CAPITULO OCHO

3.1K 244 8
                                    





        POV: CHRISTIAN


Elliot y yo acabábamos de terminar una reunión, y ahora estábamos en el asiento trasero de mi auto.

Mi hermano bajó el divisor para hablar con el conductor.

—Llévanos a ese club al que me llevaste la semana pasada. —Volvió a apretar el botón y cerró el divisor—. Después de lidiar con idiotas toda la tarde, digo que nos emborrachamos, con el sexo.

—Voy a tomar una copa o dos. Pero necesito volver.

—¿Por qué?

Miré a mi hermano.

—¿Crees que realmente voy a responderte?

—Soy tu hermano. Deberías responderme.

Miré por la ventana y lo ignoré.

—Es mejor que no tenga nada que ver con esa perra.

Escucharlo llamarla así constantemente me aburría, pero no tenía derecho a corregirlo. Ella nos traicionó.

—No es así.

—Entonces será mejor que te lleves a dos mujeres a casa contigo esta noche, a la Toscana.

Las mamadas fueron lo suficientemente buenas para mí, pero cuando la atrapé tocándose a sí misma con mi semen entre sus dedos, enloquecí. Me enfureció por muchas razones, pero la razón más importante de todas fue que me pregunté si lo hizo a propósito, para torturarme. Ella quería que la tomara como solía hacerlo, y me negué. Yo quería todo el poder, pero ella estaba tratando de arrebatármelo.

Nunca había visto nada más ardiente en mi vida, y aunque solo había tomado su boca, estaba desesperado por volver a penetrarla.

Nunca deseé a una mujer más.

La imagen de ella en su cama con las piernas abiertas estaba grabada en mi mente para siempre.

Lo imaginaría cuando me acostara con otras mujeres.

Lo imaginaría cuando estuviera solo.

Quería tomar represalias de una manera severa, para demostrarle que ella no significaba nada para mí. Llevar a dos mujeres a casa era la manera perfecta de hacerlo para demostrarle que no era suyo.

—Bien.

Elliot me dio una palmada en el hombro y sonrió.

—Ese es mi hermano.






                                   ⚜️⚜️⚜️⚜️⚜️⚜️





Encontrar dos mujeres fue fácil.

Yo no era exigente.

Ellas estaban sobre mí, sentadas en mi regazo, chupando mi cuello. Sus vestidos subieron hasta sus caderas y expusieron sus tangas de colores brillantes, pero la seguridad no se atrevió a hacer cumplir el código de vestimenta.

Me puse duro, pero no como lo hice con Anastasia.

La verdad sea dicha, ella era todo en lo que pensaba.

Elliot vino a mi lado.

—Me voy con Roberta.

—¿No se llama Carlotta?

Se encogió de hombros.

—Soy tan rico que puedo llamarla como quiera. Hasta luego. —

—Adiós. —

—Feliz cogida. —Elliot tomó a su mujer y se marchó.

Joanna se apretó contra mi costado, claramente zumbando.

—¿Cuándo nos vamos a casa?

—¿Sí? —Catherine estaba en mi otro lado, haciendo pucheros en sus labios y tamborileando sus dedos contra mi pecho.

—¿Qué tal ahora?

Joanna sonrió.

—Sí. Hagámoslo en una cama de dinero.

—Sí —dijo Catherine, de acuerdo—. Podemos pegar los billetes en nuestras bragas.

Líneas como esa me habrían encendido hace seis semanas. Pero ahora pensé en Anastasia, la única mujer que realmente parecía no gustarle por mi dinero. Ella era la única mujer en el mundo que se sentía de esa manera.

—Entonces vamos.

El dictador  #2 (ella es una traidora y yo asesino a los traidores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora