Sinceridad

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Seguí a Senka hasta que la vi correr en dirección a la espesura. Espoleé a Huracán e interrumpí su camino con el cuerpo de mi caballo.

—No quiere ir por ahí sola, princesa —indiqué.

—Buscaré a mi hermana por mi cuenta, algo que tus guerreras ineptas o tú misma no se han atrevido a hacer —respondió tratando de esquivar a Huracán.

Suspiré y contuve las ganas de voltearle el rostro como había hecho su madre. Volví a interceptarla con Huracán.

—Regresa al campamento. Ni tú, ni un ejército lograrían rescatar a tu hermana, Senka. Está confirmado que fue capturada y terminó en tierras enemigas. Sabes bien lo que eso significa.

Debí haber previsto su siguiente movimiento. Por suerte, nos encontrábamos en el bosque y nadie me habría visto ser derribada de mi caballo por una joven furiosa con la mitad de mi experiencia de vida. A mi favor tenía las recientes lesiones del duelo, no era el mejor momento para hacer fuerza con mis piernas.

Caí con un golpe sordo sobre mi espalda y Senka no me dejó tiempo a respirar o recuperarme siquiera. En un instante la tuve sobre mí, sentada sobre mis caderas, repartiendo golpes sobre mis brazales, ya la había dejado tirarme del caballo, no iba a permitir que me golpeara tan fácilmente. Esperé con paciencia hasta que sus manos dolieran lo suficiente como para que se cansara y cambiara de táctica.

—¡Todo esto es tu culpa, tu maldita culpa! —gritó.

Cuando sus golpes menguaron y su respiración se hizo pesada, aproveché de tomar sus manos y empujarla con fuerza lejos de mí. Funcionó, la atrapé con la guardia baja y ahora era ella quien estaba de espaldas en el suelo, sorprendida y con los ojos a punto de salir de sus órbitas.

—¿Terminaste? —inquirí. Sujeté sus manos a ambos lados de su cuerpo y gané una mirada furiosa sobre mí.

—Suéltame, soy tu princesa —ordenó.

—Justo ahora solo veo una niña mimada que no puede lidiar con sus propios sentimientos. Llamarte princesa a ti misma es un poco presuntuoso.

—¡Suéltame!

—Oblígame —repuse con calma. Esperaba que no lo intentara de verdad. Mis manos y mis piernas dolían como si tuvieran en su interior lava al rojo vivo.

Senka forcejeó, pero tenía sujetas sus caderas con mi peso y sus manos no podían competir con la fuerza de mis brazos. Para mi sorpresa, no se rindió cuando se dio cuenta qué luchar contra mí de esa era fútil. Hizo algo mucho peor. Algo que, si la reina Appell veía a través de los arbustos, seria excusa suficiente para llevar mi cabeza sobre una lanza a las puertas de la ciudad.

De alguna manera se las arregló para impulsarse lo suficiente como para que su cabeza estuviera frente a la mía. Con altanería y un atrevimiento que no creí capaz sus labios impactaron los míos. Demandando dominio de mi boca como si ella fuera la dueña y señora absoluta.

Fue rápido, pero duró lo suficiente como para que me apartara de golpe y cayera a un lado, mis piernas estaban entumecidas y no iban a cooperar, al menos no en un buen rato.

—Vaya, sabía que eras patética, pero no tanto. —Sentí el filo de su espada contra mi cuello— ¿Cómo puede un simple beso aterrar a una guerrera como tú?

—Tienes quince años, Senka, duplico tu edad y soy comandante de uno de los ejércitos de tu madre ¿No crees que es razón suficiente? —Apoyé mis dedos en el filo de su espada. Justo ahora, solo quería mantenerla lejos de mi cuello. Una espada en manos de una jovencita descontrolada era como darle una daga a un bebé.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora