Capítulo 1. La tienda 24 horas.

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Las mañanas en casa de mi madre eran siempre iguales. Jamás había ruido, porque el único ser que habitaba esa gigantesca residencia californiana era yo; sin embargo, esa mañana era distinta, pues mi corazón no era el único que hacía ruido.

Desperté cuando el ruido de la lluvia impactó contra mi ventana. Sabía que a pesar de no querer salir de la comodidad de mi casa, tenía que hacerlo. Debía ir al estudio de ballet para seguir practicando: "El lago de los cisnes".

Odiaba hacerlo, pero el "Plan de vida" me obligaba a bailar hasta que los pies me punzaran por el dolor. Tuve que dejar la comodidad de mi cama, para ir a la ducha. Tardé siete minutos más de lo normal, era solo que me negaba a abandonar la calidez.

El tiempo siguió corriendo. Cuando menos me di cuenta ya había perdido trece minutos más haciéndome un peinado precioso; aunque ya no tuve tiempo para maquillarme. Bajé a la cocina en cuanto el reloj marcó las siete y media.

Abrí el refrigerador y a pesar de ser viernes: tomé el topper del día domingo. Tenía ganas de comer algo dulce, y no había nadie en casa que pudiera detenerme. Mi madre llevaba días fuera del país. Jamás se enteraría que había tomado un topper que no correspondía.

Cuando terminé mi avena, dejé el traste sucio en la cocina y me fui corriendo al garaje. Se me estaba haciendo tarde para llegar temprano al estudio. Tomé mi bolso de ballet y subí a mi auto, pero entonces comenzó lo inusual: el carro no dio señales de vida.

No tenía ni la más mínima idea de por qué no arrancaba, aunque no me quedé a averiguar qué demonios le sucedía a mi carro. Tuve que irme corriendo a la estación del autobús, de lo contrario no llegaría y entonces tendría problemas.

Me puse los audífonos, y caminé siete calles hacía el sur. Me pareció muy extraño que no hubiera ni un solo niño caminando hacía la parada del autobús, ellos aún no salían de vacaciones. Volví a mirar mi reloj, pero la hora coincidía con la de mi teléfono, 7:50 a.m.

Miré hacía los dos lados de la carrera en cuanto llegué a la parada, pero no se veían ni una sola mosca. Estaba completamente sola en ese lugar. No me quedó de otra más que perder el tiempo enviando mensajes a Emma mientras esperaba.

—Jamás creí que caería esta tormenta —el hombre que llegó sacudió su cabello, y las gotas mojaron mi rostro—. ¿Perdiste el autobús para la escuela?

Despegué la vista del teléfono para mirarlo. Me impresionó ver cuanta sangre le brotaba del labio partido. En lugar de correr, se me ocurrió la magnífica idea de enviarle un mensaje a Emma; aunque gracias a ese hombre solo pude escribir: "Tengo que escapar de..."

—Todos los americanos son igual de ariscos —hasta ese punto noté su acento italiano—. Entonces él tiene razón: te lo mereces.

De repente, ese hombre prensó su mano a mi brazo y como si yo fuera una muñeca de trapo: me arrastró hacía la tienda 24 horas que estaba a nuestras espaldas. Le pedí que me soltar porque me estaba lastimando, pero no lo hizo hasta que estuvimos en la tienda.

Traté de hacer todo el ruido que pude, pero en esa tienda solo estaba el cajero tomando una placida siesta. Los segundos que perdí mirando al cajero en busca de ayuda, el hombre golpeado los utilizó para atrancar la puerta con un tubo de metal.

—To-toma —sus manos temblaban, quizás por los nervios—. Entrégale esto. Dile que mi deuda esta saldada —me dio una cajetilla Hamilton—. No quiero que vuelvan a buscarme.

— ¿De qué me hablas? —Estaba asustada— ¿A quién tengo que darle esto?

—Por dios, no finjas que no conoces al jefe —frunció el ceño molesto—. Se molestará.

El Dueño De La Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora