Capítulo XXII

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Fioret observaba fijamente los pequeños granos de arroz frente a ella, su concentración parecía desvanecerse con el paso de los minutos. En las anteriores horas de la mañana había dejado caer varias veces las cosas y a causa de ésto Odeth tuvo que hacer el doble de trabajo.

No podía dejar que aquéllos pensamientos la hicieran un desorden andante pues sólo le provocaría molestias a los demás y sobre todo al joven rey.

Tras pensar en la última palabra que acababa de pronunciar en su cabeza, los recuerdos de la noche anterior la invadieron. Con dolor rememoraba sus inapropiadas acciones o mejor dicho extrañas ya que éstas la perseguían aún durante sus sueños y trascurso del día.

Pero lo que más le molestaba era aquél sentimiento que en éstos momentos la poseía, ella se arrepentía pero encontrar un porqué estaba de más. Conocía muy bien lo que pasaba en su cabeza y a la vez no lo hacía, pero por más que su interior ardiera como una llama latente no podía quemar algo tan lleno de vida.

—Jovencita, ¿Te sientes bien? —la voz de Odeth la sacó de sus enredados pensamientos.

—Si, sólo me siento un poco  confundida —respondió volviendo a su deber.

—A veces el caos y la confusión sacan a flote lo que nuestro corazón más desea —las palabras de ella resonaron en su cabeza.

Aquélla amable mujer parecía conocer los pensamientos que rondaban en su cabeza pero que se negaba a aceptar. Al terminar de arreglar la cocina Fioret salió en dirección al jardín, no podía sacar la imagen de sus pequeños hermanos de ella pero tampoco la sonrisa del joven rey y decidir entre ambos no era una opción.

Un hombre tan amable como él merecía el reconocimiento de su gente y todo el amor que el mundo le pudiese brindar, ella admiraba su fortaleza, su gran determinación pero no podía dejarse llevar por sus ideas pues eso no era lo correcto.

Frente a las flores, su mente se nubló en un opaco color blanco intentando sacar de su cabeza todo aquéllo que la atormentaba pero al parecer la tristeza amenazaba con escaparse de su interior.

En algún momento tendría que partir, aquél cálido lugar no era su hogar y ni siquiera era su nación. No pertenecía allí, ella no era una princesa y mucho menos deseaba ser una, su deber estaba con el orfanato pero aún así la mirada del rey no podía alejarse de los latidos en su corazón.

No podía dejar de pensar en la felicidad de una persona tan maravillosa como él quien existía para su reino, quien les amaba a pesar de ser odiado y con éste tipo de ideas, varias lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas.

La desesperación la abrumaba y le quitaba su razonamiento como si de una estrella perdida en el firmamento se tratase.

—Señorita, ¿Se encuentra bien? —la voz del joven rey llegó a su lado y al igual que una canción de cuna, su corazón se calmó como el de un niño.

Daryuth al ver el rostro de Fioret se detuvo preocupado, varias lágrimas se esparcían sobre sus mejillas y sus ojos tan vivaces se encontraban envueltos en la tristeza.

Él sin dudarlo se acercó y con cuidado la envolvió en un simple pero cálido abrazo como el que una vez ella le dio para salvarlo de su frustración.

Quería decirle muchas cosas pero las palabras sobraban en éste tipo de momentos, así que sólo se dedicó a acariciar su sedoso cabello como si arrullara a un pequeño niño.

Pasaron varios minutos, él debía preparar todo para el viaje al reino de Lumillion pero no podía dejar a Fioret sola en ese estado porqué por más fuerte que ella sea, aveces necesitamos de otras personas para calmar nuestro dolor y eso lo aprendió cuando la conoció a ella.

Mientras la sostenía en sus brazos los pensamientos de él comenzaron a volar, deseaba protegerla de todo lo que le hacía daño. Él deseaba ver su sonrisa brillar pero una triste idea se coló en su cabeza pues sabía muy bien que su estadía no sería para siempre y tarde o temprano debía intentar aceptarlo.

Entonces el recuerdo de la noche anterior se propagó como una fuerte tormenta, la amaba y la apreciaba con la fuerza de un huracán pero ella no merecía a su lado un monstruo sino un verdadero príncipe que la hiciera feliz.

—Su alteza, perdóneme —la voz  de Fioret se escuchó entre sus sollozos.

Ella quería disculparse con él, no por los sentimientos que invadían su dolido corazón sino por su egoísmo porque si aceptaba la realidad y el fervor oculto en su alma no dudaría en convertirse en un despreciable ser.

—No hay nada que perdonar señorita, déjeme decirle que puede llorar sobre mi hombro todo lo que desee pues mi —Daryuth se detuvo antes de terminar la frase, no podía dejarse llevar y revelar lo que sentía.

«Mi corazón y todo de mi le pertenecen a usted» dijo el joven rey en su cabeza.

Pues temía pronunciar en voz alta aquéllas inocentes palabras que estaban plasmadas en todo su ser e intentaban escaparse a gritos.

—Su alteza, gracias por su ayuda —comentó ella tranquilizandose.

Debía ser fuerte y no dejarse llevar por la debilidad, así que buscando la fortaleza en su interior se coloco de pie sin alejarse de Daryuth. Una parte de ella se negaba a dejarle ir, pero no podía perder su principal objetivo de vista y eso era hacer que el reino reconociera a su rey como la buena persona que los gobernaba.

Con cuidado levantó la mirada pero al hacerlo vio como él con detenimiento la observaba, aquél color azul la calmaba pero a la vez le causaba una profunda ola de emociones y una sonrisa se escapó de Fioret al notar la preocupación que inundaba al joven rey.

—Señorita, ¿Te sientes mejor? —preguntó él sin soltarla.

—Si, su alteza. Disculpeme por verme en un estado tan lamentable —habló ella con una sonrisa apenada.

—Liberar los sentimientos más pesados que nos asechan no es una debilidad sino un símbolo de valentía. Así que por favor, le pido que me acompañe a cierto lugar, necesito enseñarle algo.

La sorpresa se instaló en Fioret al ver como el joven rey tomaba con gentileza su mano y la guiaba a su lado, sin rechistar ella lo siguió pero al hacerlo se dio cuenta de lo lento que caminaban. Él a pesar de que sabía muy bien que su pierna había mejorado pensaba en su bienestar y en su recuperación.

Tras subir unas largas escaleras, ambos llegaron hasta una puerta algo antigua. Daryuth la abrió con rapidez y la invitó a pasar, pero antes de hacerlo con cuidado posó sus manos sobre  los ojos de ella tapando su visión.

—¿Su alteza? —preguntó ella con extrañeza.

—Te mostraré una parte del castillo en la que guardo un trozo de mi corazón —la voz de Daryuth sonó llena de nostalgia en su oído haciéndola temblar.

Pues a éste paso no sería capaz de ocultar para siempre lo que amenazaba con explotar.

¿Qué cosas guardaba él en éste lugar?

¿Y por qué de todas las personas que le apoyaban decidía que ella merecía verlas?

Una ladrona quien no era capaz de admitir lo que sentía, no tenía  el derecho de recibir las bellas palabras que el joven rey le daba siempre.

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