Luz Y Oscuridad

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Sabía que ésto ocurriría. Algo en mi interior me lo llevaba avisando mucho tiempo, y en el fondo sabía que esta historia no era la mía.
En el momento en que conocí a Gabriel supe que era especial. La conexión que sentí, incluso a través de la pequeña pantalla por la que hablábamos, era tremenda, y mi alma se resentía con cada publicación en la que volvía a leer que la vida le ponía pruebas, las más duras, y que salía de ellas siempre un poco más roto por dentro. Los dibujos que compartía, en los que desahogaba esa frustración y tristeza, me llegaban al corazón con sólo verlos, y podía sentir su dolor en mi propio pecho. Cuando me animé a contactar con él fue cuando su relación con Marinette empezaba a quebrarse. O eso creía yo, no conocía su historia más atrás de apenas unas semanas. Ella era una niña inmadura que aún no sabía lo que quería en la vida. Acababa de cumplir la mayoría de edad hacia pocos años, mientras que Gabriel estaba por llegar a los cuarenta. Una gran diferencia, a mí parecer. Pero siempre le apoyé. Nunca critiqué su estilo de vida, su relación, o sus deseos de pasar el resto de sus días con una persona que no demostraba quererle. Estuve ahí, le aconsejé, le escuché... Y la conexión que sentía con él aumentó considerablemente. No pude evitar sentirme atraída por él. ¿Cómo pasó? Ni yo misma lo sé. Sólo sé que hablar con él me llenaba, y que las notificaciones de sus mensajes hacían saltar mi corazón.
Ilusa...

Marinette no dejaba de hacerle daño. Sus silencios le dolían, y cuando él quería alejarse de ella, se arrastraba hasta que conseguía volver a tenerle a su merced. Pero aún viendo semejante espectáculo yo no podía sentir lástima por Gabriel, sólo quería estar ahí para ayudarle. Hasta que un día todo saltó entre nosotros.
"-No sé qué tienes, Nathalie -comenzó diciéndome-, pero has conseguido enamorarme. Haces que te necesite."
No hace falta que diga lo feliz que me hizo leer eso. Abrí mi corazón en ese mismo momento y me dejé arrollar por el efecto de ese extraño y complicado hombre. Era mi perdición.
Tal vez debí sopesar mejor la situación, debí plantearme lo que significaba darle ese privilegio a una persona a la que ni siquiera había visto en persona. Pero cada célula de mi cuerpo me decía que era "Él". Era la persona creada para mí. Nunca antes me habían sentado mejor las palabras de un hombre, y no es que hubiese tenido pocas historias románticas en mi vida. Pero lo que conseguía Gabriel con tan poco era increíble. Sin duda, era el hombre de mi vida.

Y de pronto pasó. Amanecí una mañana, enamorada hasta las cejas, y encontré una preciosa publicación en la que mi hombre le declaraba su amor eterno a esa pequeña arpía que le manipulaba como quería. Y ella, fingiendo una bondad que estaba lejos de tener, le correspondía como la inocente niña que decía ser.
Volvieron a su feliz vida de pareja. Me quise alegrar por ellos, pues aún no sabía del alcance de la maldad de Marinette. Pero mi corazón se había roto y no soportaba ver al amor de mi vida en brazos de otra mujer. Quise alejarme. Quise ignorar todo lo que tenía que ver con ellos. Pero no podía. Gabriel me tenía tan enganchada que necesitaba pequeñas dosis de él para seguir respirando. Y se dio cuenta, claro que sí. Es un hombre muy inteligente, sabe todo lo que ocurre a su alrededor. O eso cree...
De pronto me encontré sin acceso a él. No podía verle, no podía hablarle, había dejado de existir para mí. ¿Cómo podía haberme borrado de su vida con tanta facilidad? Me sentí dolida, utilizada. Pero aun así, nunca pude sentir rencor hacia él. Le quería tanto que ese sentimiento nublaba cualquier otro que pudiera surgirme.
Los días pasaron. Mi corazón se fue reponiendo. Y entonces, pude contactar con él. Un saludo, una aclaración de no-intenciones, y la amistad estaba servida de nuevo. Creía que esta vez lo soportaría...
Él seguía con su espectacular vida de pareja con aquella niña que no dejaba de actuar de manera pueril con él, y yo seguía escuchando las pocas quejas que él quería compartir conmigo mientras le convencía de que todo estaba bien entre nosotros. A decir verdad, ahora me doy cuenta de que tal vez era a mí misma a quien intentaba convencer. Pero siempre estuve ahí. Para aconsejarle, para animarle, para escucharle... Y vaya si le escuché. Las cosas que me contó sobre la dulce Marinette me hacían hervir de rabia. ¿Cómo podía seguir con ella después de saber que le había estado engañando con otros? Con chavales de su edad que probablemente podrían darle lo que Gabriel no, o querrían ofrecerse para lo que su pareja no se ofrecía. Pero él seguía al pie del cañón con ella, y yo, en un segundo plano, apoyándole a él. Cada vez que se sentía mal, mi cuerpo lo notaba. Cada vez que volvía a caer en una depresión, mi alma se estremecía. Podía sentir en cada momento su estado de ánimo sin que me lo dijera. Y eso me daba miedo... Y a la vez me enamoraba más de él. Pero no podía decírselo. No, si quería mantenerle conmigo.
Y fue entonces cuando vino la segunda ruptura de la que fui testigo. No quise alegrarme, pero vaya que si lo hice. Me sentía feliz de que por fin abriera los ojos y decidiera dejar a esa chica que tanto daño le estaba haciendo. Pronto volvió a acercarse a mí. Nuestra relación volvió a tomar color y... Calor, mucho calor. La atracción sexual que sentíamos el uno por el otro era irremediable, era enorme. Él necesitaba una mujer y yo estaba dispuesta a ser todo lo que quisiera. Las noches en vela, las dulces conversaciones, las caricias a distancia... Todo aquello llegó a ser perfecto. Pero Marinette no se rendía. Seguía intentando recuperar al hombre al que había perdido y al que ahora cuidaba yo, al que deseaba con toda mi alma y adoraba con todo mi corazón. En un par de ocasiones pude ver que aquella niñata engreida ganaba terreno llorando y poniendo ojitos de dulce e inocente bebé, y eso me hacía sentirme insignificante hasta tal punto que Gabriel pensaba que era él quien me estaba haciendo daño. Nada más lejos de la realidad, pero hacérselo entender a aquel complicado personaje era imposible, e incomprensiblemente, eso me apegaba más a él.

A las pocas semanas nuestra relación empezaba a hacerse formal, pero de nuevo las dudas nos quebraban, hasta que todo acabó por romperse.
"-Nathalie, te mereces todo y yo no estoy en condiciones de dártelo.
-Sólo te quiero a ti, sólo quiero estar contigo. Déjame que te ayude y serás el hombre que tú necesitas ser. Entonces verás que todo lo que me das me merece la pena.
-Pero yo estoy roto por dentro...
-Y yo puedo arreglarte. Tenlo por seguro."
Pero a cada conversación le sentía más lejos de mí. Algo no me terminaba de cuadrar, y estaba segura de que se estaba cociendo un cambio nuevo en la vida de mi hombre, y yo no era la protagonista.
No tardé en encontrarme de nuevo con mis mayores temores hechos realidad. Tal vez fui yo quien hizo inconscientemente que sucedieran con mis inseguridades, o tal vez estaba escrito que Gabriel Agreste no era para mí al fin y al cabo. Pero así sucedió. Marinette volvió a interponerse en mi felicidad y me arrebató por última vez a la persona que más he amado en mi vida.

Ya estoy cansada de luchar. Hay un número limitado de veces que un corazón puede romperse, y cuando lo sobrepasa, cada decepción sabe un poquito menos amarga. Es como beber de una copa de ron. Los primeros tragos cuestan, pero cada vez te vas acostumbrando más al mal gusto que tienen hasta que entran solos y ni te enteras. Y yo estoy segura de que, después de esta extraña relación, podría tomarme una botella entera sin inmutarme.
No puedo estar más decepcionada con una persona a la que he querido tanto y en la que he confiado tan ciegamente. Siento como si me hubiese repudiado, como si me hubiese colocado en una posición tan penosa que no pudiera volver a levantar la cabeza nunca sin notar el sabor de la humillación en las miradas de los demás. Y aunque sigo sin sentir enfado hacia él, o rencor, o ira que me ayude a superarle antes, sé que no voy a volver a formar parte de su vida sentimental. No sería capaz de estar con una persona en la que no puedo confiar...

***

Nathalie soltó el boli sobre la mesa, tomó el cuaderno entre sus manos y se lo llevó a los labios mientras ahogaba un sollozo. Cerró los ojos, sintiendo su historia en las células del papel sobre su boca, saboreando ese extraño gusto agridulce que sólo podía darle su Gabriel, y cuando una de las lágrimas que trataba de esconder vio la luz, dejó un tembloroso beso en aquellas tristes letras y lo volvió a colocar sobre la mesa. Cambió las suaves páginas por el frío tacto del cuchillo que reposaba al lado sin ser consciente de su próximo papel en la historia de aquella destrozada mujer, y lo sujetó con fuerza y desesperación. Pronto todo terminaría para ella. Pronto podría descansar. Agarró con decisión el mango y llevó la hoja hacia su muñeca izquierda, conduciendo la punta por aquella carretera verdosa que se dibujaba bajo su fina y blanca piel, y cuando sintió que las fuerzas la acompañaban, abrió la puerta por la que su maltrecha alma cruzaría entre olas carmesíes de liberación y llantos ahogados en ese mar de sufrimiento. Volvió a repetir la misma acción, asegurando su viaje hacia la tranquilidad más absoluta, y pronto empezó a notar cómo sus fuerzas fallaban. Sintió sueño, frío, y dolor. Pero sobre todo, paz. Paz por saber que al fin, había tapiado una puerta que había sido incapaz de cerrar por voluntad propia, mientras su corazón seguía resintiendose con cada nueva apertura de ésta. Paz porque muy pronto estaría donde realmente se merecía, y donde más deseaba estar.

Unos minutos más tarde, Gabriel sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, y la imagen de Nathalie llegó hasta él con un desagradable pensamiento. ¿Debía escribirla? ¿Debía intentar volver a tener trato con ella? Las cosas habían terminado tan abruptamente entre ellos que no sabía si querría volver a dirigirle la palabra, pero él la echaba de menos. Necesitaba tenerla a su lado de cualquier forma. Había sido la luz que había iluminado por fin su oscuridad, y aunque no creía ser merecedor de su compañía, quería intentarlo. Pero hoy no, le daría un poco más de tiempo para que se recuperara de todo lo que al fin y al cabo la había hecho sufrir. Tal vez así fuera más fácil para ella perdonarle.

Días más tarde se decidió al fin por escribir a la mujer. No dejaba de pensar en ella y en los buenos ratos que habían pasado, en que merecía ser feliz y él debía ayudarla. La escribió pidiéndole perdón; diciendo lo mucho que la echaba de menos; explicándole que quería seguir teniéndola a su lado a pesar de todo. Pero hay veces que la disculpa llega tan tarde que ya no encuentra a nadie para escucharla. Nathalie se había marchado de su vida y esta vez ya no volvería.
No fue hasta meses más tarde que se enteró de lo que había ocurrido. Estaba tan centrado en apartarla por completo, en odiarla por no estar ahí para él, que ni siquiera se había dado cuenta de las señales de su entorno. Se sintió tan hundido que Marinette no pudo obviar su estado de ánimo por mucho que tratara de ocultarlo. Y aunque ella se alegró de haberse quitado de enmedio a su nemesis de una vez por todas, siguió al lado de Gabriel hasta su último infeliz y amargado aliento, pues al fin y al cabo, era lo que él realmente merecía. Y lo sabía.

Luz y OscuridadWhere stories live. Discover now