Cuatro

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—Me quedan aún diez minutos —musita el chico tras la proposición. No sé si su corazón está tan loco como el mío, o si sus pulmones están intentando coger tanto aire como los míos. Seguramente no—. ¿Piensas hacer algo? Quiero decir, ¿vas a investigar o vas a dejar el tema de lado?

—El director me dijo que intentaría encontrar al culpables, empezando por los dirigentes de la revista —explico, mordiéndome el labio con suavidad—. Yo... Supongo que lo dejaré de lado. Conociendo el instituto y a la gente, estoy segura de que en un par de días surgirá otro rumor.

Asiente la cabeza con el ceño fruncido, como si estuviese dándole vueltas a la cabeza para encontrar la solución a un enigma demasiado difícil para nuestras mentes adolescentes. Aún quedan siete minutos: lo sé porque mi móvil se enciende por una notificación, un mensaje de Nuria diciéndome que la espere a la salida, ya que no quiere que me vaya sola.

Intento leer algo de los folios, porque tengo la sensación de que no les está prestando atención ni siguiendo aquello que escribió con ayuda de sus amigos. Lo único que consigo distinguir es "la verdad es que nunca le he gustado a nadie, así que no sé qué debería decir o hacer", y eso hace que el corazón ya no me lata tan rápido, pero que al contrario se me caliente tanto como las mejillas.

Sigo acalorada por la petición del baile, aun cuando faltan casi cuatro meses para él.

Aparto la vista de sus hojas antes de que se dé cuenta de que he cotilleado lo que ha escrito, y mientras lo hago me pregunto qué más pondrá y que no se atreve a decir. Justo cuando abro la boca para preguntarle, suena la sirena, lo que hace que ambos demos un respingo con tanta sincronización que parece que lo hemos planeado.

Las recoge apresuradamente y las dobla de tal manera que no me da tiempo a leer nada. Las guarda en los bolsillos de los vaqueros negros que lleva hoy, y ya no tengo ninguna oportunidad más de leer sus pensamientos.

Me gustaría saber cada una de las palabras, admirar su letra temblorosa y entender lo que se le pasa por la cabeza, pero a la vez sé lo duro e incómodo que es que lean aquello que sale de lo más profundo de tu corazón.

—Bueno —musitamos a la vez, aunque yo le hago al chico un movimiento de cabeza para que continúe—, supongo que nos veremos en las clases. —Se rasca la nuca y se coloca bien las mangas de la sudadera gruesa y celeste, a juego con las paredes del salón de actos, de manera que sus manos queden cubiertas por completo por la tela.

—Sí —asiento—, a última hora nos toca juntos.

Ahora me toca francés, optativa que él no escogió, y luego tengo clase de latín; él, al coger la rama de ciencias sociales, tampoco coincide conmigo en esa asignatura. En cambio, a última hora tenemos filosofía (la asignatura que más odio y que él más adora), que compartimos.

No sé en qué estará pensando en él, pero mi cabeza no deja de darle vueltas a la proposición para ir al baile en junio. He ido todos los años desde el primer curso de secundaria, siempre acompañada de amigas o compañeras de clase, pero nunca por un chico. Nunca me habría imaginado que en mi último año de instituto iría con uno, y mucho menos que esa persona fuese Jeongin.

Cuando llego a la puerta del aula de francés, esta todavía está cerrada, haciendo que nos tengamos que quedarnos fuera, momento propicio para que los demás se pongan a hablar de lo sucedido con mis cartas y con Jeongin. A pesar de que la mayoría de ellos lo hace con cuchicheos, siempre hay alguien que tiene que salirse de esa línea y fastidiarla.

Y quien lo hace es, probablemente, la persona que peor me caiga en este mundo: Lisa.

Lisa es de esas chicas que lo tienen todo: padres empresarios y con dinero, que le pagan viajes a países que yo desearía visitar y que le compran todo lo que ella quiera, lo necesite o no. Presumida, arrogante, pedante y estresante... no hay mejores palabras para referirse a ella. A veces me pregunto cómo, siendo tan pija y elitista, está inscrita en un instituto público.

Insomnia | JeonginWhere stories live. Discover now