IX (coincidencia)

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Joaquín se dejó caer en el sofá mientras Emilio cerraba la puerta del departamento, el rizado se acercó a él y se sentó a su lado, dejando que el silencio les invadiera y no se escuchara nada más que sus respiraciones y el ruido de la urbanización por la ventana.

—Oye– murmuró Emilio, Joaquín se acomodó en el sofá para mirarlo y aprovechó para subir una de sus piernas al regazo de Emilio —me preocupa mi padre– mencionó, Joaquín frunció el ceño —¿crees que algún día me olvide?– le preguntó, mirando hacia la nada dentro de la casa, Joaquín soltó un suspiro.

—No lo sé, amor– le dijo —espero que no– se incorporó para acercarse a él y pasar un brazo por sus hombros, sin decir nada más.

—Discúlpame– dijo sin mirarle, Joaquín negó.

—Si es por lo que dijo tu padre en la mañana, olvídalo– dijo, dejándole un suave beso en la mejilla, Emilio volteó a verle, Joaquín se quedó pensativo por un momento —aún te debo mucho todo lo que hiciste por mi en aquel tiempo– murmuró, Emilio le regaló una risa nostálgica y subió una mano a su rostro.

—Tu a mi no me debes nada, Joaquín– le dijo, el chico cerró los ojos al sentir el tacto de la mano de su novio acariciar su mejilla —lo hice porque en aquel tiempo eras mi mejor amigo– susurró, acercándose a él —y no merecías estar solo pasando por todo– le plantó un suave beso en los labios y Joaquín sonrió.

—Lo hiciste porque desde entonces me amabas– susurró abriendo su sonrisa y sus ojos, Emilio le sonrió —y te lo debo porque nunca dejaste de hacerlo– el rizado asintió.

—Y nunca lo dejaré de hacer– susurró para de nuevo unir sus labios a los de Joaquín mientras usaba su otra mano para rodear su cintura.

-


Rodrigo Bolaños salió de la estación del metro apurado, quiso cruzar la calle pero el semáforo se colocó en verde para los autos y aunque era tarde aún había algo de tráfico en la zona, se quedó esperando impaciente a que la luz cambiara y cuando lo hizo se apresuró a cruzar, chocó hombro con hombro con alguien y se disculpó, escuchó un sonido sordo y miró al suelo, había una cartera en el suelo, se apuró a levantarla y miró hacia atrás.

—¡Oye! ¡amigo!– habló, la persona con la que había chocado pareció no escucharle, Rodrigo maldijo su buena voluntad y con precaución persiguió al dueño de dicha cartera —¡hey!– le habló, el hombre al que seguía dio vuelta en una esquina, dejando de verse y Rodrigo se exasperó, se maldijo de nuevo por tener consciencia y caminó en dirección a la misma esquina.

Cuando dio vuelta sintió un golpe duro en la cabeza que le hizo marearse y soltar la cartera que llevaba en las manos.

Sintió su cuerpo pesado y al mismo tiempo liviano, unos brazos le levantaron por las axilas y lo llevaron a un lugar donde Rodrigo ya no pudo ver nada más que oscuridad y sombras extrañas.

Quiso gritar pero no pudo; primero por el miedo que invadió su cuerpo, después porque unas manos le aprisionaron el cuello y le privaron de respiración.

Quiso gritar pero no pudo; así que dentro de su mente, mientras sus ojos se desorbitaban por la falta de aire, su rostro se coloreaba de azul por sus arterias explotando dentro de su cuerpo y sus manos arañaban la fuerza que sostenía su cuello, Rodrigo gritó.

Hasta que murió.



Carnada (Emiliaco)Where stories live. Discover now