Prólogo

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La calidez que llegaba del viejo y roto amanecer, ese que se asomaba de donde el bosque ya no se alcanzaba a ver, de donde las suaves plumas de los gorriones se confundían con el llanto plomizo del invierno.

Wirt sintió el bello parche de nostalgia crepitar en su pecho, llevado de la mano por la ensordecedora e irracional tristeza, la que venía cada vez que su alma se retorcía.

A diferencia de lo que muchos creían, el alma de la Bestia no yacía en la Linterna Oscura por algún tipo de maldición o castigo divino. En cambio, el demonio era físicamente incapaz de aguantar su propio espíritu dentro de su cuerpo, como lo haría cualquier criatura normal, mágica o no mágica,

el motivo ni siquiera Wirt lo sabía, sólo conocía la sensación fría del alma inquieta, torciéndose, contorsionándose, girando y bajando, todo en su desesperada búsqueda por un recipiente adecuado.

Esa fue la última señal, la linea de corte entre su vehemente incredulidad y la aceptación. Aquello iba más allá de los ojos luminosos, el palpitante dolor de las sienes y el abultamiento en su coxis, era una confirmación directa.

Cuando Wirt lo sintió por primera vez, supo que ningún hechizo desharía la maldición, que nunca sería humano de nuevo.

La decisión estaba entre seguir negándolo, permanecer en California y asimilar su prematura y asegurada muerte a la edad de diez y seis años, cuando el bosque comprendiera que esta nueva bestia era incompetente para el puesto, y tuviera que arrancar la energía, el poder, la vitalidad que se le había otorgado para dársela a alguien más.

O volver a donde todo comenzó, a Lo Desconocido, donde cumpliría la labor de guardián del bosque y demonio custodio de las fuentes de miasma (1). Aunque significase huir lejos de todas las personas que le importaban, prefería eso en lugar de la muerte.

No, no le temía a la muerte, ni ahora ni en ese entonces.

Prefería la condena de eterna soledad, prefería la constante necesidad de arrastrar con su andar a las cientos de almas perdidas que cayeron en aquellos paramos, prefería tener que ver y causar la muerte...

...A la certeza de que había fallado.

Desde el principio, él pudo notar como el bosque, su lúgubre imagen y su triste belleza se habían incrustado en lo más profundo de su piel, en su ser más íntimo y en sus más oscuros poemas. Ya no lo veía como ese entorno de pesadillas, valle de suspiros funestos y árboles de caras humanas.

Ahora era su responsabilidad.

Desde que voló la llama de la Linterna Oscura, desde que se derrumbó a orillas del lago con su pequeño hermano en brazos, desde que desconoció por primera vez su cara en el espejo...

...desde que renunció a su alma, él lo supo.

Se había convertido en su nuevo guardián, su protector, su alcaide.

Ya nunca sería dueño de su propio destino, su presencia fuera del bosque sería frágil y no del todo una certeza, y si quisiera permanecer lejos por más de tres días debía tener un trato con un humano.

Era una existencia increíblemente solitaria.

Y Wirt estaba bien con eso.

Cuando la peste de las tortugas negras se vertió sobre su bosque, consecuencia de las fugas de los manantiales de miasma, él sólo advirtió a sus brujas que corrieran.

Tío Endicott, Tía Marguerite, Susurros, Lorna, el Leñador y su hija, Ana...

Beatriz...

Ninguno de ellos tuvo porque importarle.

Aunque algunos humanos suplicaron por la cura. Llorando, mientras arrodillados suplicaban piedad por sus hijos.

Por sus hermanos pequeños.

«Todos aquellos que mueran en mi bosque se volverán parte de mi bosque»

La plaga desapareció tres semanas después, dejando atrás un bosque revitalizado y otros cientos de árboles de Edel, que le durarían al menos hasta que el invierno en el mundo humano terminara y los padres volviesen a permitir que sus hijos salgan a jugar.

Valió la pena.

De pronto sintió un repentino tirón de ansiedad, junto al ligero estremecimiento que de su cuello hasta su cola bajaba, y la inconfundible sensación de estar siendo invocado.

Porque eso era lo que ocurría.

Alguien, un humano posiblemente indefenso y confundido estaba llevando a cabo su ritual de invocación.

Saltó un poco ante el entendimiento de que podría salir de su mundo aunque fuera por un tiempo, y si conseguía que el humano hiciera un trato con él... Alto, no debía ilusionarse, crear falsas expectativas sobre algo que nunca volvería a pasar. Sabía perfectamente lo que había al otro lado, las ideas dulces y cubiertas de miel que tienen como único destino lares tortuosos y pesares aún mayores.

Bastaría con preguntárselo a alguna de sus víctimas.

Ya con una renovada calma, procedió a acercarse al árbol de Edel de donde nacía la pulsación, que era más como un latido apagado y confinado en el fondo de su pecho, apretando su corazón inerte.

Sin darle otra mirada al maltrecho árbol, colocó sus garras rozando la endurecida superficie, para luego clavarlas hasta alcanzar la mayor profundidad dentro de la corteza.

Separó ambas, contemplando con satisfacción el color negro violáceo de su nuevo portal. Sonrió mientras sentía su cuerpo retorcerse para caber dentro del agujero. Metió las manos primero, después la cabeza, los brazos, torso, piernas y finalizó con la cola.

Nada más salir del bosque pudo percibir terror surcando el ambiente, colgando del viento como el más perfecto de todos los venenos. El aroma a inseguridad, arrepentimiento y lágrimas resecas mejoró su humor al momento de tocar su nariz.

Ese niño estaba aterrorizado.

Podía ver a su invocador con claridad ahora, aunque la Bestia no se dejaría ver así de fácil, siempre arropado en su manto de penumbras.

Era sólo un pequeño niño humano, el menor de los dos hermanos, pero siempre el terminaba sacrificándose por los caprichos de su gemela. El joven solitario, el bicho raro, el que no tenía ni un solo amigo que no estuviera con él para acercarse a su hermana.

La sombra de Mabel, siempre la sombra de Mabel.

Ese era Mason "Dipper" Pines.

El niño que cambiaría por completo la vida de más de un demonio.

Referencias:

(1) Fuente(as)/manantiales/fosas de miasma: son el núcleo que contiene toda la energía oscura de los reinos o dimensiones regentados por demonios.

Miasma: es como se le llama a la materia oscura que los demonios y algunos fantasmas clase 10 producen naturalmente. Esta es implacablemente tóxica para cualquier ser vivo que no sea un demonio, aunque la perteneciente a algunas entidades particulares (cómo La Bestia, que es un demonio del bosque) pueden no representar una amenaza para ciertos organismos vegetales o criaturas mágicas (los árboles de Edel y las tortugas negras).

❧ℓαgµиα ℓєgαl ✿ • [Pinescone/Wipper]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora