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Aristóteles

Pasaron cinco segundos exactos con todo y sus cinco mil milisegundos y yo conté cada uno de ellos. La mirada se fue tan pronto llego y su lugar fue sustituido por un sentimiento extraño en mi pecho. Sólo fue una acción, algo tan vago e insignificante pero a lo que ciertamente podría acostumbrarme.

Llevo toda mi vida encerrado en estas cuatro paredes y no recuerdo que alguien me haya mirado así alguna vez, ni tampoco que me sonrieran como si yo no fuera un bicho raro. Me mentiría a mí mismo si me dijera que nunca he reparado en la existencia de "tres" o en la de cualquiera en esta casa. Es difícil no hacerlo cuándo todos están en movimiento a tu alrededor y tú sólo estas en un rincón expectante. Pero siento que es la primera vez que alguien más se da cuenta de mi propia existencia y no sólo pasan a mi lado como si fuese un mueble más.

Tengo tantos pensamientos en mi mente por el singular momento que acabo de vivir, que no me doy cuenta cuándo el peso de "tres" hunde el sillón individual en el que estoy sentado quedando su cuerpo muy cerca del mío y amenazándome con salir corriendo.

— ¿Qué cosa lees? — pregunta de lo más casual como si toda esta situación fuera algo de todos los días. Su voz, para mi sorpresa, no me suena desconocida ni intimidante como podría haberlo esperado.

—Las aventuras de Tom Sawyer— le respondo sin más, porque aún no logro descifrar si es algo que realmente le interesa saber o sólo inició esta conversación conmigo por otras cuestiones, y porque me doy cuenta que ya no se siente tan desconocido estar así de cerca y también porque no quiero responder con un mal chiste de esos que sólo yo entiendo.

—Vaya— dice, y vuelve su mirada al frente. Por un segundo pienso que tal vez dije algo mal, o que debería continuar la plática, pero no sé muy bien cómo hacerlo, así que cuando estoy a punto de pararme e irme para no volver esto más incómodo, su voz vuelve a sonar en esta sala que sólo compartimos los dos

—Sí, recuerdo que lo leí hace uno o dos años, yo estoy leyendo esto que me dejó Constanza en el desayuno, pero si fuera por mi hubiera agarrado algo más entretenido

— ¿Algo cómo qué? — pregunto sin analizarlo mucho.

—"Cómo mandar a la gente al carajo" —

Lo observo en silencio e intento descubrir si está hablando en serio pero entonces comienza a carcajearse en su lugar de una manera bestial, pone sus manos en su estómago y puedo asegurar que algunas lágrimas amenazan con salir de sus enormes ojos cafés. Cuándo me doy cuenta es demasiado tarde y me encuentro a mí mismo haciendo lo mismo.

— ¿Ese libro en realidad existe? — le pregunto cuando las risas comienzan a descender.

—La neta no sé, pero estaría padre— ambos soltamos una última pequeña risita y podría jurar que nunca me había sentido tan en paz con la vida.

Vienen un par de minutos de puro silencio pero esta vez ya no se siente tan incómodo, así que sólo me relajo en mi lugar y vuelvo a mi lectura. "Tres" hace lo mismo.

Pasan unos veinte minutos en los que lo miro de reojo, y otros quince en los que parece ser que él hace lo mismo. Me doy cuenta que he estado releyendo el mismo párrafo unas cinco veces y me pregunto si no será momento de darme por vencido e ir a la cocina por un poco de helado de dulce de leche, me encuentro en mi dilema interno cuándo el chico a mi lado vuelve a hablar.

—Siempre que te veo aquí me pregunto qué tipo de literatura te gusta— ¿Dijo "Te veo"? — A veces he intentado adivinar por tus gestos o tus acciones— Él dijo "Te veo" —Otras veces intento ver la tapa pero casi nunca la alcanzo a distinguir — Él me ve — Y acercarme más podría considerarse invasivo, creo—

Sé que tengo una sonrisa tonta en la cara porque en cualquier momento comenzaran a dolerme las mejillas. Él me ve, él me veía antes de hoy.

Comenzamos a platicar sobre literatura y de ahí pasamos a temas más banales. Cuándo nos damos cuenta la luz de la sala de estar ya ha comenzado a descender y nuestros estómagos comienzan a gruñir.

—Bueno, supongo que ha llegado la hora de la cena— Me dice y se para con un singular saltito, alza sus brazos para desperezarse y extiende su mano hacía mi — ¿No vienes? Es noche de helado—

Observo su mano frente a mí y no sé muy bien qué hacer, pero decido que es momento de dejar de pensar tanto las cosas, así que simplemente la sostengo con la mía y me levanto. El agarre dura unos segundos más pero es lo suficiente para sentir su suavidad y calor.

—Si quieres adelántate tres, yo pondré estos libros en las estanterías— Le digo porque siento que necesito un momento a solas para procesar todo lo que ha pasado hoy.

—Está bien, te espero en el comedor. Pero no me llames tres, estoy muy cansado de eso—.

Para cualquiera esto sería algo impensable, pero yo comprendo su sentir. Muchas veces he pensado que los números nos quitan individualidad, pero tampoco lo he dicho en voz alta. Es por eso que no le doy muchas vueltas y sólo le pregunto;

— ¿Cómo te gustaría que te llamara? —

Una enorme sonrisa se dibuja en su cara y me comparte una mirada de complicidad.

—Cuauhtémoc— finaliza y se da la vuelta para salir del lugar

—Cuauhtémoc— susurro, aunque sé que nadie está escuchando. 

La posibilidad de ser lluvia - ARISTEMOWhere stories live. Discover now