XIX

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Capítulo 19
Termina esta guerra por mí


La sangre corriendo por el piso. Mis gritos de auxilio. La cara pálida de Theo. Sus ojos preocupados. Las ruedas de la camilla chirriando veloces hacia el hospital. Las voces de los médicos aullando que es una urgencia. Las puertas del pabellón cerrarse.

Sentía la frente y la espalda empapadas de sudor frío.

Mi vestido amarillo cubierto de sangre. Las rodillas rodeadas por mis brazos temblorosos. La voz tranquilizadora de mi madre y mi abuela. Los minutos eternos. Abismo. Los jadeos inconscientes provenientes de mi garganta.

El poder se encendió en mi pecho, y zumbó, saludándome.

Las imágenes entremezclándose. El pelo castaño y el cuerpo con sangre son reemplazados por una cabeza rubia. Una espada ensangrentada en mi mano. El dolor agudo en el corazón. Los ojos de mi amigo perdiendo brillo. Muriendo.

«Theo está vivo. Finn murió».

Los abdómenes cubiertos de escarlata viéndose iguales. El trauma asomando en la mente engañosa. El miedo cosquilleando en las venas. El pitido agudo incesante en los oídos.

«Céntrate en los ojos, en los ojos pardos está la clave».

Los médicos y sus explicaciones inentendibles. El cuerpo atlético y armónico, las facciones perfectas y... esos ojos. Observa los ojos, son pardos, no azules. Salió de pabellón. Él sí sobrevivió.

―¿Claire? ―susurró una voz demasiado invasora.

Saqué la cabeza de entre mis piernas con un chillido. Sudor renovado me bajó desde la nuca hacia la espalda. Me estremecí.

―¿Qué pasa, cariño? ―preguntó. Posó su mano en mi espalda―. ¿Otra vez te ocurrió lo mismo?

Enfoqué mi vista nublada. Los ojos de mi madre estaban grandes y preocupados. Inago, unos pasos detrás de ella, tenía las orejas alzadas y la cabeza levemente baja, cauto. 

Me llevé el dorso de la mano a la frente y me la sequé.

―Sí ―respondí con voz seca y ronca. Tenía las amígdalas inflamadas―. Sus imágenes se me entremezclan todavía.

Me moví y recordé que estaba sentada en la hierba verde, en unos de los perfectamente bien cuidados y presuntuosos jardines de la mansión de Atanea.

―Esos trances no son normales, corazón. Creo que va siendo hora de que...

―No iré a ningún psiquiatra hummon o lo que sea ―atajé de prisa―. No hay tiempo para eso ahora. Estoy bien. ―Suspiré largo y la culpa me rasguñó la mente por hablarle así―. No pasa nada, mamá. Es normal, son malos recuerdos.

Los peores recuerdos de mi historia.

―Claire ―insistió más firme―, tu amigo murió de una herida en el pecho. Luego viste un cuchillo clavado en Theo, y...

―¿Theo salió...? ―Cambié el tema.

Inago se me acercó y con un golpe de cabeza bajo mi mano me pidió que lo acariciara. Mi madre suspiró, rindiéndose.

―Acabó su segunda cirugía. Salió todo bien. ―Me sonrió―. Está despertando, de seguro preguntará por ti. ―Me pasó la mano por el pelo.

El oxígeno llenó mis pulmones de golpe y comenzó a circular por la sangre. Me volví a secar la frente y acaricié al leopardo gigante antes de darle un beso entre las orejas.

Princesa de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora