No es filosofal, pero da elixir igual

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Hay historias que no merecen ser contadas. Historias que te encuentras enredadas en unas sábanas sucias y coges entre el índice y el pulgar, separándolas todo lo posible del cuerpo para evitar que te rocen. Que lanzas lejos y a ver qué pasa.

Historias que empiezan con una frase como esta:

—Si lo que te preocupa es no saber qué hacer, lo haré yo todo.

Él permanece sentado al borde de su cama, con la corbata del uniforme sujetándole las muñecas a la espalda y con ella a horcajadas sobre sus muslos. Está casi más ansioso que nervioso, y ya es decir. Está seguro de que como el corazón siga latiéndole de esa manera acabará haciéndole un agujero en el pecho para salir corriendo. También está seguro de que algo similar pasará con su polla. Le aprieta contra el pantalón, tan pero que tan cerca de las piernas abiertas de ella que contener las ganas de pedirle que se acerque un poco más le parece que bien merece cien puntos para Slytherin por temple y caballerosidad.

Ella también está nerviosa. Puede que haya hecho esto otras veces —no exactamente, claro, es la primera vez que ata a alguien—, pero se trata de Draco Malfoy. Da igual que no sea tan guapo o tan sexy como el otro chico con el que se acostó. Es Draco Malfoy y ella es Pansy Parkinson. Pansy Parkinson apoyando las manos en sus hombros y rozándole el cuello blanco con los dedos. Pansy Parkinson a diez centímetros de su cara desencajada por las ganas, de su boca entreabierta, de esa gota de sudor que le recorre la mandíbula, del pelo rubio que le cae por la cara tapándole parcialmente los ojos. Son lo que más le gusta de él, aunque no se lo haya dicho todavía. No solo por ese color tan raro, como el metal, sino porque es la única parte del chico que es sincera aunque el resto no quiera. Son los que le dijeron hace años que la quería y un poco después que la sufría. Son los que le suplican ahora que se lo folle.

Quieren que empiece ya y, al mismo tiempo, que no lo haga para no terminar nunca.

Pansy aparta los brazos de los hombros de Draco y pone a las manos a trabajar, dirigiéndolas hacia los botones de la camisa del otro. Empieza a desabrocharlos con cuidado, mordiéndose el labio inferior porque no se fía de lo que podría decir si no mantiene la boca cerrada. Le tiemblan un poco los dedos, pero él no lo ve. Tiene los ojos abiertos porque no quiere perder detalle, pero es el resto de cuerpo de la morena lo que lo tiene fascinado. A diferencia de él, Pansy solo lleva la ropa interior puesta. Bueno, y los estúpidos calcetines del uniforme. Oscuros y largos, hasta el muslo. Los ojos se le enganchan en el punto en el que la tela presiona la carne para mantenerse en su sitio. El cerebro se le engancha en las ganas de bajárselos a mordiscos. Después se encargaría del tirante del sujetador y, al final, de las bragas. Respira hondo. Todavía no han empezado y ya no puede más.

La camisa está abierta y se la baja por los hombros hasta los antebrazos. Apoya la frente en la del chico y va a por el pantalón. Mientras desabrocha el cinturón le roza con el dorso de la mano la piel del estómago y Draco siente que se abrasa. Y quiere acercarla de un golpe y morder y morder y morder, pero respira hondo. Ahora, el botón. La cremallera. Todo va tan lento que cree que va a ponerse a gritar de un momento a otro. Para evitarlo, o porque no puede aguantarlo más, se acerca de golpe al cuello de ella para besarlo. Está ardiendo, como todo él, y huele tan condenadamente bien que saca la lengua para comprobar si sabe igual. Nota el suspiro de Pansy reverberando en la piel, colándosele en la boca. Se le acerca, colgando de nuevo los brazos sobre sus hombros, pero no lo suficiente. La quiere encima de la polla, la quiere desnuda, la quiere tan desesperada como él.

Los besos se desplazan poco a poco. Del cuello a la clavícula, de la clavícula al esternón, del esternón al borde del sujetador. Antes de poder engancharlo con los dientes la escucha reír y la nota separándose.

—No seas ansioso —le dice, burlona.

Se arrodilla en el suelo, frente a él, y empieza a desanudar los zapatos. Draco está convencido de que como tarde un segundo más en volver a colocarse encima se volverá loco, así que se los quita con los pies. Se hace daño porque están demasiado apretados, pero le da lo mismo. Sonríe a Pansy cuando ella levanta la cara con una ceja arqueada, pero ninguno dice nada. La morena agarra los pantalones por la cinturilla y se incorpora lo mínimo para que pueda bajárselos. Una vez se los ha quitado se pone de pie frente a él. No encima, como Draco quiere. De frente. Tira de las manos, frustrado, pero la corbata las mantiene en su sitio.

No es filosofal, pero da elixir igualWhere stories live. Discover now