°¦Adviento¦°

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"Cuando llegues a amar, si no has amado...
sabrás que en este mundo
es el dolor más grande y más profundo, ser a un tiempo feliz y desgraciado.

Corolario: el amor es un abismo
de luz y sombra, poesía y prosa,
y en donde se hace la más cara cosa
que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible
es que vivir sin él es imposible."

"Cuando llegues a amar"
Rubén Darío.

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Diciembre 20/2018.

Eran apenas las diez de la mañana cuando la serenidad de la casa Stanier se veía arrebatada por la melodía de un violín. Una impecable melodía proveniente de la tercer habitación en el segundo piso.

Allí, en aquel cuarto de paredes hueso y piso de madera, sobre la cornisa de la monocromática cama con tonalidades típicas de una tarde lluviosa en San Sebastián, en dirección al ventanal, Clarisse sostenía con una delicadeza casi extraordinaria su violín marrón.

Con sus ojos cerrados y su corazón a manera de marca pasos, Clarisse Stainer interpretaba ferviente la canción "Csárdás" de Vittorio Monti.

Nuestra dulce chiquilla había descubierto su amor por el violín a la temprana edad de 6 años, cuando su padre Tomás y su madre Marina llevaron a la pequeña a un viaje familiar en San Petesburgo. Estos decidieron que de primera instancia debían acudir al increíble espectáculo de música y danza titulado "Балет невесты o Balet nevesty". El imponente teatro iluminado por esos grandes reflectores hacían que el estómago de la niña diese giros y giros de emoción, los asientos aterciopelados y el enorme escenario de madera hacían sentir a esta emocionada como jamás en su corta vida lo había estado.

La familia se ubicó en uno de los palcos del lado derecho, Clarisse no podía tener una mejor vista de todo el lugar. La niña estaba tan entusiasmada que no paraba de cuestionar a su madre acerca de cada pequeño detalle, fué entonces que las luces del teatro se apagaron y un pequeño reflector permitió la presencia de una esbelta bailarina sobre el escenario, envuelta en un traje blanquecino como la nieve y en cuarta posición, realizó una variación de la misma. La niña observaba maravillada el momento en que la bella bailarina echaba en descanso su brazo izquierdo mientras que el derecho era elevado a manera de ademán, como sí fuera algún especie de agradecimiento a su público. El corazón de Clarisse palpitaba a mil por hora, pues sabía que el show estaba por comenzar. Y justo cuando su carmesí estaba por salir huyendo de su cuerpo este se detuvo de forma repentina, tajante, pues otro reflector iluminó un cuerpo sentado en la parte posterior del escenario, sosteniendo firmemente un reluciente violín. Stainer no sabía que ocurría, pero algo en ella pedía a gritos por más.

Fué entonces cuando la armoniosa canción de Vittorio Monti empezó a salir de aquél instrumento, poniéndole la carne de gallina y plasmandole una gigante sonrisa en el rostro a la infante; fué entonces que Clarisse Stanier descubrió su amor por el violín.

La familia salió del teatro desbordando risas y alegrías, dirigiéndose a su sitio de hospedaje. La familia Stainer llegó a una casa de apariencia rústica en una de las calles paralelas de la avenida. Cálidamente fueron recibidos por los Walsh, el juez y padre de la familia Geoffrey Walsh, había estudiado desde su formación secundaria hasta la preparatoria junto a Tomás. Después de terminar sus carreras ambos hombres encontraron a las que serían sus respectivas esposas y unos años más tarde los Walsh quedaron embarazados dando a luz a Connor Walsh, ocho años después Mariana parió a Clarisse.

Después de la cena y un montón de chistes malos, Ania le ordenó a su hijo adolescente llevarse a Clarisse a jugar para que los adultos pudiesen disfrutar de un buen vino.

Connor estaba por estallar, Clarisse no había parado de usmear y cuestionar acerca de las pertenencias en la habitación de este, mientras que el se limitaba a responder rodando los ojos. Era de entenderse, una niña de 6 años había irrumpido en el caótico pero acojedor cuarto de el puerto, cuando a duras penas el mismo podía soportarse.

Aquella chiquilla parecía que hablaba hasta por los codos, le contaba a Connor una y otra vez acerca del teatro y el espectacular instrumento que observó aquel día, brincando de un extremo de la habitación al otro. El chico se recostó boca arriba y frustrado cerró sus ojos buscando algo de paz. Apenas 4 segundos fueron suficientes para escuchar el tropezar de la pequeña Clarisse y un suspiro de impacto salir de su boca seguido de el sonido de un papel roto.

Connor se levantó sorprendido tratando de entender lo que ocurría y cuando lo consiguió, juraba que mataría a la ñiña antes de que siquiera pudiese recoger el pedazo arrugado del póster autografiado por los Red Hot Chilli Peppers. Dicho pensamiento se vió lanzado por la borda cuando las dos mujeres aparecieron en la puerta.

-Anda Clarie, es hora de arroparte- dijo Marina sosteniendo a la niña en brazos.

-Walsh Connor, te dije claramente que debías jugar con Clarie y parece que no he dicho nada, mira nada más esto- dijo con voz molesta al tiempo en que recogía los restos del póster que quedaban y tirandolos a la basuta- tu cuarto es un desastre, ¿acaso no te avergüenzas? estás castigado el resto de la semana- cerro con un fuerte portazo dejando al pobre envuelto en ira.

Mientras que en otro cuarto, Marina se encontraba cubriendo con las sábanas a una adormilada niña.

-Mami- llamó Clarisse pestañeando pesadamente- quiero ser igual que las personas en el teatro.

-¿Te refieres a las bailarinas?

-No mami, quiero ser como el señor que tenía una madera que hacía canciones. ¡Yo también quiero una madera como la de el!

-¡Oh! hablas de un violín... -dijo su madre con tono enternecido.

-Sí, sí, un violín mami... - Clarisse no pudo seguir luchando contra el sueño y finalmente cayó rendida ante este.

Su madre besó su frente llena de amor y orgullo al entender de lo que esta emoción por el violín se refería, y cuidadosamente para no despertar a su hija, salió de la habitación.

Clarisse se mantenía concentrada en cada armonía del bello instrumento cuando escuchó tres golpes en su puerta.
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-Hija anda, necesito que vengas, las compras navideñas no se harán solas, ya tendrás tiempo de tocar.

-Si madre, bajo en un minuto- dijo guardando su violín y camino en dirección a la puerta. Antes de llegar, se quedó de pie frente al espejo del tocador, observando y analizando su persona.

Clarisse Stainer, a sus 20 años era sin duda alguna una hermosa mujer: con su cabello de un color cómo el de la miel, lacio y unos centímetros debajo de los hombros, de piel clara resaltando sus mejillas rosadas; pareciese que el sol decidiera bajar todas las mañanas y dejarle pequeñas caricias sobre estas, sus ojos cómo ámbar adornando esas cejas alzadas, rectas que hacían ver un semblante firme y de boca rosada, pregunten a quien ustedes quieran y no conozco a nadie que no se viera intrigado y deseoso por conocer la temperatura y la textura de aquellos labios.
Clarisse no es una chica voluptuosa, es más del tipo de chica que parece fué creada para llevar en el bolsillo; pequeña, delgada, yo la definiría cómo petite. Pero no se dejen engañar, a pesar de su pequeño tamaño y su delicado semblante, era una de esas chicas que no ceden ante nada, sabía cómo hacerse respetar, tenía la admiración de todo el mundo, una persona recta, firme de convicción y sumamente competitiva.

Así es Clarisse Stainer, así es mi pequeña Clarie.

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⏰ Última actualización: May 09, 2020 ⏰

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