C A P Í T U L O 1

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Frío, brisa húmeda, las hojas secas hacen que el viento haga un sonido suave. Inhalo el aire puro, retiro mis manos del barandal y me encamino a la cama en donde no recuerdo haber podido dormir las últimas noches, a lo cual las sabanas dirían lo contrario; el suéter que tengo puesto despide el olor de mi perfume a culpa del fuerte aire que entra por las ventanas abiertas.

Siento que he estado encerrada por meses, mi habitación parece jungla gracias a las plantas que han crecido sin parar, el blanco de las paredes se envuelve de polvo, mis implementos de arte siguen tirados en el suelo sin esperanza de volver a ser utilizados. Las zapatillas desgastadas de tanto uso se están zafando de mis pies, pero yo solo quiero bailar y no descansar; recuerdo estar frente a un público, miles de personan viéndome desde sus asientos de terciopelo.

¿Alguien me recordara? ¿Estarán pensando en mí? ¿Dónde están todos? Son preguntas que me susurran los recuerdos, palabras que se olvidan con el tiempo que me ayuda a sanar y olvidar. Las ventanas que ocupan dos cuartos de la habitación me enseñan el bosque, bosque profundo, bosque interminable, bosque lleno de vida, bosque lleno de muerte. Mi cuerpo se desploma, con mis dedos trato de alcanzar una silla para poder sentarme y pensar un poco más, pero mis piernas me impiden seguir.

Tendida mi mente juega conmigo, mis ojos me torturan quedándose fijos en una rama, la cual hospeda un oriole dorado indio, el amarillo de su cuerpo me transportó a aquella pequeña cabaña; una hoja cae al lado del animal haciendo que se asustase y emprendiera vuelo a otro árbol. Mis piernas siguen inmóviles, pero mi mente está activa, todo se vuelve negro, solo hay olores, zumbidos y frío; una luz roja de va haciendo más grande frente de mí, de ella sale una pluma negra, esta roza mi nariz haciéndome estornudar, mi nariz ahora sangra.

Despierto de mi sueño con sudor en mi frente, trato ponerme de pie, pero siento que alguien se ha sentado en mi espalda, es muy pesado como para ser el gato callejero que se metió a la casa hace unas semanas. Trato de levantar la mirada, es ese demonio de nuevo, grisácea su piel, las arrugas en todo su cuerpo ocultan batallas infernales, su respiración no es silenciosa, resuena y resuena en las paredes; aun no logro comprender si es una parálisis o si es real, pero me ha estado siguiendo desde aquella noche. Ha de ser el fantasma materializado de mis pecados y pensamientos, no habla, solo me mira con esos ojos amarillos, esos grandes y rasgados ojos que reflejan el inframundo de una forma tan viva que cada vez que hacemos contacto visual siento el fuego quemando mis manos, las cuales son las que cometieron el incidente.

Se ha quitado de encima, camina en sus cuatro extremidades, cojeando, me voltea a ver, se ríe escupiendo sangre y un poco de líquido color ámbar, lo odio y lo amo tanto. Quisiera preguntarle tantas cosas a esa criatura, pero siempre se va antes de que pueda recuperar la cordura, me gustaría saber que hizo en vida terrenal para ahora estar así. Recupero fuerzas para pararme, me encamino al balcón de nuevo para ver la vista por la cual mi familia pago tanto, el bosque sigue callado, la neblina sigue corriendo, el cielo ya no cambio su tono gris; el patio principal esta tan descuidado que no quedan plantas en las macetas de cemento, solo hay enredaderas cubriendo el pórtico.

¿Sobreviviría a una caída de tres pisos? Pregunta que se pasea en mi mente luego de cada episodio de trauma, es más probable que si ya que soy una chica delgada, la enfermedad de Paget me secuestro desde hace mucho tiempo sin importar mi edad, si el impacto no es suficiente, entonces me matara el miedo, el miedo que ya tengo con el simple hecho de pensar en la caída, en el aire que me sofocará mientras desciendo, me matara el pánico, se me pararía el corazón. Así que creo que la respuesta definitiva es: sí, moriría definitivamente, no importa de qué forma.

Camino de regreso a la habitación, la dilación me dice que no debo seguir con el retrato que empecé hace unos meses atrás, su cara está medio hecha: el mentón, los labios las mejillas. No logro llegar a los ojos, sé que cuando los termine me miraran siempre, este espejo de acrílico descansa en mi pared, la razón por hacerlo en ese lugar fue para que cada vez que la mire me recuerde que soy un monstruo, uno que se fue formando día con día. Esa idea me invade, el "¿cómo terminé así?" es lo que vomito cada vez que practico la bulimia. Toco la pintura seca, la sensación es tan placentera, extraño hacer murales para museos y eventos, tanto trabajo para terminar siendo prisionera de mí propio cuerpo.  

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Espero que el capítulo haya sido de su agrado, creo que en un futuro me gustaría alargar este primer pedazo de la novela, pronto habrá un capítulo dos. 

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⏰ Last updated: Sep 19, 2019 ⏰

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O . D . IWhere stories live. Discover now