[Relato Unico]

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—¿Estás seguro de esto?

—N...No lo se.

—¿Y quién lo sabe? Asegúrate de pensar muy bien las cosas antes de contestar.

—Yo lo se, sí, pero ahora... no soy capaz de pensar correctamente.

—Si no eres capaz de pensar entonces te vuelves idiota, ¿o no?

—Eso no suena agradable.

—No es agradable, la gente que no puede pensar es tildada de inculta, idiota, impulsiva o retrasada, pero lo ultimo ya es un problema clínico, ¿eres capaz de pensar Mafu?

—Estas siendo muy cruel.

—Voy a ser muy cruel, por eso, debes pensarlo muy bien, ¿o no?

—Sí, soy muy capaz de pensar y lo estoy pensando.

—Decirte cosas crueles no será lo único que te haga Mafumafu —la aterciopelada voz hizo que se derritiera en un sólo instante.

—Está bien, lo acepto, lo acepto.

Ese control, mafu lo odia y lo ama. Ese maldito control que Soraru ejerce sobre toda su persona, sobre las palabras, sobre su deseo, sobre lo que Mafu cree que es real o lo que es bueno, pero que le hace cambiar a cada momento, con cada mirada, arañazo, carcajada, moratón, con cada mordisco, golpe o tensión.

Esa pérdida de voluntad absoluta que Mafu le debe, esa entrega, ese «juego» que no siente correcto, y que provoca tal pelea interna, que al pobre Mafu le entran ganas de gritarle, de amordazarle la boca, de no dejarlo hablar ni una sola vez más. Soraru nunca se dejaría amordazar por él, ¿no es así?

Mafu ha considerado dejarle, no permitir que lo penetre nunca más, ni el ano ni la mente. La encrucijada de abandonarlo o abandonarse a si mismo.

¿Pero por qué tiene él esa batalla constante contra si mismo?¿no supone un día con Soraru ir hasta el infinito y no bajar? Supone subirse a lomos de un fuerte pegaso que aletea fuertemente de un lado a otro, y que con cada movimiento de alas el placer incrementa.

—Anda, ya es hora —dijo mirando su muñeca —desnúdate —ordenó mirando directamente los ojos de su amante por entre los cristales de sus lentes. Recordó Mafu la primera vez que lo conoció en la universidad, era tan callado, tan estudioso y sarcástico, le tomó curiosidad de inmediato.

Mafu desliza la ropa con cuidado de no estirarla mucho y la deja caer al suelo.

Soraru parecía cualquier tipo responsable cuyo promedio era alto, iba siempre con un cardigan beige, camisa blanca y pantalones oscuros, impoluto, perfecto, pasaba desapercibido y al mismo tiempo destacaba fuertemente, oh cielos, solía ser tan caliente, aún lo era, pero si antes era caliente, ahora era el mismísimo infierno. El Soraru de la universidad y el Soraru frente a él no eran lo mismo, en absoluto, eran mascara y verdad.

—Mis relaciones son con dolor, del tipo que sea —afirmó cuando Mafu tomó valor para confesarse. Sufrió el riesgo de ser rechazado y humillado, sin saber que sería humillado de otra forma más tosca.

De acuerdo, pensó, entonces intentaré soportarlo, todas las relaciones tienen sus altos y bajos, en todas hay dolor, ¿no es así?. Pero pasó, Mafumafu halló lo que no andaba buscando y encontró lo que no se le había perdido. Y desde el primer momento entendió que ese dolor no significaba una pelea entre novios, una mentira o una infidelidad.

Era un dolor muy perceptible, no como esa tortura china de la gota de agua que cae, lenta, una y otra y otra vez sobre la cabeza, provocando un daño sutil pero constante, hundiendo, hasta la locura. El dolor era muy físico, justo sobre su espalda, sobre sus nalgas. Tenía mucho tiempo para pensar mientras era atado por la espalda.

Mejores fueron también los chasquidos, las fricciones, los espasmos y temblores que siguieron a la descarada animosidad de sus dedos embadurnados en lubricante dentro de la profundidad de Mafumafu.

Soraru le clavó la uña del pulgar justo sobre la columna, desde la altura de los omóplatos hasta la separación de sus nalgas y ahí se perdieron, empezando a tocar, otra vez —hoy no hay juego.

—¿No lo hay?

—No en su totalidad.

—¿Por qué?

—¿Por qué hablas tu?

—Porque puedo hacerlo.

—No, no puedes, déjame solucionarlo con la mordaza.

—Ah, sí, eso era lo que faltaba.

—¿Como se dice?

—Gracias amo.

Soraru colocó la mordaza y le regaló un mordisco en el hombro. Soraru tocó desde la espalda el pecho de Mafu, sintiendo el tacto suave y escuchando la respiración lenta de Mafumafu, que entonaba una canción suspirante. Agarró a Mafu desde atrás clavándole en el abrazo su miembro justo en la curvatura que formaba su espalda y sus dedos irritando sus pezones por enésima vez.

A Mafu le gustan los abrazos desde atrás, lo convierten en un loco, sentir el aliento en el cuello, sentir los gemidos en el oído. La excitación que provoca y aumentan el lívido de los dos; el vaivén de ambos cuerpos sudorosos y ese trasero inquieto del albino que, muy caprichosamente, reclama con insistencia el falo de Soraru, una y otra vez empujando con fuerza, chupandolo en su interior. Sabe que lo quiere cada vez más fuerte. 

¿Por qué Mafu querría abandonar eso? Un dolor gozoso, un arañazo que acompaña una embestida que de lo fuerte marea, unas manos que se cierran en su cuello provocando un borroso y profundo placer, una polla que maneja el momento, de tal forma, con tal destreza, con tanta furia, que rompe, lo rompe, y duele, claro que duele. Pero cada vez que Soraru pregunta, así haya sangre de por medio, «¿Más?», Mafu suplica un quedito, «Sí, más por favor». Y tras acabar todo, Mafu sería mimado por Soraru y sus heridas serían curadas con delicadeza... y comerían helado.

—Después de todo te amo, ¿o no?

—Sí —contestaba Mafu simplemente, envuelto en cobijas, aún desnudo.

¿Qué razones tiene Mafu para dejarlo? Ninguna, no tiene absolutamente ninguna. Mientras Soraru lo observe así, con deseo. Mientras Soraru lo trate así y le folle sin miramientos, mientras le haga tan enormemente feliz, sin saber cómo ni por qué. No, Mafu no va dejarlo por nada.

Lemon Juice [Soramafu]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ