Solo un día

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Sultanato de Paradise, en algún lugar del desierto

El eterno oasis Paradise se encuentra en el lado sur del continente y es el más pequeño de los cuatro grandes reinos de Rose. A pesar de ser un territorio en apariencia extenso solo su parte central es habitable, todo lo demás es parte del incandescente desierto Dorado. Al igual que su paisaje donde no existen los puntos medios entre abundancia y carencia, la gente que habita Paradise es el reflejo de esta dualidad.

Mientras que en el centro del reino: el círculo azul, vivía la gente rica y poderosa sin ningún tipo de carencia; en los círculos exteriores empezando por el carmesí, vivía gente pobre pero que aún contaba con agua, el más valioso de los recursos del reino; hasta llegar al círculo dorado, el último y más próximo al desierto donde diariamente moría gente de hambre.

En el desierto Dorado casi en la frontera con Xian se encuentran las escarpadas montañas del Sol que han servido de refugio para los rebeldes contra el Imperio, los pocos que aún quedan, después de las batallas que han librado.

Reiner Braun cabalga rumbo a la cueva que utiliza como refugio junto con sus hombres, debe darles la noticia. Por fin sus plegarias han sido escuchadas; la oportunidad de venganza ha llegado de la mano de un matrimonio.

Reiner aunque trata no puede evitar la avalancha de recuerdos de su pasado, de cómo llegó a ser quién es hoy.

Él había crecido en el círculo Dorado de Paradise y a pesar de todas las carencias, había sido muy feliz. Su honorable padre, su amorosa y devota madre junto con su traviesa hermana menor habían contribuido a esta felicidad.

Su padre era un respetado y talentoso armero que, debido a la escasez de recursos se veía obligado a vender su trabajo muy por debajo del precio que realmente valía, con tal de ganar lo suficiente para poder tener algo de comer en su hogar. Armeros menos talentosos, pero con más recursos y contactos, compraban las armas hechas arte por el  padre de Reiner, y después de presentarlas como propias las vendían cobrando hasta veinte veces más de lo que habían pagado por ellas al verdadero artista.

Aún con lo difícil de la situación su familia siempre se las arregló para salir adelante y con lo poco que tenían hicieron lo posible por ayudar a su comunidad. En uno de estos esfuerzos se hicieron cargo de un huérfano, Bertholdt Hoover, un niño de cinco años en el momento en que lo acogieron en su hogar de la misma edad que Reiner. Bertholdt al cumplir los  los quince años de edad, buscó su propio lugar, sin dejar de agradecer y ayudar a los Braun pues los consideraba su familia, pero no quería ser una carga para ellos.

Así transcurrió la vida de Reiner, tranquila y muy feliz hasta sus dieciocho años, cuando los impuestos para pagar el tributo a Xian fueron insostenibles para su familia. Su padre hombre previsor, anticipando esta situación lo envió al círculo azul a la Casa de Recaudación con algunas de las armas más bellas que había hecho que, por su grado de dificultad no quiso vender, para negociar un pacto en el que pudiera pagar con trabajo su parte de impuestos para el tributo.

Reiner estaba maravillado cuando entró al círculo azul de Paradise: todo era bellísimo y había tanta agua, incluso fuentes con el líquido vital estaban desperdigadas por doquier. Sin medir el tiempo su día se fue en curiosear todo a su alrededor. Cuando recordó a que había sido enviado por su padre, la Casa de Recaudación ya había cerrado. Al día siguiente Reiner acudió evitando cualquier distracción. En la Casa de recaudación aceptaron el trato que les ofreció, las armas que mostraba eran de una exquisitez jamás vista y como prenda le pidieron una katana y un arco bellamente trabajados. Reiner que, sabía del valor que tenían estas armas para su padre aceptó a regañadientes. Sólo regresaría con una daga pero sabiendo que lo más importante era conseguir el acuerdo que los salvaría de alguna sanción de "los turbantes negros", hombres armados del sultán, encargados de recoger los impuestos para el tributo de Xian, creyó que su padre se pondría feliz. Con una sonrisa regresaba a casa con excelentes noticias para su familia.

Debido al retraso imprudente de su curiosidad llegó un día después del paso de los turbantes negros. Reiner pensó que iría directamente a su central para mostrar los papeles que acreditaban su cambio de tipo de pago, ahora en especie a través del trabajo de su padre. Pero estaba cansado y de verdad ansiaba una comida de su madre; así que decidió pasar primero a su hogar.

Al llegar a su pueblo notó que nadie lo miraba y todos le huían como si supieran algo que él ignoraba. Con un sentimiento de aprensión que cada minuto crecía; corrió con todas sus fuerzas a su humilde casa.

Al llegar, Reiner sintió que su alma se rompía en pedazos tan pequeños como la arena del desierto. Frente a él solo quedaban cenizas humeantes de lo que un día fue su hogar.

Y rogó al Dios Azul del Agua de Paradise e imploró a todos los dioses de todos los reinos que conocía, que su familia estuviera bien. Con la vida escapándosele del cuerpo, corrió hasta la casa de su mejor amigo, Bertholdt, él seguramente sabría donde estaba su adorada familia.

Al entrar en el pequeño cuarto que habitaba Bertholdt, lo encontró tendido en el suelo muy mal herido, alguien apiadándose de él le había vendado la mayor parte de las heridas. Al ver entrar a Reiner, Bertholdt se levantó con dificultad y prosiguió a arrodillarse frente a él mientras su rostro lleno de cortadas se inundaba de lágrimas.

-Reiner... ¡perdóname! ... ¡por favor perdóname! ... intente ayudar ... pero los turbantes negros eran muchos... y no me permitieron extinguir el fuego... me golpearon ... hasta dejarme inconsciente...- las lágrimas se mezclaban con la sangre de las heridas de su rostro que, nuevamente se habían abierto - ¡hermano! ... ellos ... nuestra familia ... estaban dentro ... cuando todo pasó. -

Reiner jamás olvidaría ese dolor que, atravesando y desgarrando todo su ser destruía su vida como la había conocido. Los amigos y hermanos por elección, sólo pudieron quedarse ahí llorando por horas transformadas en días, su pérdida.

Así fue como Reiner terminó en las filas de los rebeldes contra el imperio, junto a su mejor amigo Bertholdt. Deseaban venganza, era su única motivación para seguir adelante. Y con este motivador lograron vencer innumerables compañías de turbantes negros. Su objetivo era exterminar a los malditos turbantes negros y acabar con el pago de tributo a Xian, ese imperio causante de tanta desgracia en su tierra. Todo salía como debía; hasta que dos años atrás, Paradise solicitó ayuda al Imperio y esté decidió mandar al ejército de Maria a sofocar su movimiento.

Reiner aún recordaba la primera vez que vio a los hombres de Maria, pero estaba tan confiado en la victoria que le parecieron poca cosa, él junto con sus compañeros rebeldes los superaban cinco a uno por lo menos. También recordaba la primera vez que se cruzó con el maldito rey de esas tierras. Un hombre insignificante a primera vista, pero al iniciar la batalla se volvió un verdadero demonio. Ese enano equivalía a un ejército él sólo. Reiner peleó con todas sus fuerzas pero solo pudo ser testigo de como uno a uno sus compañeros, y ahora amigos, caían abatidos. Perdieron estrepitosamente, y desde entonces los sobrevivientes de esa humillante derrota se refugiaban en las montañas del Sol; inaccesibles para cualquier extranjero que desconociera el terreno, aguardando su momento de poder devolver el golpe a Xian y Maria. Momento que por fin había llegado.

Ya estaba dispuesto todo, Annie había accedido muy entusiasmada al plan, incluso a Reiner le pareció que demasiado, pero no la culpaba la conocía desde hace un año y casi no sabía nada de ella, de lo único que estaba seguro es que Annie también tenía cuentas pendientes con Xian.

Con lágrimas en los ojos mientras cabalga a su escondite Reiner le promete al inmenso cielo que vengará a su familia y a sus amigos  así sea lo último que haga.

Había una vez una PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora