados en una capa de sudor que inexplicablemente ha llegado allí, estaba a punto de desfallecer y el ángel no tenía la mínima intención de someter a Crowley a un daño innecesario aledaño a la torpeza que no dejaría que estropeara otra cosa que no fuera el Plan Inefable. Aziraphale tomó la espada de la acerada empuñadura con ambas manos perplejo y muy decidido. Así, libre de dudas, arremetió en contra del menor. La espada fluyó como la seda al atravesar las entrañas del engendro aquel.

» El cuerpo del niño se desvaneció en el suelo con la blanca arma sin arder, pues el candor del fuego pasó a ser la sangre que del pecho y tras la columna derramaba Adam. Aziraphale agachó la cabeza de la forma que hubiere hecho ante el castigo divino que, está seguro, le aguarda con ahínco sobre las nubes y bajo un torbellino de fuego, en el ojo del huracán. Se arrodilló, honorando al inerte Anticristo masacrado, del cual sulfurosa sangre lo hacía cavar su propia tumba bajo el asfalto. Transcurrieron los segundos que el ángel resintió cual eones.

» Crowley, deplorable y exhausto, yacía tumbado en el suelo, suelo que parecía hervir bajo sus ropas. Aturdido, apenas pudo percatarse de la escena a su costado; nunca, en dos mil años —luego de la crucifixión de Cristo—, tuvo la oportunidad de vislumbrar a un ángel rogar por el perdón de los pecados. Le oyó arrepentido como ni él mismo se mostró al caer, jamás le quemó el santificado predicado hasta el día de hoy. Cerró los ojos y apartó su presencia, aunque continuará inmóvil, como encadenado a la puerta del infierno mientras recobraba la conciencia.

» Tracy y Shadwell, como los mortales que eran, llorarían de la forma en la que lloraron María y José tras la muerte de Jesús si se quedaban allí. El cazador tomó a la dama del antebrazo, frunció los labios y refunfuñó bajo mientras la madama sorbía, ya traía los ojos congestionados y Shadwell no lo pasó por alto cuando, por consecuencia, de ordenó a sí mismo abandonar el lugar de inmediato, así tuviera que llevar por la fuerza a Tracy, quien jaloneaba en su lugar.

» De cualquier forma, todos los presentes encontraron desconsuelo rodeando al asesino de inocentes, un desobediente más en la jugada en la que él, siendo peón, llegó al final del tablero y pretendió ser rey. Ahora, no enfrenta más que un Jaque Mate, el prolongado y dolido, muy dolido, inevitable final del juego. Al menos, su juego.

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⏰ Last updated: Jul 22, 2019 ⏰

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Anyway the wind blows; Ineffable HusbandsWhere stories live. Discover now