Capitulo 2

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No me puedo quitar la imagen de la maestra de mi cabeza. La última vez que la vi, estaba mirándome, en momentos que me salvaba de esos matones. Recuerdo sus ojos, bellísimos, rasgados como los de un felino. Como también la recuerdo al marcharse. Ese contoneo de su cadera es de infarto. Que tremenda mujer. Siempre me han gustado las mujeres mayores. Tienen algo especial. Son mujeres, mujeres. Saben lo que quieren y saben pedir lo que desean. Me encantan. Nunca he estado con una mujer así, pero no puedo olvidar a una de ellas. Se trata de la mamá de un amigo de infancia. Un día, me quedé en su casa. Fue hace tres años atrás. Tenía quince años, y mi pubertad hacía estragos en mí. Mi amigo tenía una piscina y pasé todo el día en ella. Fue ahí que vi llegar a Marcela Mendoza, la madre. Mujer bellísima, totalmente exuberante. Unos lentes negros la volvían enigmática. Se quedó parada en el dintel de la puerta, desde ahí saludó a su hijo, y me hizo señas a mí. La saludé con respeto, me enseñaron a ser un caballero de pequeño. A los segundos desapareció del dintel, y a la media hora volvió, con una bata cubriendo su cuerpo. Llegó al borde la piscina. Yo estaba sumergido nadando como un delfín libre. Cuando en eso, veo como deja caer su bata, quedando cubierta por un diminuto traje de baño. No podía creer lo que mis ojos veían. Un cuerpo perfecto. Sus senos turgentes y grandes, cabían con dificultad en la prenda. Hasta podría asegurar que una aureola se asomaba tímidamente de su seno izquierdo. Se lanzó a la piscina y la vi sumergirse. A los segundos apareció. Reía como si fuese una quinceañera. Y yo, torpemente, trataba de no mirar ese cuerpo que ella presentaba sin egoísmos. Ella sabía muy bien como me tenía. Y le encantaba tenerme así. A las mujeres les gusta sentir el deseo, en realidad a todos nos fascina desear, como ser deseado. Es la naturaleza la que actúa. Por años, los pastores de la iglesia, han intentado asociar al deseo con el pecado. Craso error. No hay nada más humano que desear, como no hay placer más intenso, que ser deseado.

Esa noche dormí en la pieza junto a mi amigo. El durmió en su cama, yo, en un saco de dormir en el sofá. Todo no pasaría de ahí, hasta que vi a la mamá pasar por el pasillo en dirección a su pieza. Me levanté con la excusa de ir al baño. Debía ver a esa mujer por última vez esa noche. Al llegar al pasillo, la miré de reojo. Llevaba una bata de acostar. Al verme, hizo que tomaba unas revistas de un mueble. Se agachó lo suficiente, para que la bata dejara ver más de lo permitido. Pude ver parte de su seno. La mujer no llevaba nada debajo de esa bata, y sabía perfectamente que la estaba miraba. Sonrío, solo eso hizo, y partió a su habitación. Dejó la puerta a medio cerrar, como una invitación. No me atreví. Pude haberlo hecho, ella vivía sola junto a su hijo. Estoy seguro que esa noche no la olvidaría más. Pero no me atreví. Fui un tonto, y nunca olvido esa oportunidad que deje escapar. No me atreví por mi amigo. Me puse en su lugar. A nadie le gustaría que en su propia casa, su mejor amigo se acostara con su madre.

Tocan la campana. Ha terminado el primer día de clases. Este es el momento más feliz de cada día durante la semana. Miro a Sergio y lo apuro con mi mirada para que guarde sus cuadernos. Quiero irme rápidamente. Deseo llegar a casa y tomar una siesta. Por tres meses me levanté tarde y hoy madrugue.

—Adiós Arturo.

No puedo creerlo. Ha sido Angélica quien se ha despedido de mí.

—Adiós Angélica. Cuídate mucho.

Y se va. Por un instante me dan ganas de alcanzarla y acompañarla. Es primera vez que se despide de mí, de esa forma. Tomo la decisión y voy tras ella. Pero, aparece su novio y arruina todo. Maldito príncipe. Si no fuera por él, Angélica seria mía. Maldigo mi suerte y salgo de la sala con la cabeza gacha.

—¿Qué pasó? —me pregunta Sergio.

—Lo mismo de siempre —cada inicio de año, es un desastre para mí. El año pasado, un lápiz se me reventó dentro de la mochila. Terminé con todos mis cuadernos embadurnados.

Mi nueva maestraWhere stories live. Discover now