Capítulo 1

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Dicen que los eventos traumáticos te dejan marcas de por vida. No lo dudo. Es una lección que aprendí muy pronto. Lo supe la primera vez en que mi madre me dejó jugar con su caja de música, encendiéndola para mí y dejándola a mi alcance, mientras ella se escabullía para discutir acaloradamente con mi padre.Me encantaba esa caja, desde el momento en que mi madre la compró en una venta de jardín del barrio. Pero así como a mí me encantaba, también a ella, y mis torpes dedos de niño no eran dignos para ella. Conocía los sonidos, porque cada vez que ésta sonaba, me embobaba como solo un niño puede hacerlo.Recuerdo la primera vez en que, esa caja, se quedó marcada en mí: los rizos rojizos de mi mamá se agitaban acorde su respiración, desde que había entrado a la casa unos minutos antes. Posicionó a mi yo de seis años sobre la cama y puso frente a mis ojos la reliquia. Sus delgados dedos blancos dieron cuerda y la bailarina, frágil y delicada, comenzó a girar frente a su reflejo.Quedé anonadado. Tanto, que no noté a mi madre escapando por la puerta, ni los gritos al otro lado. Mi cerebro no recuerda qué gritaban en ese entonces, porque el metálico sonido armonioso llamaba mi atención total y llanamente. Ni siquiera mis dedos querían estirarse para tocar la caja, con miedo de que la pequeña dama rubia decidiera dejar de bailar.Desde ese primer día, aunque la música similar llegaba a tranquilizarme, el trauma se estancó en mi cerebro. Supe que, a partir de entonces, cada vez que mamá me encerraba en mi cuarto, en un armario o en el ático con esa caja, significaba que algo andaba mal con ellos.Pasaron años así, hasta que mi madre ya no venía a darme la caja porque ésta estaba metida en mi cajón, lista para mí, para cuando la necesitara para acallar todo el caos fuera de mi habitación. Me relajaba, pero el mal recuerdo asociado siempre se asomaría. Eso y los sueños de pequeñas niñas bailando a mi alrededor... Bueno, hasta los catorce, cuando las niñas se volvieron hermosas chicas danzando y llamándome para unirme a ellas.Debo admitir que hay que agradecerle mi cordura durante los meses de juicios y juzgados para los trámites de divorcio y custodia a esas benditas chicas bailando en mi cabeza. Y a las cajas musicales que he estado coleccionando desde que junte suficiente mesada para comprar otras.Quedas fatal luego de una lucha de custodia porque, sí, en el divorcio puedes dividir bienes sin pensártelo mucho, pero, ¿un hijo? Para mi padre, soy su muchacho, el primogénito que debería crecer y seguir sus pasos. Para mamá, soy su hombrecito, que la enorgullece en todo y está ahí como su protector. No puedo decir que aporté mucho en la decisión del juez. Si bien los quiero a ambos por igual, no podría destrozarle el corazón a ninguno de mis padres con mi elección.De todas formas, el juez consideró que mamá era la más apta para criarme los tres (casi dos) años que me quedan hasta la mayoría de edad. Hubiera apoyado esto con todas mis fuerzas... de no ser porque mamá tenía un trabajo en el lado opuesto del Estado, a casi un día de distancia en coche, en la que parecía llover 24/7, como la maldita Transilvania.Entonces, debí despedirme de todos mis amigos, familiares y cualquier otra persona que me conociera, para ir a una casa de dos pisos que apestaba a humedad, pero que tenía un buen precio por quién sabe qué. Desde la que debería caminar cada día una media hora para llegar al colegio, y donde 10 minutos sin lluvia parecía demasiado. No me malentiendan, no trabajo para el noticiero dando los pronósticos, pero eso veía desde que nos mudamos: lluvias, lluvias y más lluvias.Era como un maldito día asqueroso, uno tras otros. Hubiera deseado quedarme con papá del lado tropical del país, pero tras el divorcio él también había tomado otros rumbos y se tomó más a pecho su trabajo, viajando a todas partes y casi nunca estando en casa. A veces, incluso, en los días que le tocaba visitarme.—Lucas, ¿ya estás despierto? —Mamá golpeó la puerta y la abrió un poco. Giré mi rostro, que hasta ahora veía hacia la ventana, para mirarla mientras abría del todo—. Estoy preparando el desayuno, baja pronto, ¿quieres?—Sí. —dije, asintiendo antes de que cerrara. Me levanté de la cama y vi a la Alicia en su vestido azul, observando las gotas caer en el alfeizar de la ventana. Me sonreí antes de darle cuerda, oyendo la melodía que me transportaría al País de las Maravillas. Lo necesito hoy, transportarme a cualquier otro lado.Debo admitir que no soy un sujeto muy seguro de sí mismo, ni tampoco tuve jamás problemas relacionándome con otras personas, pero... Quizás me costaba un poco hacer amigos. No recuerdo como hice los que ya tenía, son esas actitudes que puedes manejar siendo más joven, sin inhibiciones ni prejuicios, cosas que pierdes con los años. Me ponía nervioso la idea de hacer amigos nuevos, y que las personas que, se supone hagan lazos contigo que durarán toda la secundaria, te rechacen en el primer día.Me puse el uniforme y bajé a desayunar antes de que ella se marchara, una rutina a la que me había amoldado en los meses que vivíamos aquí. Mamá me sonrió en cuanto entré a la cocina.—Te ves muy elegante, espero no enamores muchas chicas ya el primer día. —Mamá se rio, como si realmente le pareciera gracioso. No podía negar que ella se hacía gracia de muchas cosas sencillas, pero mi humor era algo más... complicado.—Mmm... sí. Puedes dejar todo ya e ir a trabajar. Desayunaré solo —dije, sirviéndome algo de cereales en el tazón antes de buscar la leche en el refrigerador. Con suerte, ella se iría y yo fingiría haber ido a la escuela.Mamá hizo una mueca, abrazando con sus manos la taza de café. Creo que logró adivinar mis planes, pero si fue así, no lo demostró.—De hecho, llamé al trabajo y dije que llegaría un poco más tarde hoy. Me gustaría llevarte a la escuela y me queda de pasada con el auto, ¡Todos ganamos! —Su sonrisa fue real esta vez, grande y emocionada, y me sentí obligado a seguirle la corriente, sonriendo.—Es una maravillosa idea —le dije con una mueca y los dientes algo apretados. Ella lo notó, obviamente, pero sonrió aún más grande y se acercó para abrazarme los hombros.—Lucas, no te preocupes, ya verás que todo saldrá bien. Lo siento en mi muñeca —bromeó mamá, agitando su mano en círculos. Una ligera cicatriz, que no recordaba como llegó ahí, que le avisaba cómo saldrían las cosas, según mamá.Era así desde que tenía memoria. Siempre me preguntaba cómo hacía para sentir el futuro con ella. Ahora, ya más grande, solo me preguntaba cómo se la había hecho. ¿Habría sido mi padre? ¿Alguna vez la lastimo físicamente?Observé a mamá y vi que su ceño fruncido imitaba el mío, así que me obligué a sonreír y tranquilizarla. —Sí, mamá, todo saldrá bien. Déjame ir por mis cosas y podemos irnos.Me levanté de la mesa y corrí a mi habitación, asegurándome de dejar preparada mi caja musical favorita en caso de que la locura del día pudiera conmigo.Aah, los traumas de la niñez nunca terminan.

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⏰ Last updated: Jul 24, 2019 ⏰

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La chica de mis sueñosWhere stories live. Discover now