Año 4

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ADVERTENCIAS: Referencias a abuso de menores. 

Había humanos más terribles que el mismo infierno y ángeles más estúpidos que los humanos. Gabriel lo comprobó cuando Beelz empezó a ser relegada de los niños con posibilidades para ser adoptados. Su aspecto no era el mejor y dejaba mucho que desear a pesar de que Beelz trataba de sacarse partido. Siempre terminaba sucia y muy a pesar de sus intentos, no lograba dominar los terrores que la acediaban en las noches y que la hacían mojar la cama del miedo. Gabriel habría levantado múltiples sospechas de no dejar que los demonios la acecharan al menos unas cuantas veces, Gabriel habría estado en serios problemas si otros se enteraban que eliminaba papeleo cuando estaba en su oficina ¿Para qué querría un arcángel pastelitos de crema y arreglar una muñeca de porcelana? ¿Por qué habría de aparecer una chamarra invernal o hacer que la gripe no azotara a un orfanato? Pero aun así no podía eliminarlo todo y si en una de esas ocasiones su teatro era descubierto podrían aplicarle el mismo castigo. Gabriel le temía a la caída casi tanto como al hecho de ser humano. 

La humanidad era tan terrible como el infierno y pudo comprobarlo cuando a Beelz empezaron a vetarle los juguetes y la echaron a uno de los rincones más fríos de las habitaciones, lo comprobó cuando dejó de recortar alas mal dibujadas y empezó a esconderse con su rata en las aulas vacías o en los cuartos de servicio donde abundaban las arañas y los escorpiones. Beelz nunca había sido picada por un insecto y tampoco mordida por alguna alimaña, pero si acechada por lo peor de la creación, entre ello se encontraba el arcángel que se quedaba mirando cuando los mayores le echaban la mano encima y cuando varios demonios se entretenían haciendo que su cama la aprisionara mientras le presentaban visiones aterradoras. Beelz en ese instante vivía con miedo a su entorno, en solo cuatro años se había transformado en lo opuesto a lo que un niño o niña debería de ser. Beelz no leía, no hablaba de forma fluida ni podía escribir más que ciertas palabras con letras al revés. Ni siquiera podía decir "chocolate" sin agregar zetas de más y recibir un golpe en la nuca. 

Gabriel ya estaba harto. No de vigilar su castigo propiamente e ir a informar al cielo. Estaba cayendo por un abismo donde los sentimientos buscaban salir a flote mientras su deber de ángel lo mantenía prisionero de sí mismo. Se le había borrado la sonrisa de burla y ni siquiera con Michael era bueno fingiendo que se alegraba cuando uno de los niños le metía el pie o empezaba a cantar sobre lo fea que era. No era como Gabriel lo había imaginado y lo supo cuando el infierno empezó a susurrar al rededor del orfanato a los hombres y mujeres que atendían a los niños. 

Fue fácil saber que habían sido ellos cuando una de las matronas le propinaba golpes a Beelz mientras intentaba lavarle el pelo, o que había sido la tentación lo que hacía a varios hombres y chicos mayores tratar de ver lo que había visto bajo la falda de Beelz. Lo último fue el colmo y logró terminar con la paciencia de Gabriel, quien a ese punto comenzaba a pensar que ese castigo no le gustaba. 

Había acontecido en un día de octubre, muy cercano a las fechas de todas las brujas, y Beelz se miraba al espejo pensando que se le daría bien tener un vestido bonito similar a las princesas. No obtuvo uno el día que repartieron las cosas de la colecta de caridad; lo único que lograba quedarle era una túnica demasiado grande y negra con tira de listones y un sombrero de bruja. Beelz no quería ser una bruja, quería el disfraz de princesa que una niña un año mayor tenía o el bonito manto y alas de plumas que uno de sus compañeros llevaba y hacía referencia a sus cuentos de hadas. Quiso llorar para obtener al menos las alas pero le dijeron que con las mansos terminaría por ensuciarlas; Gabriel pensó que un par de alas no eran para tanto, esa costumbre de pedir dulces disfrazado no era la gran cosa. 

Pero él nunca había sido un niño como para comprobar que tenía razón y no era más que un capricho y una niñería. Beelz no había salido a pedir dulces antes, sería su primer año y había practicado las palabras dulce o truco sin que salieran con siseos o con letras de más. Estaba orgullosa de su trabajo y de decirle a su amiga rata que le daría los caramelos de miel que a ella no le gustaban. No estaba conforme con su disfraz pero llegados a un punto, no podía exigir más de lo que se le daba, y el negro le quedaba bien. Gabriel afirmó con la cabeza, sí, el negro era su color junto con el rojo. Se sentiría mal más tarde, cuando Michael le preguntara por qué apareció el broche que Lord Beelzebub siempre llevaba en el cuello y lo puso en el vestido de bruja que la niña usara esa noche. Diría que fue una broma personal hasta que preguntaran por el papel desaparecido de lo que Gabriel hizo esa noche de brujas en particular. 

Angelus (ineffable bureaucracy)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora