Trabajo duro

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Las piedras más grandes, así mismo las más duras y pesadas, fueron cortadas y cargadas por Valentina durante el transcurso de la mañana. Pascual, sin importar la evidente debilidad y el cansancio mostrados por la joven esclava, producto del extenuante castigo recibido el día anterior, le ordenó trabajar en una sección del campamento de la cual todas las demás rehuían, gracias a ser conocida como la <<cantera de hierro>> debido a las dificultades para cortar las piedras, producto de su extrema dureza.

Pero a Valentina ya no le importaban la crueldad ni las injusticias de aquel malvado ser; solo pensaba, tal y como lo había hecho al estar colgada de la cruz, en su sentimiento de extrema felicidad, en el amor de su hermana, reconfirmado con creces durante la noche anterior, hasta el punto de haber tenido tan solo cuatro horas de sueño. Aquel amor le daba la fuerza y la energía necesarias para seguir viviendo en aquel lugar y no enloquecer en caso de llegar a frustrarse los planes de escape. Pero bien sabía de lo pasajeras que podrían ser las emociones: nunca dejaría de amar a su preciosa hermana, nunca se cansaría de desearla, pero podría llegar el momento en el cual la felicidad, encargada de embriagarla y hacerle olvidar la crueldad de Pascual, podría tomar unas vacaciones, lo cual hacía necesario seguir pensando en la manera de escapar de aquel lugar, sin contar con la colaboración de Charlotte, de quien estaba segura, se rehusaría a colaborar en cuanto se enterase de lo sucedido la noche anterior. Además, a pesar de encontrarse segura en cuanto al amor de Estefanía, sus sentimientos de celos hacía la esclava de los ojos verdes no habían cambiado en lo más mínimo, así como el de desconfianza.

Aquella mañana, poco antes de abandonar la mazmorra, Estefanía le habló acerca de tratar de mantener en secreto lo sucedido entre ellas hasta el momento en el cual lograra averiguar acerca de la posible culpabilidad de Charlotte en el castigo recibido el día anterior. Valentina, muy a su pesar, estuvo de acuerdo con su hermana, pero se le grabó en su cabeza la firme convicción de que en caso de llegar a confirmar sus sospechas, no ahorraría esfuerzo alguno para evitar escapar al lado de Charlotte, además de hacer lo posible para que esta pagara el más alto precio posible por haberlas hecho sufrir de aquella manera, aunque las palabras y el comportamiento de su hermana durante su tiempo en la cruz, y en el poste de flagelación, parecían haber distado mucho del sufrimiento.

–Me prohibieron azotarte, al menos por hoy –las palabras de Pascual la sacaron de sus pensamientos–, pero si fuera por mí, ya habrías recibido más de diez... Nunca había visto a una esclava trabajar con la lentitud que tú lo estás haciendo.

–¿A quién vas a torturar el día en que me muera? –Valentina se irguió y lo miró directo a los ojos antes de recibir una fuerte bofetada.

–Pero no me prohibieron golpearte... y si no quieres pasar la noche en el cepo, más vale que empieces a acelerar un poco –dijo Pascual antes de alejarse.

No le importaba el comportamiento de aquel degenerado. Ella estaba segura de haber trabajado lo suficientemente veloz, a pesar de su cansancio y de la dureza de las rocas, y aunque decidieran flagelarla todas las noches, no estaba dispuesta a rendirse y menos ahora, cuando una gran ilusión había llegado a su corazón para quedarse.

Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano y continuó rompiendo rocas, pensando ahora en la fuerza y agilidad adquiridas durante los últimos meses, gracias al trabajo arduo y pesado, muy diferente al realizado durante los seis años encerrada en el campamento de las niñas menores de dieciocho años. De alguna manera, esto debería servir para sacar algún tipo de ventaja, para sacar provecho en caso de un eventual escape o de una nueva confrontación con otra persona, pero en una situación en la cual no terminara siendo azotada y colgando de la cruz, castigos demasiado severos para volver a soportar. Nunca había sufrido tanto como la noche anterior y detestaría volver a ser víctima de aquella clase de trato.

Durante la madrugada, antes de rendirse en un merecido sueño, su hermana le había hablado acerca de su descubrimiento: de cómo su cuerpo, su mente o su alma estaban transformando el dolor en placer, algo de lo cual la gente se refería como masoquismo. Le había hablado de las ventajas nacidas de aquellas nuevas sensaciones; de cómo sería más fácil soportar los crueles castigos de los capataces e inclusive de la posibilidad de desear ser torturada. Pero Valentina, aunque lograba entender las diferencias existentes entre ella y su hermana, y a pesar de la firme convicción de Estefanía en querer escapar de aquel lugar, vio esta nueva sensación como un factor amenazante. Si su hermana, con el paso de los días, se empezaba a sentir cómoda con los castigos, o si llegaba a esperarlos con anhelo, podría terminar cambiando de opinión y poner en riesgo el plan de escape.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por las órdenes de los capataces, indicándole al grupo de esclavas la hora de dejar las herramientas para ir a almorzar. Valentina tomó un par de vasos de agua de la fuente antes de entrar al comedor, en medio de un obligatorio silencio, únicamente interrumpido por el sonido de los cubiertos al chocar contra los platos. Sin embargo la comunicación entre ella y su hermana, a través de las miradas, fue suficiente para entender la intensidad del amor y la atracción que esta sentía. Para Valentina fue una recarga de combustible para su espíritu, necesaria para resistir con mayor facilidad los extenuantes trabajos de la tarde. Pero también un sutil movimiento de sus ojos, sumado a la manera como Estefanía arrugó los labios, gestos dirigidos hacia el lugar en donde se sentaba Charlotte, le dieron a entender el descubrimiento de nueva información por parte de su hermana. Sería necesario esperar hasta el final de la jornada para poder hablar con ella y enterarse de todo. Giró su cabeza para mirar a la eslava de los ojos verdes, solo para descubrir la manera como esta, a su vez, la estaba observando con una penetrante mirada, la cual a Valentina le fue imposible sostener. Aunque se sentía feliz, gracias al amor venido de su hermana, supo inmediatamente de su falta de fuerzas para enfrentar una guerra con Charlotte, aunque desearía la venganza, pero en la cual solo el dolor y el sufrimiento serían los vencedores. Sí ella o su hermana finalmente descubrían la participación de la muchacha de los ojos verdes en los acontecimientos de la noche anterior, se verían obligadas a pensar demasiado bien la estrategia a seguir y así evitar nuevos castigos.  

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