Capítulo IV

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Luce como uno de esos espadachines que están a punto de recibir un gran cargo, a diferencia de todos ellos, Avyanna solo piensa en que la boina le queda gran y se hace una apuesta mental: ésta se caerá en peor momento.

-Te ves hermoso, cariño –Sabe que a su madre le costaba no llamarla hermosa pero las empleadas se encuentran ahí y todo mundo le considera un varón. –Vas a brillar de entre todos esos niños –Le aprieta las mejillas.

-No mamá, no me gusta –Se aleja de las manos de su madre, quizá adoré los cariños que ella le da, pero detestaba que jugaran con sus mejillas, Arnoldo, el quinto príncipe de la casa Lemiere, le había dicho una vez que su cabello crecía cada que sus hermanos le acarician, entonces cayó en cuenta que mientras más lo toques, más crecen.

-Bueno, bueno, ni bien te has hecho mayor y ya me estás negando mimarte –Las sirvientas ríen por la actitud de su madre pero a Avyanna no le agrada que ella use sus pucheros, siempre cae ante el encanto de su madre.

-Es normal que los niños sean así, mi reina –Menciona su nana, Lena, se acerca a Avyanna y con un solo dedo acaricia su mejilla derecha, Avyanna se sonroja. –Aarón a pesar de ser un niño de mami, tiene que guardar compostura.

Avyanna nunca sabrá porque la presencia de Lena le causa tanta paz, desconocía de dónde proviene, pues lo único que ha escuchado de sus padres es que la noche después de su primer cumpleaños ella apareció en su puerta, con las rodillas ensangrentadas y la ropa rota, pidiendo piedad, aunque su padre se negaba a darle refugio, fue por ella que ahora es su nana, quizá después sea el momento de preguntarle.

-¿En qué piensa, su majestad? –Y Ahí estaba de nuevo Lena, cuando su madre andaba cerca, procuraba llamarla niño, cuando su padre lo estaba, la llamaba príncipe o Aarón, sin embargo, cuando ambos están solos, siempre será majestad.

-Me llamó Aarón, Lena, no me gusta que me digas majestad –Avyanna remueve por quinta vez la boina -¿Cuántas veces te lo he dicho ya? –Pregunta en broma.

-doscientas cincuenta y cuatro veces, su majestad –Responde con una sonrisa en su rostro.

-Bromeaba pero gracias por el dato –Antes de volver a remover la boina, Lena lo retiene con fuerza y toma uno de sus broches para ajustarlo a su cabeza, Avyanna se tensa –Lena, eso es de niñas, yo no puedo usar eso...

-¿Por qué no? –Pregunta aun sonriente - ¿Acaso un simple broche lo convertirá en mujer, majestad?

Avyanna abre los ojos ante la pregunta pero se recupera de inmediato –Seré el hazme reír de los demás príncipes.

-Bueno mi pequeño rey de Peodonia, entonces escondamos bien ese broche entre sus cabellos y la boina.

Poco tiempo después su padre llega con el carruaje, donde su madre y ella suben, partiendo así al imperio, después de casi tres horas de viaje, llegan a la gran ciudad donde el castillo Voulgaris se encuentra, las calles están despejadas, los habitantes están en la entrada del castillo, que tiene la bandera del imperio colgando frente, un sol que prácticamente opaca a la luna, plasmados en una bandera de color azul celeste, como un cielo despejado.

-Es hermosa –Afirma Avyanna, su madre observa en silencio como sus ojos grises brillan ante la bandera –Pero ¿Por qué el sol es más grande que la luna?

-El sol significa fuerza, poder y ardiente amor a la patria, la luna por el contrario, solo sirve en las oscuridad.

Avyanna pocas veces había abandonado el castillo y mírenla ahora, visitando el imperio, ella se consideraba una amante de la lectura a temprana edad, pues aprendió a leer apenas cumplió los cuatro años ya que el regalo de Richard, su guardián, había sido un libro encontrado en uno de los castillos de su familia, estos antes de ser quemados. Su interés por la lectura iba más por la imaginación que lleva consigo, pues podía incluso sentirse dentro del mismísimo libro que tenía en sus manos, por eso no le sorprendía del todo ver las calles tal y como las había imaginado.

-Llegamos. –La grave voz de su padre esfuma sus pensamientos, observa en la misma dirección donde su padre, con aquellos ojos oscuros, casi congela a la gran multitud de personas –Aarón. –La rudeza de su nombre vuelve su cuerpo rígido –Mantén siempre tu cabeza en alto, no te alejes de nosotros en ningún momento a menos que te lo indiquemos.

Ella asiente en silencio luego busca la calidez en los ojos de su madre pero se topa con un abismo de pánico que a sus ojos, no tiene sentido pero tampoco desee preguntar, muchas veces el silencio es la mejor respuesta.

Entran al gran castillo, varias personas gritan, aplauden, quizá algunas maldicen pero Avyanna solo presta atención a los otros carruajes que acaban de entrar antes, el de ellos se coloca en la segunda fila, el primer puesto y Avyanna es la última en bajar, observa a los varios príncipes de diferentes edades, en total hay unos trece niño y cinco son, quizá, de su edad, los demás se ven mayores, algunos incluso mucho más mayores.

Su atención se desvía hacía donde todos miran y las trompetas suenan armoniosas, entonando alguna desconocida canción a la patria que no desea aprender, siente la cálida mano de su madre en su nombro y por primera vez en mucho tiempo, no se siente refugiados en ellas. Sus ojos grises se topan con un par de perlas cafés, su estómago da un vuelco. Asqueroso. Pensó de inmediato, los sentimientos dentro de aquel par de ojos son asquerosos, repugnantes y sucios, podía sentir la sed de sangre en ellos, el poder de su andar concordaba su sonrisa llena de victorias a su nombre pero Avyanna podía ver las manchas de sangre adornar aquel traje blanco, juraría que aquellas eran de inocentes; Sus ojos se encuentran por unos segundos y en un intento de desviarse, se topa con otro par de ojos.

A diferencia de los anteriores, estos deslumbraban a su paso, Avyanna se encuentra hipnotizada por lo brillosos que son aquel par de oscuros ojos, a pesar de tener la misma pasión de victoria que los otros ojos, éstas están llenas de amor, comprensión y una paz que no alcanza su propio ser, siente el titubeo de su andar, detona timidez pero la firmeza con la da los pasos demuestra valentía, los dioses saben cuanta falta de valentía tiene Avyanna y por eso admira éste par de gemas oscuras.

-Admes de Arques–El hombre de los ojos malignos le sonríe orgullosamente a su padre, ambos se envuelven en un abrazo que le resulta, asombrosamente, fastidioso a Avyanna pero no dice ni hace nada –Agatha, hoy luces más hermosa de lo normal –Avyanna pone los ojos en blanco ante el toque coqueto con el que lo ha dicho, vaya bicho.

Y luego la mira a ella pero a diferencia de lo que pensó, no le atemorizaba, es más, le causaba gracia la pobre imagen de aquel hombre. Evans la observa con las cejas elevadas, quizá sorprendido por el vacío de sentimientos en aquel par de ojos grises –Y miren al príncipe de la casa Arques, Aarón. –Suena como una serpiente antes de probar a su presa.

Hace una leve reverencia –Aarón de Arques, príncipe de Peodonia –Evans le sonríe con gracia pero Avyanna se reincorpora sin prestarle atención –Usted es... -De nuevo las cejas de aquel hombre se elevan.

-Mil perdón, jovencito –Se disculpa sin sentir pena –Soy Evans Voulgaris, emperador de Voulgaris –Avyanna se sorprende que alguien como él sea emperador, pero siempre los peores eran los primeros en la historia –Y estos –Señala a los dos jóvenes y al niño que lo acompañan –Son mis hijos, Taehyung Voulgaris, Leonardo Voulgaris y Jungkook Voulgaris. –Los tres hacen una reverencia ante ella, y no puede distinguir quién de ellos tiene mayor poder.

AvyannaWhere stories live. Discover now