Aun aquí...

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Jimmy pasaba los días deambulando por la casa, sin encontrarse en ninguna parte y vacío de cualquier deseo que le llevara a salir de allí. Era un niño esperando que Santa llegara un día y le diese su regalo, le devolviese eso que era solo suyo.

El otoño que pintaba todo en un naranja triste y envía lluvias más de la mitad del tiempo, no ayudaba.

Intentaba con todas sus fuerzas volver a ser el mismo de antes. Cocinar con la pequeña Claire, abrazar a Amelia por la espalda mientras lavaba los platos o sujetar sus manos sin dudar antes de cenar. Pero hacia todo ello por protocolo, como si se tratase de un trabajo y no algo que saliera de su corazón. Fingía ser el Jimmy de antes, asumía su papel.

Y aunque Amelia deseaba con todas sus fuerzas que esto realmente regresara a la normalidad, ella conocía perfectamente a su esposo y le parecía un extraño el sujeto con quien dormía.

- No estás bien, cariño. – Le enfrentó ella, sentados en el sofá y tomados de las manos. – Quizá un psicólogo o volver a la iglesia. – Sugirió.

Jim negó en un gesto simple, sin mirarle a los ojos, demasiado concentrado en sus manos. Había extrañado el contacto humano de esa forma, pero ya no le gustaba. Añoraba ese singular roce entre su alma y la gracia de Castiel que era... más cálido que nada en el mundo.

Alguien tocó a su puerta, librando al hombre de esa incómoda situación. Se presentaron como vecinos nuevos, necesitados de ayuda por la pérdida de sus llaves. La lluvia torrencial afuera no le dio tiempo a Jim de pensar en dejarlos afuera, por lo que fue tarde cuando prestó atención a ese rechazo que sentía.

Había algo extraño en la pareja y no tardó mucho más en darse cuenta, eran demonios. Todo el tiempo que paso con Castiel le había enseñado a su alma a reconocer el mal, y ellos lo llevaban tan a flor de piel que se sintió estúpido de dejarles entrar a su casa de buenas a primeras.

Atrapó a Amelia antes de que fuese a la cocina, y le rogó que subiera con la niña a encerrarse en su cuarto. Ella estuvo a punto de obedecer, pero al segundo escalón vio con el desconocido se abalanzaba sobre su esposo, mientras el negro cubría sus ojos.

- ¡JIM! –

James no tenía ningún tipo de adiestramiento en combate, y lo poco que sabía eran reflejos de su cuerpo de lo que Castiel había hecho alguna vez. Logró escapar a duras penas, rompiéndole la mesita de té en la cabeza al sujeto, pero eso no era suficiente contra un demonio.

Amelia fue atrapada por la mujer, forcejeando sin éxito. Y Claire gritó de pánico desde su cuarto, ignorando los gritos de su padre para que se encerrara en el cuarto. La estática volvió a la televisión, descolocando al demonio; Jim aprovechó la distracción para golpearlo y zafarse de su agarre. Entonces las luces comenzaron a reventar y el chillido a escocer.

Castiel no se había alejado, seguía allí, vigilándole de cerca. Jimmy sonrió, justo antes de que todo fuese luz incandescente en la casa. La luminiscencia se disipó, devolviendo su casa al orden de siempre, como si nada hubiese pasado. Y los demonios ya no estaban, no había nadie más en la casa que su familia.

- ¿Qué... qué fue eso? – Interrogó Amelia, aun temblando y calmando a su hija.

Nos está cuidando, pensó Jim. Pero eso era mentira, no lo hacía por ellas.

- Mi ángel esta protegiéndome. – Dijo finalmente. 

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