XVI

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Capítulo 16
Hola, amor


El reino Grassie era una fiesta constante. Sus calles, invadidas por música, estaban hechas de piedritas de colores. Su gente vestía ropas de tonos alegres, telas amplias y cómodas. Las casas y construcciones eran una explosión de los tonos del arcoíris. El mejor maquillaje de las mujeres era su sonrisa y los brillos que usaban en los párpados, bajo los ojos y en los pómulos.

Era octubre, el mes que habían escogido para realizar "la gira de la libertad". Los líderes de la guerra visitaban a los otros reinos, para que así los pueblos sintieran el sabor de la victoria, la sensación de que el peligro había acabado y que ya nada amenazaba a sus territorios ni a sus familias.

Pero la amargura resonaba en cada una de sus miradas. Cada líder había perdido a alguien, a algún agente, guerrero, familiar o amigo. Muchas familias perdieron a un integrante o algún cercano. Por esa razón, los líderes se esforzaban por levantar el ánimo de los pueblos, luego de los incontables funerales.

Tal como había dicho el rey Tyrone hace un tiempo, ahora nos tocaba mostrarnos fuertes por y para ellos.

Pero Krishna seguía viva, y mientras estuviera prófuga, algo invisible rasguñaba mi espalda, un peligro constante y acechante. 

Arriba del enorme escenario dispuesto para que Arturo Jatar diera su discurso de triunfo al reino Grassie, yo apreciaba distraídamente la colorida y alegre ciudad, una que Krishna había querido invadir. La música llenaba el ambiente y se entremezclaba con las voces de los discursos.

Mi lengua se removió con un sabor amargo. Los tirones en el pecho me recordaban quiénes de los míos no estaban ahí para celebrar, para vivir el fin de la guerra.

Me limité a observar cosas más felices, como la cara sonriente de una niña llena de trenzas, o como una pareja bailaba al final de la multitud. También cómo un grupo de amigos brindaba en uno de los bares a un costado de la plazoleta principal.

Luego fue el turno de mi madre para hablar. Aún no me acostumbraba a que le presentaran como Isabella Relish, para mi había sido Lucinda Moore toda la vida. La multitud la alabó cuando finalizó su discurso lleno de gotas de dolor por perder a su padre, pero con esperanza por el futuro.

Era la hija del rey Archibald, y había resguardado a la fuente de poder (o sea, yo). Fue capturada por los lumbianos, torturada, y ahora se presentaba como una heroína resistente. Por supuesto que la vitoreaban, mamá era una campeona y eso hizo que mi pecho se inflara de orgullo.

Y después anunciaron mi nombre.

La multitud se inclinó hacia adelante, como si no quisieran perderse nada, y bajaron el volumen de la música.

El rey de Grassie, Frank, me tendió la mano para ayudarme al subir al estrado.

Era el quinto reino que visitábamos en la última semana. Intentaba cambiar mi discurso en cada lugar, pero hablar bajo protocolo no era mi fuerte y ya no encontraba muchas variantes.

Acomodé el micrófono, estiré las comisuras de mi boca, pero una vez más, no logré mi objetivo.

Era difícil pararse con una sonrisa ante familias rotas, y más aún decirles algo, porque no existían palabras que reconfortaran sus pérdidas. Pero los cientos de pares de ojos brillantes me hacían abrir la boca.

—Crecí en el mundo humano, pero mi corazón pertenece aquí, a los hummons, a ustedes —comencé, afianzando mis manos a los bordes del estrado—. Por mucho tiempo no supe que llevaba algo tan importante en mí, algo vital para nuestra supervivencia, y hoy lo llevo con máximo respeto. Les doy mi palabra de que seguiré cuidando del poder, que siempre lo utilizaré por el bien de los reinos, y que no dejaré que nadie lo use en nuestra contra de nuevo. Lo protegeré con el cuerpo, la mente y el alma. Por ti, por mí, por todos nosotros, por la persona que tienen al lado, delante y detrás. Por sus hijos, sus padres y sus amigos. Por ustedes.

Princesa de sangreWhere stories live. Discover now