Capítulo 2

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Abrí los ojos desorientada. Me encontré durmiendo en la cama de mis padres, el cuarto estaba perfectamente ordenado, limpio y recompuesto. La puerta estaba entera, los muebles no tenían ni un rasguño, los libros no estaban quemados...todo el escenario estaba muy lejos de los trozos sueltos de madera, las baldosas quemadas y los cristales rotos que había dejado mi lucha con aquel... aquel... ¿Nigromante? Ese bicho me daba escalofríos, y aun así lo había vencido. El nigromante, Así lo había llamado el, ese demonio, joder había vencido a un demonio con Asmodeus, que también era un demonio. Qué raro ¿no? Y hablando del rey de Roma, Asmodeus ¿Dónde se suponía que estaba? No estaba ahí, eso seguro y eso no sabía si me alegraba o si me asustaba hasta el punto de infarto. Quizás, todo había sido un sueño y estaba delirando, la pizza y el queso de la comida me habían dado pesadillas. Quizás, me lo había imaginado todo, en ese momento solo había una forma de saberlo.

Con temor, miré mi mano y descubrí con pesar que el tatuaje en mi palma izquierda estaba perfectamente dibujado sobre la piel, había sido real, acaricié los trazos suspirando, no me iba a librar de él. Que todo estuviera en perfecto estado debía ser cosa de don príncipe del infierno. Al menos, sabía hacer las cosas bien.

De repente caí en una cosa, mi ropa era diferente, pronto, sentí mis mejillas arder ¿Sería animal? ¿cómo se atrevía a cambiar mi ropa? Cuando lo viera le pensaba arrancar la piel a tiras si no les arrancaba a gritos las orejas primero. Pero pronto mis planes se fueron a pique cuando su voz aterciopelada irrumpió en la sala:

- Por fin despiertas- dijo entrando por la puerta.

Me quede mirándole, por un momento pensé en gritarle, en decirle todas las cosas que pensaba de que hubiera cambiado mi ropa o, de los problemas que me había causado desde que había aparecido en mi vida. Pestañee rápido al ver su atuendo, había cambiado su ropa antigua por una camisa negra de botones, unos pantalones vaqueros  y unos zapatos de vestir. ¿De dónde había sacado todo aquello? Oh, espera ...Claro, ese tío seguro que tenía algo como el bolsillo mágico de Doraemon. ¿Como no? Me sentí a mí misma rodando mis ojos y bufando.

- Si, estoy despierta- conteste tras un rato. Me había quedado mirándole tan fijamente que me extrañaba no haberle traspasado la ropa.

- Tus pensamientos son graciosos- dijo mostrando una sonrisa que habría hecho caer al mismísimo espíritu santo.

- Me da igual lo que creas. Tú vas a contarme que está pasando aquí ¿Que era ese repartidor de pizza? ¿Quién eres tú? ¿Qué hacías en el espejo de mis padres? Y sobre todo me vas a decir que narices quieren de mí. – le apunte con el dedo de manera amenazadora, y él, se limitó a sonreír. Dejo la bandeja con el desayuno en la mesita de noche y tomo asiento en una silla, pequeña y acolchada, a una distancia prudencial de mi persona.

Se quedo en silencio unos segundos mientras me miraba fijamente con sus ojos rojos. Eran raros y bonitos a la vez y ahora casi parecían emanar duda, como si no estuviera seguro de contarme la que se nos venía encima. Trague saliva involuntariamente, me sentía tan fuera de lugar, tan desubicada.

- Como ya sabes me llamo Asmodeus- comenzó a hablar bajo mi atenta mirada- Soy uno de los cinco príncipes del infierno, el nombre de mis hermanos no es relevante ahora. – suspiro como tratando de alentarse para contar, lo que parecía, una larga historia- Hace ya dos milenios, hubo una guerra y con el fin de salvaguardar la paz fuimos encerrados en cinco objetos mágicos diferentes, todos ellos, conocidos por los humanos. - Dijo despacio como queriendo que se me quedaran grabadas sus palabras y que lo entendiera todo bien.

- ¿Qué objetos? ¿Cómo que no son importantes? Los quiero saber–Dije de manera demandante para luego proseguir - ¿Cómo que conocidos por los humanos? -Sabía que le estaba interrumpiendo y por su cara de fastidio eso parecía no gustarle, sin embargo, quería respuestas.

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