Cautivos

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Sus ojos estaban cerrados, pero tenía plena conciencia de su cuerpo, movió una pierna y luego una mano. Se sentía completa y sin ningún dolor, pero desorientada. Lentamente abrió los ojos, pero al hacerlo sintió como si en sus párpados hubiese cientos de partículas de arena. Le ardían, debía haber dormido más de la cuenta... ¿desde cuándo? No lo recordaba. Su boca estaba amarga, señal de no haberse lavado los dientes y también de no haber comido. ¿En dónde estaba? Hacía frío y ese olor a humedad no le era familiar.

Miró a su alrededor, pero no había nada. Era un cuarto pintado de blanco, sin muebles, ni adornos. Solo estaba ella acostada en un colchón en el piso. Se sentó, pero al hacerlo un dolor horrible sintió en la cabeza. Al tocarse se dio cuenta que estaba despeinada y también desaseada, ¿cuánto tiempo llevaba allí?

Se miró la ropa y solo tenía puesta una playera blanca y sus calzones. Ni zapatos, ni pantalón, nada. ¿Cómo había ido a parar allí? ¿Y en esa facha?

Se puso de pie y se sintió mareada. Ahora caía en la cuenta: había sido raptada, no recordaba mucho. Solo que se había detenido en la autopista a prestar ayuda a alguien, luego una luz y después solo oscuridad....

—¡Hola! ¿Hay alguien allí? —preguntó golpeando la puerta que estaba cerrada por fuera. En ese momento, una trampilla con una rejilla de alambre se abrió en la parte inferior de la puerta y alguien metió una bandeja con un vaso de leche, dos panes, tocino y agua.

—¡Ey! ¿En dónde estoy? ¿Por qué me tienen aquí? —gritó, pero nadie respondió.

Luego de un par de segundos, nuevamente la trampilla se abrió y un ejemplar de un diario muggle le era entregado. Hermione lo tomó y lo leyó de inmediato: Ayer fue el funeral de Hermione Malfoy, Fundadora de la Casa de Acogida Mía Clearwater...

—¡¿Qué?! ¿Qué demonios? ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Yo no estoy muerta! Estoy aquí... ¡Estoy viva! ¡Draco! ¡¿Draco, dónde estás?! ¡Dios mío, mi hijo!

Los gritos desesperados de Hermione fueron escuchados por alguien que también despertaba de su letargo, al principio no reconoció esa voz, pero luego supo de quién se trataba...

Ronald Weasley escuchó atento los gritos ahogados del llanto de la mujer que debía estar a solo unos cuantos metros de su cuarto, pero no se atrevía a contestar puesto que al pegar su oído en la pared, pudo advertir que alguien se paseaba por ese lugar, además a lo lejos lograba escuchar unas voces confusas. Aun así se dio cuenta claramente que una correspondía a un hombre y la otra a la de una mujer. Así las cosas, esperaría un tiempo prudente para poder establecer comunicación con la persona que gritaba en las cercanías.

Por otra parte, por más que intentara, no lograba deducir en dónde se encontraba. Por lo pronto veía que se hallaba en una habitación blanca, en cuyo centro había un colchón viejo tirado en el piso, un destartalado velador y un baño sin puerta, el cual contaba de un retrete a sucio y viejo, una ducha oxidada con moho en las paredes y sin ventilación. También había una ventana que daba justo con una muralla. Lo que significaba que no tenía ningún referente que le pudiera entregar indicios de dónde estaba.

Además no recordaba nada. La última imagen nítida que tenía era el momento en cual había pagado al taxista por haberlo trasladado hasta las inmediaciones de La Madriguera y de ahí en adelante todo estaba en blanco. No tenía que desgastarse mucho pensando, para darse cuenta de que había sido víctima de un hechizo Obliviate. La pregunta era, ¿quién había sido el causante? Y, lo que era más intrigante, ¿con qué fin estaba retenido allí? (como si fueran poco los cuatro años que estuvo encerrado en San Mungo...) Era evidente que había sido víctima de un secuestro, como también lo era la mujer que pedía auxilio cerca de él.

MÍAWhere stories live. Discover now